Hace apenas unos días fuimos testigos del estreno de una nueva serie del subgénero Coming of Age ambientada en los excéntricos años ’90. Como te habrás dado cuenta, Everithing Sucks! no resultó ser santa de nuestras devociones y por ello aprovechamos esta ocasión para recomendarte otra historia adolescente situada en 1996, mismo año que la reciente producción de Netflix. Hablamos de la inglesa My Mad Fat Diary (2013–2015), una tragicomedia de 16 capítulos inspirada en los hechos reales narrados por el diario homónimo de la escritora Rae Earl.
Rachel “Rae” Earl (interpretada por la magnífica (Sharon Rooney) es una adolescente de 16 años que acaba de salir de una clínica psiquiátrica luego de cuatro meses de internación por un intento de suicidio. Rae pesa 105 kilos, no pertenece a ningún grupo de amigos y debe lidiar constantemente con las miradas y burlas del vecindario en la anodina ciudad de Stamford. Como si fuera poco, su fastidiosa madre no tuvo mejor idea que hospedar en la casa a su actual romance, un joven de origen islámico que permanece oculto debido a su condición de inmigrante ilegal. Sin embargo, el inesperado encuentro con su amiga de la infancia Chloe (Jodie Comer) y los amigos de ésta será la oportunidad perfecta para comenzar a trazar un nuevo camino y dejar atrás sus inseguridades.
Si existen expertos en combinar el drama con el humor en dosis perfectamente equilibradas esos son los ingleses. Probablemente, en manos ajenas el relato de Rae hubiera terminado siendo un crudo caso de bullying sin muchos matices y con el foco puesto en los trastornos alimentarios de nuestra protagonista en su afán de ser aceptada socialmente. Muy por el contrario, la serie creada por Tom Bidwell se niega a toda costa a caer en los clichés del género y nos presenta desde una perspectiva original la adolescencia de una chica frágil con conflictos y temores como cualquier otra. La naturalidad con la que fluyen las relaciones, el tono sarcástico que comparten Rae y sus amigos y la desenvoltura con la que el guion atraviesa temas como el aborto, las autolesiones y la sexualidad, hacen de esta tragicomedia todo un hallazgo para el universo millennial.
La trama de la serie se divide en dos mundos: el de Rae y sus nuevos amigos y los chicos que continúan en la institución psiquiátrica. A pesar de que Rae encaja impecablemente en el grupo de Chloe gracias a su carisma y sus conocimientos musicales, teme que estos descubran donde ha estado los últimos meses, razón que la lleva a inventar unas vacaciones en Francia. Mientras lidia con este secreto, Rae concurre semanalmente a sus sesiones de terapia con Kester (Ian Hart), el médico de la clínica. Allí suele encontrarse con su amiga Tix que padece anorexia nerviosa y Danny Two Hats, otro de los adolescentes con problemas mentales.
La voz en off de Rae acompañada de los dibujos y garabatos que plasma en su diario y que cobran vida a través de la pantalla le otorgan el toque de gracia a la serie. Los pensamientos íntimos de la joven cada vez que está cerca de algún chico que le gusta suelen ser demasiado ocurrentes y a más de uno le debe traer a la memoria ese deseo sexual incontrolable tan representativo de nuestra etapa pre adulta.
La música es otra de las características más destacadas de My Mad Fat Diary. El britpop que marcó la década de los ’90 se vuelve parte esencial de la estética de la serie y el motor de las charlas y salidas en grupo. Bandas como Oasis, Blur, The Verve y Suede forman parte del maravilloso soundtrack que también incluye varios clásicos ochenteros de la mano de The Smiths y The Cure, entre otros. Cualquier buen fanático de la movida pop rock de la época se volverá loco con los posters que decoran la habitación de Rae y aquel episodio de la primera temporada donde los chicos viajan a Knebworth para asistir al recital de la banda de los hermanos Gallagher.
My Mad Fat Diary es una propuesta inteligente, honesta, divertida y arriesgada que no se limita a retratar la juventud a partir de personajes caricaturizados. Una serie que, por sobre todas las cosas, nos anima a abrazar a esos demonios internos de la adolescencia que todos llevamos a cuestas.