El bien siempre se refleja en el mal y viceversa: la naturaleza humana según Christopher Nolan
Si hay algo por lo que se conoce a Christopher Nolan y, sobre todo, a sus filmes, es por ser de un tenor serio. Y cuando digo serio me refiero a concienzudo, a pensado, a plagado de ideas y, de alguna manera, mensajes.
Quizás, esa fama de hacer filmes “difíciles” es lo que genera tanta expectativa cada vez que uno nuevo se estrena o, tal vez, es su obsesión con retratar personajes imperfectos, que deambulan volcándose a un lado y al otro del bien y el mal lo que nos convoca como espectadores una y otra vez para admirar su obra.
Para ser un director joven, Christopher Nolan goza de bastante prestigio. Con tan solo 12 películas en su haber (y tres de ellas nada más y nada menos que dentro del mundillo de los superhéroes) se ha ganado el respeto de colegas, críticos y espectadores de a pie logrando siempre darle una vuelta de tuerca interesante a las historias que cuenta, con personajes ricos, en tres dimensiones, que nos invitan a vernos reflejados en su humanidad.
Y es que detrás de las películas de Christopher Nolan y de sus personajes hay un mensaje muy claro: el bien y el mal son cosas muy humanas, tan humanas que no existen prácticamente personajes completamente buenos o completamente malos. Los personajes de Christopher Nolan navegan entre ambas cosas, son prácticamente antihéroes si buscamos la definición literaria: “personajes tan importantes como los protagonistas pero que carecen de las características de perfección del héroe tradicional”.
Como decía previamente, tres de las películas de Christopher Nolan pertenecen a ese mundo hoy tan explotado de las adaptaciones de cómics de superhéroes a la pantalla grande. Nolan tomó al mítico héroe de DC Cómics, Batman, el Caballero Oscuro, y lo adaptó al cine, contando sus orígenes y enfrentándolo a memorables villanos. Y vale destacar que no lo hizo nada mal: para muchos, esa trilogía que Nolan dirigió es de lo mejor que nos han dado los cómics en el cine.
Es en la trilogía de Batman donde podemos ver más claramente, quizás, esta idea que se esconde detrás de todos los filmes de Christopher Nolan acerca de que el bien y el mal se están mirando a la cara todo el tiempo en nuestro interior. El Batman de Nolan, interpretado por un magnífico Christian Bale, esta lejos de ser un héroe perfecto y eso lo vemos sobre todo en la segunda entrega de la trilogía cuando le toca enfrentarse a un villano superlativo como lo fue el Joker de Heath Ledger.
Entre estos dos personajes las luces y las sombras tanto de ellos como de toda una ciudad, la Ciudad Gótica, salen a la intemperie. El Guasón que creó Christopher Nolan de la mano de Heath Ledger (y viceversa, claro) es un emisario del caos, pero un emisario inteligente, que sabe exactamente qué botones tocar para expulsar la loca idea que podemos tener todos de que poseemos cierta altitud moral que nos permite juzgarlo. El Joker es un villano, pero es un villano porque nos invita a corrompernos o, al menos, nos muestra qué tan fácil podríamos ceder a nuestros peores impulsos. ¿Cuánto miedo hace falta meternos en el cuerpo para que decidamos caer en la tentación del mal? ¿Con qué pueden pincharnos para llevarnos por la mala senda?
Incluso a un héroe como el mismísimo Batman puede pasarle: el Joker, ese villano delirante, sin miedo a las consecuencias y que solo quiere ver el mundo arder, logra sacar la peor versión del protector de Ciudad Gótica.
Y todavía más cuando lo enfrentamos a un personaje que parecía tenerlo todo para ser un verdadero héroe, uno de esos bien clásicos, el amado por todos Harvey Dent. La maldad sin límites del Joker lleva a Harvey Dent a un descenso a los Infiernos del que no saldrá con vida, mostrándonos que hasta aquellos que parecen más puros, que se inclinan hacia el lado del bien de la balanza, igual pueden ceder ante la maldad.
Y no es solo la trilogía de Batman donde podemos ver esta noción de Nolan acerca de cómo el bien y el mal se encuentran peligrosamente cerca dentro de los seres humanos, en sus otros filmes también podemos verlo.
Desde el comienzo, si pensamos en su debut como director con Following, esta idea ya está allí. La película, filmada con un reducido presupuesto, nos lleva a conocer a un joven escritor desesperado por conseguir ideas para su próximo libro. Es esa desesperación la que lo hunde en un submundo criminal donde un inocente voyeurismo termina convirtiéndose en una suerte de robo de identidad y hasta en asesinato. De nuevo: cuando a las personas les aprietan los botones indicados, no hay superioridad moral que se sostenga.
Lo mismo podemos ver en Insomnia, la remake del filme noruego con Al Pacino como protagonista, encarnando a un detective de homicidios que pierde contacto con la realidad al enfrentarse al sol eterno de Alaska. La desesperación por la imposibilidad de dormir convierte a este detective en un asesino, equiparándolo con el asesino que fue a perseguir en aquel abandonado lugar.
Teniendo en cuenta esta obsesión de Christopher Nolan por retratar la dualidad que vive en todos nosotros, esta balanza bamboleante entre el bien y el mal que llevamos dentro, no sorprende que su más reciente proyecto sea Oppenheimer, que retrata la vida del llamado “padre de la bomba atómica”.
Julius Robert Oppenheimer, judío en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, genio científico y motor indiscutido para la creación de la bomba atómica fue un hombre plagado de ambigüedades. Así como su genio perspicaz lo volvió pieza fundamental para crear la bomba, también luego terminó convirtiéndose en uno de los portavoces de la campaña contra la utilización de este tipo de armas. Oppenheimer, que dejó parte de su vida en este logro, supo muy pronto que sus manos estaban manchadas de sangre. El bien, el deseo de crear algo que nadie había creado antes, mezclado con el deber y la obligación con su país terminaron desencadenando en un horror, un mal tan grande que, hasta el día de hoy, no ha conocido competencia.