Sebastián Lelio es un director chileno que, en los últimos años, se ha dedicado a explorar en el cine a mujeres muy diferentes entre sí. En Una mujer fantástica (2017), él nos presentó a la firme y enérgica Marina (Daniela Vega), mientras que en Desobediencia (2018), el realizador exploró el romance entre dos mujeres –Ronit (Rachel Weisz) y Esti (Rachel McAdams)– marcadas por la comunidad en la que crecieron. Ahora, dentro de un contexto estadounidense, Lelio examina en Gloria Bell (2018) el ocaso de la vida adulta del mismo personaje de su producción chilena de 2013, Gloria. Con la excepción de que, en esta ocasión, lo acompaña una magnífica Julianne Moore (Boogie Nights) en una ciudad de Estados Unidos que, al igual que el personaje titular, parece atrapada en el tiempo.
Gloria Bell (Moore) es una mujer divorciada que se ilusiona con cada oportunidad que le brinda la vida. Ella todavía visita clubes para ir a bailar durante las noches y asiste a clases de yoga donde los ejercicios asemejan prácticas New Age. Gloria aún actúa como la madre de sus dos hijos, Anne (Caren Pistorius) y Peter (Michael Cera), pero no es el tipo de mujer que quiere verse definida el resto de su existencia por su relación con ellos. Es así que, una noche, ella conoce a Arnold (John Turturro), un hombre divorciado que también persigue la idea de algo nuevo, pero que, a diferencia de Gloria, no está seguro de querer encontrarlo. Entre canciones pop de los 80 y un cálido Los Ángeles, California, Gloria tratará de perderse en la pista de baile una vez más antes de que sea demasiado tarde.
Aunque Gloria Bell no es la típica historia que está estructurada para resolver un conflicto, hay mucho por analizar en este retrato de una mujer adulta de clase media que se rehúsa a un último baile. Haciendo uso de sus conocidas habilidades para explorar las emociones y los conflictos internos de sus personajes, Sebastián Lelio convierte este remake de su propia cinta del 2013 en una película absorbente por la ingenuidad con la que vive su protagonista. Gloria Bell no despliega la misma ingenuidad inmadura de una adolescente, sino una ingenuidad con más sabiduría que la lleva a fascinarse por el mundo al saber lo efímero que puede resultar todo. Ella canta en su auto con la música a todo volumen, se sorprende a sí misma y a los demás cuando aprende a jugar paintball y, aún más admirable, está dispuesta a concederle el beneficio de la duda a un pretendiente que sólo ofrece focos rojos desde un inicio.
La vida alrededor de Gloria Bell puede parecer banal a simple vista, pero es el interior de este personaje el que le da color y energía a una cinta que está llena de espacios en blanco y que invita al espectador a sacar sus propias conclusiones. En el film, algunas conversaciones no terminan y muchos de los personajes secundarios no tienen un arco dramático en absoluto, pero la interpretación de Julianne Moore es tan compleja –desde la forma en que entrega sus líneas hasta los gestos y movimientos físicos que encuentra para el personaje– que el resto se encuentra implícito. Lelio logra mostrarnos el mundo a través de los ojos de su protagonista y aunque por momentos la audiencia podría desear un poco de lógica y dirección en la trama, la aventura de perderse junto con Gloria trae su recompensa en el tercer acto cuando Hillary Bell (Holland Taylor) acude al rescate de su hija y Gloria obtiene una revelación que da pie a una secuencia memorable donde la protagonista hace uso de sus habilidades adquiridas en el paintball para cerrar ciclos.
Existe cierta contradicción entre la cálida y apagada (pero intencionada) cinematografía de Natasha Braier (The Neon Demon) y la burbujeante personalidad de Gloria. Y es a partir de este juego entre el contexto y los escenarios en los que se desarrolla el personaje y su crecimiento interno que Lelio trata de transmitir un mensaje de perspectiva: lo importante no es si el vaso está medio lleno o medio vacío, sino cuál es la actitud que se toma ante ello. Pero este discurso no sería posible sin las tablas de una actriz como Moore, quien a pesar de tener calculado al personaje la mayor parte del tiempo, los verdaderos momentos donde brilla son aquellos en los que se entrega a las emociones que requiere la escena. En manos de otra actriz, nos reiríamos de lo que le sucede a Gloria, pero gracias a Moore, nos reímos con ella.
La cinta está llena de escenas simbólicas que probablemente se revelen mejor en una segunda vista. No obstante, en resumen, este es un filme sobre la inminente mortalidad del ser humano y todas las oportunidades que desperdicia mientras espera sentado. Esta tesis está presente en una de las escenas más intensas de la película, cuando Gloria ve en la calle a un hombre que maneja un títere en forma de esqueleto: el resto de la gente se limita a entretenerse al observar al muñeco, pero Gloria lo ve con cierto respeto. Ella se hinca ante él y pareciera que el esqueleto la reconoce. Pero antes de terminar su baile, el muñeco saluda a Gloria y ella se aleja de la multitud un tanto abrumada.
Gloria –al igual que su antecesora chilena, Marina, Ronit y Esti– termina por convertirse en otra musa de la cinematografía de Lelio. Gloria Bell es un complejo retrato femenino de una mujer que se niega a vivir bajo las expectativas que la sociedad le impone y que el director vuelve memorable gracias a la ayuda de una insustituible Julianne Moore. Esta es una comedia agridulce –un tanto cruel, pero sutilmente hilarante– que tiene una protagonista que incluso cuando ve la pista vacía y sin el brillo que tenía en su juventud, todavía está dispuesta a bailar hasta que las luces se apaguen.