En el Festival de Cine de Nueva York 2023 se proyectaron películas demasiado interesantes
Siguiendo historias desde la Gran Manzana.
Desde la ciudad que nunca duerme, en este artículo los llevaré conmigo a disfrutar de uno de los eventos más destacados del mundo del cine: el Festival de Cine de Nueva York.
En cada rincón de esta metrópolis vibrante y multicultural, el séptimo arte cobra vida de manera única con la proyección de algunas de las películas más esperadas de cineastas de todo el mundo, que se reúnen en este espacio no solo para compartir su trabajo, también para charlar sobre él.
A continuación encontrarán un recopilado de opiniones sobre las películas que he tenido la oportunidad de ver en este evento.
1 Priscilla – Sofia Coppola
¿Qué es más desgarrador? ¿Ver cómo se despoja a una niña de su infancia a su pesar o verla renunciar a ella voluntariamente? Priscilla, de Sofia Coppola, es la contraparte perfecta de su propia Marie Antoinette. Ambas son historias de niñas que se ven empujadas al candelero cuando son demasiado jóvenes y que, en cierto modo, también se convierten en miembros de la realeza. Porque, al fin y al cabo, ¿a quién podría considerarse realeza americana si no a los Presley?
Creo de todo corazón que ningún otro cineasta podría haber contado la historia de Priscilla Presley con la empatía y el cuidado con que lo hace Sofia. Es una directora conocida por su tacto y delicadeza a la hora de contar historias sobre la infancia de las niñas, y en esta película por fin podemos ver esa marca registrada realizada en todo su potencial.
Cailee Spaely es una revelación en el papel protagonista, captando a la perfección la esencia de una niña que se hace pasar por mujer con alguna que otra grieta que brilla a través de la fachada. Y en el papel de su homólogo, Jacob Elordi consigue escarbar en lo más profundo de la humanidad de un ídolo dorado y ofrecer un retrato sorprendentemente refrescante del hombre profundamente imperfecto que fue Elvis Presley.
Para mí, Sofia Coppola no puede equivocarse. ¡Y esta película es el ejemplo perfecto de por qué!
2 La passion de Dodin Bouffant [The Taste of Things] – dir. Tran Anh Hung
Estoy eternamente agradecida por haber podido volver a ver esta película, porque no la aprecié lo suficiente cuando la vi por primera vez en Cannes. La película antes conocida como The Pot-au-Feu es sencillamente exquisita, una carta de amor al arte de la gastronomía, al sentido del gusto y al acto mismo de amar. La química romántica y sexual de Juliette Binoche y Benoît Magimel brilla con más fuerza que los muchos, muchos, platillos que se presentan en esta película, y su pasión es tan convincente que sentí que se me saltaban las lágrimas muchas veces a lo largo de la película.
3 悪は存在しない [Evil Does Not Exist] – dir. Ryusuke Hamaguchi
Hay una frase que resume bastante bien el meollo emocional de esta película: el agua fluye río abajo. Cuando se utiliza por primera vez, se refiere a la responsabilidad que recae sobre las personas que tienen la suerte de vivir en la cima de la montaña, las que tienen acceso al agua más pura. Todos los habitantes de esa montaña comparten un arroyo, pero si se contamina en la cima, son los de abajo los que sufrirán las consecuencias. El agua fluye río abajo, casi todo lo hace. De padres a hijos, de antepasados a descendientes, de sangre a sangre.
Hay un equilibrio en la naturaleza, uno que dicta que cuando tomas algo debes dar algo a cambio. Y lo que Ryusuke Hamaguchi plantea de forma tan delicada en su último largometraje, es que si no devolvemos algo, nos lo quitarán. De una forma u otra.
悪は存在しない [Evil Does Not Exist], o El Mal no Existe en español, es una fascinante reflexión sobre el vínculo entre la naturaleza y la humanidad, los lazos que nos unen como comunidad, el individualismo que está matando a la sociedad y el veneno que se filtra de las grandes ciudades a los pequeños pueblos.
¡Otra joya añadida a la corona de esta ganadora del Óscar!
A lo largo de los años, muchos directores han intentado hacer arte de uno de los periodos más horribles, insensatos y violentos de la historia de la humanidad. Algunos pretenden encontrar a los héroes anónimos, como Spielberg; otros intentan reescribir la historia, como Tarantino; otros se centran en obligar al público a experimentar los horrores de la guerra a través de los ojos de las víctimas, como Klimov. Jonathan Glazer renuncia a todos estos enfoques, y en su lugar toma la audaz decisión de insertar al espectador en la vida cotidiana de los nazis. Pero no nos mete en campos de concentración, ni en campos de batalla: nos sitúa en medio de la felicidad doméstica.
The Zone of Interest se compone principalmente de escenas mundanas, niños jugando en el jardín, sirvientes limpiando los corredores, una familia cenando junta. El drama al que nos enfrentamos no es diferente del que vivimos en nuestras propias casas. Pequeñas peleas entre padres e hijos, disputas entre cónyuges. Y, sin embargo, en las esquinas del encuadre, hay algo más que acecha. El humo que sale de las chimeneas en pleno verano, el ladrido de los sabuesos en mitad de la noche.
Una bolsa de ropa usada, tirada por descuido sobre la mesa, tubos de lápices labiales encontrados en los bolsillos. Un trozo de cráneo en el río. Disparos volando por el cielo nocturno que arde en llamas. El mal no lo abarca todo, acecha. Vive dentro de las casas de los suburbios, dentro de personas que parecen y actúan como nosotros. El nazismo no es una enfermedad, no es algo reservado a los supervillanos.
Jonathan Glazer nos insta a dejar atrás la idea de que nunca podríamos volver a eso, de que ni nosotros ni nadie que conozcamos podría actuar así. Nosotros podríamos. Ellos podrían. Ellos pueden.
5 All Dirt Roads Taste of Salt – dir. Raven Jackson
Los recuerdos son tan efímeros, tan cambiantes, que resulta difícil expresarlos con palabras, por no hablar de imágenes. Cuando uno repasa su vida, suele tener la sensación de estar hojeando un álbum de fotos en el que cada imagen ha sido distorsionada por el tiempo. A veces solo podemos recordar los detalles más insignificantes, como un movimiento de manos o el sonido de la lluvia. Y a veces sólo podemos recordar sentimientos, no necesariamente una emoción singular, sino más bien la mezcla de ellas que, una vez más, no podemos definir con palabras.
La encantadora ópera prima de Raven Jackson puede describirse como un viaje a través de la vida de nuestra protagonista, un viaje que el espectador debe dejar que fluya a través de él en lugar de intentar dar sentido a todo lo que ve.
All Dirt Roads Taste of Salt es una hermosa exploración de la feminidad negra y del sur de Estados Unidos, que nos recuerda lo estrechamente ligados que estamos a las raíces de nuestra ciudad natal, algo a lo que podemos renunciar, pero que es imposible dejar atrás por completo.
Si, como yo, eres de la opinión de que el exceso de tecnología está acabando lenta pero irremediablemente con todos y cada uno de los aspectos que nos hacen humanos y, lo que quizá sea más trágico, con lo que hace del arte una actividad exclusivamente humana… ¡entonces esto te va a encantar! O al menos te traumatizará gravemente, lo que sin duda es mejor que la horrible alternativa de salir de una sala de cine sin sentir absolutamente nada.
La Bête, de Bertrand Bonello, sigue a una mujer llamada Gabrielle a través de algunas de sus vidas pasadas (concretamente en 1910, 2014 y 2044), todas ellas entrelazadas fatídicamente, de diversas maneras, con las vidas de un hombre conocido como Louis.
En cada vida parecen unirse sólo para separarse, pero lo que realmente hace que esto sea tan convincente es cómo la pasión inicial que te atrae hacia la dinámica de la pareja se desvanece lenta pero inevitablemente a lo largo de cada década. Léa Seydoux y George MacKay están sublimes en todos los diferentes personajes que se les pide que interpreten, y aunque al principio pensé que eran una pareja improbable, en la tercera escena ya estaba totalmente convencida de su dinámica.
Nunca había visto que la estructura de una película pasara de un drama de época a una película slasher o a una pesadilla distópica, pero me sorprendió lo bien que funcionaba. Cuando llegaron los últimos veinte minutos no tenía ni idea de qué esperar, pero la escena final fue como una patada en el estómago de la mejor manera posible.
La indiferencia, el miedo al amor, la supervisión constante, la falta de intimidad, la evasión de cualquier debilidad… éstas son algunas de las bestias a las que realmente deberíamos temer, porque no sólo amenazan nuestras vidas, sino también nuestros espíritus.
Etiquetada erróneamente como un rip-off de Black Mirror (era, de hecho, al revés), Foe, de Garth Davis, es probablemente la película de ciencia ficción más terrenal de esta última década.
Saoirse Ronan y Paul Mescal interpretan a Henrietta y Junior, un joven matrimonio cuyo amor es tan seco como la tierra en la que se ven obligados a vivir, con ella frustrada por su falta de alegría de vivir y él siendo antipático con ella en todas y cada una de las aspiraciones. Cuando llega una invitación para que él se traslade al espacio exterior durante un tiempo, casi parece la mejor opción para salvar su matrimonio, pero todo se tuerce cuando a Henrietta le ofrecen la oportunidad de que un clon hiperrealista de Junior le haga compañía. Lo que sigue es una exploración de la condición humana y una exploración profunda de lo que significa establecer una conexión emocional con otra persona, pero aún más importante, mantenerla.
Foe establece un contraste entre los esperanzados y los desesperanzados, los apasionados y los complacientes, y cómo algunas personas se conforman con llevar vidas insatisfactorias si eso significa no tener que salirse nunca de la norma.
Puede que Davis no pinte el retrato más optimista de las relaciones, o de la humanidad, pero sí retrata lo importante que es conservar la propia individualidad incluso cuando parece inútil hacerlo.
8 君たちはどう生きるか [The Boy and the Heron] – dir. Hayao Miyazaki
Siempre es especial ver una película de un cineasta que evidentemente se siente al final de su carrera, y más cuando ese cineasta es alguien con una mente tan privilegiada como la de Hayao Miyazaki. No se puede negar que las películas de Studio Ghibli resuenan en muchas personas de todo el mundo, y en mi opinión tiene que ver con la forma en que retratan temas reales y las emociones humanas a través de historias fantásticas y personajes llenos de capricho.
Por desgracia, su obra no es para mí, y aunque a veces me pareció simpática y entretenida, no pude conectar con The Boy and the Heron. Una queja que siempre he tenido de las películas de Ghibli es lo precipitado que parece todo. Las conexiones existen, pero no llegan a formarse realmente, así que cuando las relaciones que abarcan se ponen a prueba no me importa demasiado, algo que aquí resulta especialmente evidente con el vínculo entre Mahito y Natsuko. Me habría gustado ver más de la historia del Tío Abuelo, sobre todo teniendo en cuenta que parece uno de los personajes más autobiográficos de Miyazaki hasta la fecha.
Estas películas tienen unos finales muy emotivos, pero me hubiera gustado que se los ganaran.
Yorgos Lanthimos se ha hecho un nombre contando historias oscuramente divertidas que no temen ahondar en los peores aspectos del ser humano. Algunas de sus películas lo hacen mejor que otras (pensemos en The Lobster frente a The Killing of a Sacred Deer), pero con Poor Things tenemos por fin esa rara y excepcional ocasión en la que un director encuentra el proyecto para el que siente que ha nacido.
Poor Things es una película sobre la feminidad, y aunque tiendo a mostrarme escéptico ante la idea de que un hombre se ocupe de este tipo de historias por razones obvias, no deja de ser excepcional ver lo bien que Lanthimos la ha desarrollado.
En ella seguimos a Bella Baxter, una mujer que fue creada con el único fin de hacer compañía a su creador, el Dr. Godwin, interpretado por un gran Willem Dafoe. Sin embargo, como nos ocurre a todos, Bella llega a una etapa de su vida en la que quiere algo más que quedarse sentada en casa con sus “padres” y, con la ayuda del famoso casanova Duncan Wedderburn, se dispone a ver el mundo por primera vez. Lo que sigue es la historia de una mujer en su camino hacia la libertad, descubriendo las alegrías del placer sexual, la naturaleza, a menudo, peligrosa de un hombre enamorado, las injusticias que se pueden encontrar en cada rincón del mundo, y la alegría y la belleza que existe enterrada bajo toda esta crueldad.
Emma Stone da lo mejor de sí misma en el papel de Bella Baxter, captando con maestría su rareza de un modo que nunca resulta forzado, y abrazando su falta de inhibiciones para ofrecer uno de los retratos más asombrosos de la liberación femenina. No se dejen engañar, esta historia no es de nadie más que de Bella Baxter, pero en aras de esta reseña diré que el papel de Mark Ruffalo como un hombre increíblemente patético no deja de ser inspirador.
Parece que hay un tema recurrente en bastantes de las películas que se han proyectado en festivales de todo el mundo. Y aunque no es el más agradable de los temas, creo que en cierto modo es positivo. Ese tema es la muerte, o quizás mejor dicho, entrar al “otoño de tu vida”, como tan poéticamente lo expresó Tran Anh Hung en The Taste of Things.
Quizás no sea sorprendente si pensamos en todos los grandes cineastas vivos que llevan casi medio siglo en la industria, pero definitivamente no es algo en lo que disfrutemos pensando. Sin embargo, con Perfect Days, Wim Wenders pretende asegurarnos que envejecer no es tan malo. Hay un trasfondo de emoción que fluye tan maravillosamente a lo largo de toda la película que, una vez más, me encontré al borde de las lágrimas durante la mayor parte de su duración, pero era el tipo de lágrimas que se sienten como si estuvieran limpiando algo mientras corren por tu cara.
Con cada una de las sonrisas de Hirayama puedes sentir cómo se afloja el nudo de tu pecho, aunque no supieras que estaba ahí. Perfect Days es una oda a la belleza de una vida sencilla, y quizá también un lamento por lo cada vez más difícil que es llevar una.
Puede resultar difícil entender lo que la marca Ferrari significa para la gente si se está alejado del mundo del automovilismo. En Italia y en muchas partes del mundo, Ferrari es una religión, que cuenta con miles, si no millones, de devotos seguidores que afirman no sangrar rojo, sino de rojo Ferrari. Si entiendes esto, o al menos lo intentas, entonces es probable que aprecies todo lo que Michael Mann ha conseguido en esta película.
Ferrari no es tanto una película sobre carreras sino sobre un hombre que se esfuerza por ser un dios entre los hombres. Porque si Ferrari es una religión, Enzo Ferrari es el dios al que rezan sus seguidores, y para seguir con esta analogía se podría decir que los pilotos de carreras que emplea son pequeños Jesús, dispuestos a sacrificar sus vidas en su nombre. Sin embargo, el propio Enzo parece olvidar que no es omnipotente, y su esposa Laura no teme recordárselo. Para alguien que valora tanto el control como él, olvidar las limitaciones de su poder puede resultar desastroso en más de un sentido.
Adam Driver sobresale en el papel de el comandante, mostrando un aplomo frígido que siempre parece a punto de quebrarse cuando se doblega ante el peso de tener un imperio sobre sus hombros. Y en el papel de Laura Ferrari, Penélope Cruz no es tanto la contraparte de Adam sino el corazón de la película. En los mejores momentos de la película, ambos luchan a muerte, e incluso cuando Enzo se impone, uno tiene la sensación de que Laura lleva las de ganar, algo que sin duda debe atribuirse a las dotes interpretativas de Penélope más que al guion.
Aunque la segunda hora de Ferrari es sin duda más apasionante que la primera, en conjunto sigue siendo una representación operística de un hombre imperfecto que dedicó su vida a las carreras y una oda agridulce a la escudería que él y Laura forjaron con sus propias manos.
Betterman logra algo que no había visto desde hace mucho tiempo en una biopic musical basada en la vida de un cantante: emotiva, metafórica, divertida y Robbie Williams está siempre honesto con su espectador y crudo con sí mismo.