Denzel Washington y una película inspiradora, pero no tanto
Primera de unas cuantas.
En Spoiler Time nos pusimos a pensar y descubrimos algo: hay MUCHÍSIMAS películas que no son estrenos y están disponibles en los servicios de streaming más consultados y que deben ser analizadas. Estas cintas no son ni clásicos ni obras de arte en sí mismas ni blockbusters épicos: solamente sirven para que tu tiempo muerto valga un poco la pena.
En esta ocasión comentaremos Roman J. Israel, Esq, película estrenada en el año 2017 y que tiene como estrella total y absoluta a nada más ni nada menos que Denzel Washington. Sí: uno de los reyes de MUCHAS películas para matar tiempo.
Roman J. Israel (Washington) es, como lo describe el personaje del abogado George Pierce (Colin Farrell), un prodigio en el ambiente de la abogacía. Y como buen prodigio, demuestra parámetros de desequilibrios, en este caso varios, importando solamente dos: es un defensor a ultranza de la justicia justa (sí, paradojas de la vida) y vive en otro hoy, un hoy de ayer, un anacronismo constante tanto mentalmente como física y económicamente. Sí: el mundo avanzó y Roman se quedó freezado entre las décadas de 1970 y 1990. Su vestimenta, objetos y hábitos lo delatan. Resaltamos el concepto de anacronismo mental. Roman es demasiado idealista, muy inmerso en el derecho civil, piensa y vive para que la sociedad se defienda de una manera antigua, sin respeto ni confrontación pensada. El mundo patas para arriba a sus ojos.
¿Y la trama? Al fallecer William Jackson, Roman, quien fuera su “socio”, queda en la calle, y es George Pierce, un abogado casi inescrupuloso y comerciante como pocos, el que ve en Roman un genio, un superdotado, una mente brillante. Por respeto al fallecido profesor, y pensando en ganancias, George lo emplea. Roman toma esto también como una ventaja: trabajar para el bufete de George le abre las puertas para encontrar un compañero con fuerza y dinero, claro, que lo ayude a presentar una reforma judicial sin precedentes, la misma que cuestiona el uso injusto de la colaboración de las personas procesadas para resolver casos, aceptando acordar penas injustas con la acusación por miedo a recibir condenas más altas si van a juicio.
Primer click.
Roman, ya en el estudio de Pierce, toma el caso de un acusado por asesinato que no lo es. El joven detenido le confiesa dónde se encuentra el verdadero hacedor del homicidio. Roman se entera que una jugosa recompensa espera para aquel que otorgue el dato del paradero del asesino. Harto, decepcionado, ofuscado de sí mismo, Roman ética y moralmente se engaña: delata al delincuente, cobra la recompensa e intenta ser otro, uno más moderno y despreocupado por el caótico mundo que antes lo rodeaba pero del cual quiere formar parte. Repetimos: intenta.
Segundo click.
Como era de esperarse, el asesino se entera que Roman lo delató y comienza una doble persecución contra el abogado prodigio: la exterior, la de los que quieren vengarse, y la interior, la de la profesión que abrazó tanto y que ahora está quebrando. Decidido a entregarse a las autoridades por semejante falta de profesionalidad, volviendo a ser su viejo yo, un futuro inmediato y funesto se avecina para Roman, como era de esperarse.
Tercer click.
Como contrapunto al personaje de Washington, el rol del personaje de Farrell como un abogado totalmente inescrupuloso está muy bien: cuanto más “moderno” se vuelve Roman, más “antiguo” se erige George. Tan es así que el final de la cinta Pierce presenta la reforma judicial ideada por Roman ante el organismo correspondiente; vemos en la carátula que se asoció para ese cometido. No debemos dejar de mencionar que ya nos habíamos percatado de este juego del guion cuando, en una reunión estratégica del bufete, George propone que ciertas horas laborales para atender casos de forma gratuita y Roman, en el mismo instante, solamente piensa en dinero.
Sí, el movimiento pendular de estos dos personajes es una constante, la mejor manera de demostrar el enfrentamiento en todos los momentos y/o tópicos de la cinta. La obviedad le gana a la sorpresa, hasta en el final del personaje de Roman.
Roman J. Israel, Esq es una linda película, con un final que si bien no sorprende tanto, deja pensando al espectador en lo complicado que está en la modernidad, que casi todo pasado fue mejor. Bah, eso lo pensará alguien de 40 y tantos.