En su segundo largometraje como director, Gael García Bernal (Déficit) trata de contar una historia sobre un joven desesperado por salir de la miseria en la que vive cometiendo toda clase de delitos. Sin embargo, lo más decepcionante de Chicuarotes, es la falta de empatía que los personajes generan en el espectador a pesar de todas las desgracias que tratan de superar. Considerando que el propio García Bernal alcanzó la fama internacional interpretando adolescentes obstinados en cintas como Amores Perros (2000) y Y tu mamá también (2001), uno esperaría que el ahora realizador tuviera más destreza al explorar la ambigua moralidad que poseen los personajes de Chicuarotes.
En esta historia escrita por Augusto Mendoza (Sr. Pig), Calagera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal) son dos amigos que trabajan como payasos en el transporte público de México. No obstante, cansados de la indiferencia de la gente, ellos deciden robar el camión donde acaban de realizar una de sus rutinas. A partir de este suceso, ambos personajes se ven envueltos en una serie de crímenes que tienen por objetivo darle el dinero suficiente a Calagera para escapar con su novia Sugheili (Leidi Gutiérrez) del pueblo de San Gregorio Atlapulco. La situación se complica cuando Calagera y Moloteco secuestran al hijo del carnicero del lugar y este solicita la ayuda del Chillamil (Daniel Giménez Cacho) para encontrar y castigar a los responsables.
El mayor problema de la cinta –y del guión, en específico– es que nunca encuentra un tono consistente al contar la historia, lo cual se debe a las evidentes ambiciones de García Bernal por retratar la complejidad que tienen este tipo de personajes dentro de un contexto tan complicado. La película va del melodrama a la acción y a la comedia e incluso llega hasta la violencia gráfica en cuestión de segundos, lo cual resulta en un esfuerzo disparejo que causa indiferencia al conflicto que vive Cagalera (Emmanuel).
Lo que inicia como una efectiva exploración de la pobreza que existe en algunos barrios cerca de la capital del país poco a poco se convierte en un melodrama digno de una telenovela al llevar a sus personajes a lugares comunes y usar la banda sonora para acentuar momentos trágicos que parecen subrayarle a la audiencia lo que ocurre en pantalla (“lo que están viendo es un crimen que meterá en problemas a los personajes” o “los personajes están viviendo una desgracia”). De igual forma, los personajes secundarios parecen estar en otra película completamente distinta, en especial aquellos interpretados por Dolores Heredia y Enoc Leaño, padres de Cagalera en la cinta, quienes tienen una trama secundaria con un conflicto que se resuelve de forma inverosímil y que alcanza un clímax hilarante cuando debería de ser una tragedia.
Lo destacable de Chicuarotes es la plataforma que le da a Benny Emmanuel y Leidi Gutiérrez para desplegar su talento y no cabe duda que, con proyectos mejor escritos y dirigidos, estos jóvenes actores tienen un futuro prometedor en la industria del cine. Aunque constantemente es eclipsado por el material tan accidentado que tiene en sus manos, Emmanuel es capaz de retratar de forma creíble el conflicto interno de Cagalera, mientras que Gutiérrez le da a Sugheili una inocencia que resulta entrañable en un entorno tan conflictivo. De enfocarse en el sueño de libertad que Cagalera comparte con Sugheili, Chicuarotes hubiera sido un drama juvenil memorable, gracias al contraste que brinda la frustración y el enojo de Cagalera y la ingenuidad que posee Sugheili y que ambos actores logran vender con creces a la audiencia a través de su relación. Pero como constantemente ocurre en la cinta, el guion traiciona a sus personajes durante el clímax, donde lo que ocurre con la pareja se siente forzado para crear un momento de asombro en el espectador.
De igual forma, la participación de Daniel Giménez Cacho resulta sorpresiva, ya que su personaje aparece hasta después de la mitad de la cinta para convertirse en el antagonista principal de la historia. En un guión superior y que hubiera introducido a su personaje más temprano en la historia, Giménez Cacho tendría la oportunidad de entregar otra brillante actuación como aquellas a las que nos tiene acostumbrados, pero en Chicuarotes, su personaje se siente como un cameo extendido que sirve para generar momentos de tensión innecesarios.
Considerando los interesantes proyectos en los que Gael García Bernal ha estado involucrado como actor en los últimos años (la serie Mozart in the Jungle y las cintas Museo, The Kindergarten Teacher, Coco y Acusada, por mencionar algunas), quizá el histrión debería enfocarse en estar delante de la cámara por el momento… o al menos hasta que un guion mejor escrito llegue a sus manos. Como historia, Chicuarotes es una premisa atractiva, pero es su ejecución la que convierte este esfuerzo en un melodrama que remite a producciones de la pantalla chica y que desperdicia todo el talento que tiene a su disposición en situaciones forzadas.
García Bernal quizá piense que está dirigiendo una versión contemporánea de Los olvidados de Luis Buñuel, pero lo único que su filme tiene en común con aquel de Buñuel es el sustantivo, ya que Chicuarotes pasará muy rápido al olvido.