No nos precipitemos al momento de cancelar dibujos animados
El pasado mes de marzo se anunció que Pepe Le Pew no sería incluido en Space Jam: Una nueva era. Aunque la producción nunca oficializó las razones tras la decisión, el hecho de que ésta se diera inmediatamente después de que el columnista de The New York Times, Charles M. Blow, señalara al personaje porque “normaliza la cultura de la violación” lo dejó más que claro. No era la primera vez que el zorrillo se veía involucrado en una controversia, recordando que hace algunos años fue acusado de ser una mofa ofensiva de los franceses.
La supresión fue motivo de polémica por darse en medio de la llamada cultura de la cancelación que ya ha señalado muchas otras animaciones clásicas. Más controvertido aún fue que el suceso resultó en la eliminación de una secuencia que habría sido decisiva para castigar al personaje y a partir de ahí reinventar sus bases para el mundo contemporáneo.
El momento se desarrollaba en un bar al más puro estilo de Rick’s Cafe en Casablanca, con Pepe acercándose a una mujer interpretada por Greice Santo, a la que toma del brazo para empezar a besarlo. Ésta lo arrebata, lo golpea, vierte su bebida sobre él y finalmente le da una fuerte bofetada que lo deja dando vueltas en una silla giratoria hasta que finalmente es detenido por LeBron James. Unos segundos después, el mismo Pepe confiesa que Penélope, la felina a la que perseguía en casi todos sus cortometrajes, ha presentado una orden de restricción en su contra.
La decisión resultó especialmente molesta para Santo, pues ella misma ha sido víctima de acoso en el pasado, lo que la ha motivado a aprovechar una buena parte de sus proyectos para alzar la voz en defensa de la mujer. En el caso de Space Jam, aceptó participar para darle su merecido al zorrillo, pero sobre todo para transmitir un mensaje de fuerza femenina a las niñas. ¡Incluso ofreció una recompensa de 100.000 dólares estounidenses a quien le consiguiera la secuencia! Pero de momento su labor se ha perdido para siempre, lo que invita a pensar que quizá no deberíamos precipitarnos al momento de cancelar dibujos animados
Reinvención animada
Los esfuerzos por erradicar y penalizar una serie de malas costumbres al interior de la industria cinematográfica han generado toda clase de debates, siendo la posibilidad de cambiar y la separación entre los artistas y sus obras algunas de las más recurrentes. Pero contrario a lo que su construcción narrativa sugiere, los dibujos animados no son personas, sino productos de un contexto específico que plasman lo que es socialmente aceptado a su alrededor y que deben ser juzgados como tal.
Mickey Mouse, el símbolo por excelencia de la animación norteamericana, es el mejor ejemplo de ello, ya que muchos de sus cortometrajes más añejos muestran al ratón con una actitud muy distinta a la que conocemos hoy en día. Tal es el caso de Steamboat Willie, su primera aparición –segunda si se considera Plane Crazy– y que se ubica entre los títulos más celebrados en toda la historia de la técnica, incluye múltiples secuencias de maltrato animal a cargo del personaje.
Si el roedor nunca ha corrido el riesgo de ser cancelado fue porque estas actitudes fueron erradicadas por el propio Walt Disney, quien se percató que su mayor creación no era lo que pensaba ni enviaba los mensajes que realmente deseaba transmitir. Pero consciente de que estos fallos tan humanos no podían ser eliminados de sus historias, optó por suavizarlos y transferirlos al Pato Donald, cuya naturaleza permitía un castigo final y con ello una lección para las audiencias. Hoy día es imposible imaginar la historia del cine sin esta dupla, cuyas bases narrativas han seguido cambiando con el paso de los años para dejar toda clase de enseñanzas en el público por generaciones.
Puede que el accionar de personajes clásicos como Pepe Le Pew esté bien cimentado sobre el imaginario colectivo, pero sus nuevas apariciones bien podían mostrar un cambio de actitud o en su defecto, un castigo para demostrar que sus actos no permanecen impunes. Algo similar a lo padecido por personajes como Silvestre, Wile E. Coyote y el gato Tom que sufren todo tipo de accidentes cuando atacan a otros. Esta evolución pudo empezar con la secuencia suprimida de Una nueva era y continuar con futuros títulos como Looney Toons, Bugs Bunny Builders y Tiny Toons Looniversary. En su lugar, el personaje fue estigmatizado y las importantes enseñanzas que pudo dar contra el acoso ahora lucen más que improbables.
Viejas animaciones, nuevas lecciones
El descargo de responsabilidad colocado por HBO Max al inicio de Lo que el viento se llevó fue noticia mundial, pero dista mucho de ser el primero en suceder. De hecho se trata de una práctica recurrente en la industria animada y que comenzó cuando las colecciones de numerosos personajes clásicos fueron lanzadas en DVD. Las más atinadas fueron las de Looney Tunes y Tom & Jerry, ambas a cargo de Warner Bros. y en las que se explica que “los cortos son presentados tal y como fueron creados porque hacerlo de otro modo sería equivalente a asegurar que los prejuicios mostrados nunca existieron”. Este tipo de leyendas han trascendido hasta el terreno del streaming con Disney+.
Y es que nadie puede negar que la historia de la animación está plagada de momentos que serían impensables para el entretenimiento contemporáneo, pero que en su momento fueron vistos como algo inofensivo. Tanto así que muchas de ellas fueron aprobadas por el rígido código Hays, que de 1934 a 1968 trató de crear un Hollywood tan moral que cayó en absurdos como desaconsejar los besos animados y reemplazarlos por manos entrelazadas, o evitar que los niños animados aparecieran enojados al tratarse de un comportamiento impropio, pero no hizo nada por impedir las muestras de servilismo femenino o el uso de tabaco y alcohol.
Incluso los cortometrajes deliberadamente ofensivos que fueron creados durante la II Guerra Mundial como material propagandístico y que permanecieron enlatados por años han sido reestrenados en diversos formatos. Eso sí, siempre con sus respectivas leyendas que aclaran el contexto en el que fueron creados y explican la dureza de sus imágenes que van de los estereotipos a la muerte infantil. Después de todo, son contenidos indispensables para comprender la historia de la técnica, pero también de la propia humanidad al abordar algunos de los momentos más oscuros de nuestra especie.
Los dibujos animados no son personas, sino productos de un contexto específico que plasman lo que es socialmente aceptado a su alrededor y que deben ser juzgados como tal.
Finalmente no está de más desechar los análisis superficiales y cuestionar a profundidad las intenciones de lo visto en pantalla. Quienes simplifican a SpeedyGonzález como un roedor moreno se olvidan de la picardía con la que siempre sale avante; o a Sebastián como un cangrejo con tintes blackface no se percatan de la alegría caribeña; quienes señalan a Bugs Bunny por su uso de atuendos femeninos se olvidan que el conejo era una vía para aludir a la homosexualidad en una época plagada de represión y prohibiciones.
Cancelar a un personaje animado es un atentado contra la historia del cine y de la técnica. Es también buscar una salida fácil de un problema complejo. Es además una oportunidad perdida de aprender de errores del pasado en busca de un futuro mejor.