El Hoyo en la Cerca visita lugares oscuros y abre heridas viejas sobre el abuso infantil
Luis Toriz analiza El Hoyo en la Cerca, el segundo y casi polémico segundo largometraje de Joaquín del Paso.
Me encanta la idea de que el cine mexicano explore lugares que nos saquen de una burbuja de comodidad a la que las películas actuales nos transportan todo el año. No me refiero a Marvel o DC Comics (bueno un poco sí): hablo de ese cine mexicano que sigue nutriendo la utópica idea de una sociedad que hasta el día de hoy no veo en nuestro país, con situaciones absurdas que pretenden ser cómicas y probablemente lo son involuntariamente. Pero la sociedad no tiene un diálogo con este tipo de entretenimiento más que decir “es con Mauricio Ochman o Martha Higareda“.
El Hoyo en la Cerca de Joaquín del Paso tuvo su estreno internacional en la sección Orizzonti del Festival de Cine de Venecia, donde fue bien recibida con grandes comentarios positivos en su mayoría. Ha tenido un gran viaje festivalero que lo que causó fue una gran expectativa, como los festivales suelen hacer en estas películas. Aún así y con los grandes comentarios sobre su efectiva forma de contar algunas escenas de la propia infancia de su director, la película nunca termina de encontrar su lugar, pero ahondemos en el tema.
El argumento de El Hoyo en la Cerca es el siguiente. Un grupo de alumnos de una escuela católica viajan a un campamento con el fin de tener un retiro espiritual y de aprendizaje que los haga madurar para pasar de la adolescencia a una conciencia mucho más madura y adulta.
Joaquín del Paso me sorprendió hace tiempo con su Maquinaria panamericana (2016) y su sátira sobre el ambiente laboral mexicano en un día cualquiera. Ahí su trabajo plasmaba a un trabajador en su más visceral ambiente; esas imágenes podrían parecer sacadas de la más burda y exagerada película tipo B, sin embargo, acertaba en su observación, por más chusca y divertida que pareciera. Esa era (es) la realidad de los godinez en México: oscilan entre el meme y la explotación. Ahora, en El Hoyo en la Cerca, Joaquín del Paso sigue siendo finamente crítico.
La cinta construye una mirada incisiva sobre las élites, sus alumnos y formadores. Bajo una sugestiva constante, el director trata de formar un diálogo cinematográfico con su espectador a través de imágenes provocadoras, sugerentes y llenas de un contenido opinante acerca de la formación de algunos estratos sociales, pero que por miedo o inseguridad no concreta del todo y se queda en la sola anécdota pero sin ahondar nada en los temas que propone.
Sin realizar un juicio, el director tiene una gran idea que por momentos, grandes muchos de estos, están bien ejecutados, pero parece que le ha dado temor plasmar lo que en primera instancia estaba en su mente extraído de sus recuerdos de adolescencia. Lo menciono porque a veces el montaje en general se nota errático y las ideas están un poco difusas, causando una gran confusión en quien la está viendo.
Los temas como el abuso sexual, físico, psicológico, mental y verbal que Joaquín trata de reflejar están ahí pero como escondidos en la oscuridad, y eso causa un efecto en cadena en el resto del desarrollo de la historia porque hay consecuencias de estos hechos que sí se muestran abiertamente y son provocativas, pero discursan con precedentes o razones que se encuentran borrosos ya ni siquiera en un primer plano, sino que las entre líneas del mensaje son ineficientes y carentes de comunicación.
El Hoyo en la Cerca está repleta de buenas ideas, excelentes críticas pero le da miedo comunicar o bien colocarlas muy claras sobre la mesa. Probablemente el director no quería alebrestar a un gallinero de por sí ya agreste por los temas de abusos sexuales por parte de los elementos clericales de la iglesia católica, pero que también en México se vuelven sensibles con madres y padres de familia que tienen a hijos bajo una educación básicamente religiosa. Esto, semióticamente hablando, es un mensaje constante dentro de la película, que por solo mencionarlo pero no ahondar en este, puede levantar costras de heridas viejas sin razón aparente y sin proporcionar en sí una denuncia que ayude o dé una solución que la sane.