La actual carrera por engrosar catálogos anime en plataformas de streaming líder ha detonado una interesante polémica, que para los otakus veteranos simplemente nos resulta un nuevo nombre para una antigua discusión.
El lema “anime pensado solo para Japón”… ¿es algo que debe cambiar?
¿Qué es anime y no lo es?
Desde los años 70 se vino dando este debate y su furor más fuerte fue en los años 80, cuando DIC Entertainment reclutó una buena cantidad de artistas japoneses para animar joyas de época como The Real Ghostbusters, Sonic the Hedhehog, Super Mario Bros. Super Show! y hasta G.I. Joe, de tal modo que muchos definían erróneamente dichos clásicos como “anime”, cuando en realidad eran series animadas occidentales.
En una era de normies, tóxicos y la llamada “generación de cristal” o “mazapán” llena de quejas las redes sociales, el tópico toma nuevas dimensiones cuando titanes como Netflix deciden llamar arbitrariamente “anime” a producciones 100% americanas como Castlevania o las inminentes Tomb Raider y Skull Island, confundiendo no solo a los tóxicos susodichos, sino a casuales que no están familiarizados con el tema.
La realidad es que, si bien la palabra “anime”, “ánime” o “animé” es una contracción de “animación” del idioma japonés, es tradición darle el nombre a la animación que proviene y es maquilada en Japón, pasando del término “doga” (imágenes en movimiento) a inicios de 1900 a “animeeshon” (término “largo” paraアニメ) en la década de los 60.
Una nueva crisis reaviva la polémica
A donde queremos llegar en este texto es a un curioso comentario de un alto ejecutivo de un estudio líder de animación en Japón. The Financial Times publicó la declaración de George Wada (vicepresidente de los estudios Production I.G), quien dijo con respecto al éxito de la poderosa franquicia Demon Slayer:
“El punto de inflexión crítico, en donde más de la mitad de los ingresos de la industria del anime se generan fuera de Japón, está a punto de cruzarse. La frenética última década de fusiones y adquisiciones hizo a la industria reconocer que el crecimiento debe ya provenir del extranjero, y el anime ahora está planeando tomar ese camino”.
¿Qué significa esto? Que ya no se trata de generar contenidos “para quedarse en casa” con la cultura y gustos de los japoneses, sino que más allá de un nicho local, el anime es un gusto de masas a nivel internacional, por lo que se debe inyectar capital “de afuera” para continuar con producciones de un estilo más internacional, pero sin dejar de ser anime.
“Ya es difícil operar un negocio que únicamente sea dirigido a Japón. En lugar de un proceso de dos etapas en donde entregamos títulos que hayan tenido éxito en Japón al resto del mundo, crearemos títulos que no solo tengan éxito en Japón, sino que tengan éxito a nivel internacional desde el principio”, agregó Wada.
Claro, por un lado esto preocupa en temas de censura e “inclusión forzada” que actualmente aquejan a animaciones globales, pero sin duda es algo que ya está sucediendo, con poderosas alianzas entre grandes estudios japoneses con Netflix, Amazon Prime Video y Funimation (léase Crunchyroll, tras la compra).
3 Ahora bien, ¿dejaría de llamarse anime?
No necesariamente. Si se trata de producción en el sentido estricto de inversión de capital y control de calidad, pero se respeta la manufactura de animadores, diseñadores, actores de voz y hasta músicos (sin olvidar geniales presencias occidentales como el “The Great Pretender” de Queen en la serie de Netflix), la “marca” de animación japonesa quedaría intacta, sin confusiones como lo que es realmente Onyx Equinox o Blood of Zeus, por citar un par de ejemplos.
En conclusión, la pandemia y sus consecuencias, además de una creciente demanda de buenas historias anime a nivel mundial podría ser la clave, no de la pérdida de la identidad del anime, sino una catapulta para que llegue al gusto de millones de personas más, tal como conquistó nuestros corazones hace años.