La cuarta temporada de El Marginal retrata un eterno retorno que caduca
Noche. Vista panorámica de las torres Lugano Iy II de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Una sirena y ladridos de un perro se escuchan a lo lejos. Miguel Palacios / Osvaldo “Pastor” Peña, interpretado por Juan Minujín, se hace presente en escena. Con sigilo, desciende al llano desde un puente peatonal. Acto seguido, el encuentro con un maleante. El malviviente lo saluda mientras se despega de la improvisada hoguera que arde en un bote de basura. Fuego, sí, mucho fuego que en cierto momento dejará de iluminar. Así comienza la cuarta temporada de El Marginal, la serie creada por Adrián Caetano y Sebastián Ortega.
La lumbre a la que hago alusión resume lo que pensé durante varios episodios de esta nueva entrega. Y es que, como en la concepción filosófica del eterno retorno, la producción argentina parecía repetir su mundo para volver a crearse: regresar a su origen ardiendo en fuego para barajar nuevamente, reconstruyéndose para que todo ocurra una vez más… Pero ahora un baldazo de agua fría hace que se consuma.
A todo esto, atentos: spoilers delante.
El Marginal volvió con condimentos demasiado cercanos a los que ya habíamos visto en su primera temporada. La banda de los hermanos Borges (liderada por Mario y Diosito, roles a cargo de Claudio Rissi y Nicolás Furtado respectivamente) llega a un nuevo penal, Puente Viejo, y debe hacerse lugar. Dominado por Coco (Luis Luque), Puente Viejo presenta las mismas problemáticas que se reflejaron en la ambientación de San Onofre: misticismo, tráfico de drogas y la muy anunciada violencia, tanto física como social. Ah, y para colmo la presencia de y rencuentro con Miguel Palacios / Osvaldo “Pastor” Peña, amén de la figura de César (Abel Ayala) y la versión 4.0 de la Sub-21. La mesa estaba servida para que la historia se repita, pero entonces Juan Pablo Borges.
El baldazo de agua fría que comenté al comienzo, lo que detiene al fuego sagrado del eterno retorno y le da respiro a El Marginal para que prosiga por el camino extremo que recorre, es la confesión que Mario le hace a Diosito: no es su hermano, es su hijo. Si retomo los episodios de esta cuarta temporada notaré, seguramente, que esto se gestó ya desde el tono tomado en el guion: los toques humorísticos casi que desaparecieron y todo se volvió serio, por no decir real y hasta aburrido.
No hay mucho más para agregar. La cuarta temporada de El Marginal es una repetición con falencias en su propia estructura, es un espiral que se corta: el derrotero sale de la tangente y se abre la puerta al desarrollo de una muy obvia quinta temporada, más aún cuando el personaje interpretado por Furtado es el único que logra escapar de Puente Viejo y, como dice James (Daniel Pacheco), quien se va sin que lo echen…
Hermes Trismegisto y Friedrich Nietzsche, devastados.