El tiempo que tenemos. ¡Hermosa por donde se le vea!

Estoy seguro que todos nos acordamos de la conmovedora historia de Lo mejor de mi vida (1993). Un hombre padre de familia que tiene una enfermedad terminal y se prepara para morir. Si no la viste, no importa, puedes llorar con El tiempo que tenemos y si sí, llora otra vez . 

Si hoy mueres o cualquier persona que amas trasciende a otro plano, ¿hiciste, viviste o dijiste todo lo necesario con esa persona para que ambos al final estén seguros que lograron aprovechar el tiempo?

El tiempo que tenemos es la historia sobre una pareja, Tobías y Almut que se conocen en las circunstancias más atípicas para luego tener una hija, vencer una vez un diagnóstico mortal y luego volverlo a enfrentar. 

Andrew Garfield y Florence Pugh logran construir una química como actores que se refleja en pantalla para llegar a los tonos emocionales que la pareja en la ficción requiere. Si a esto le sumas que Andrew Garfield perdió a su madre recientemente, la película toma una dimensión totalmente distinta cuando la pérdida y el luto alcanza al actor, por supuesto que la emoción se vuelve más real, cercana y relevante. 

El tiempo que tenemos no es una historia con una narrativa lineal. La edición se va armando de momentos salteados de él sin ella y ella sin él hasta que se conocen y la línea del tiempo va del presente al pasado para llegar al futuro. La forma del montaje final esta compuesta así no a forma de spoiler de su relación, sino de la valoración de cada uno de los momentos que ellos viven juntos. El valor de la película no es en sí la historia de amor que viven Tobías y Almut, sino el tiempo que han vivido juntos, pero también el legado emocional que heredan el uno del otro. 

Todo lo anterior se  complementa por la relación de amistad de Garfield y Pugh que resulta en un matrimonio en la ficción más que conmovedor que logra una complicidad con el espectador  resultante en una resolución emocionalmente efectiva más no manipuladora. La película nunca es de lágrima fácil y evita esa ligera línea entre conmover y hacer llorar. El guion va armando una atmósfera construida de momentos emocionales con los que la ven y se puedan sentir identificados porque la vida diaria es la que es la que se plasma ahí. 

Dejando atrás lo perfecta que es en narrativa, actuaciones y montaje. No creo que nadie esté emocionalmente preparado para una película así. 

¡Hermosa por donde se le vea!

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