Darren Criss me hizo hablar con mis papás

Cuando vi por primera vez Glee era el 2011, como una persona afecta a los musicales y la cultura pop, mejor conocido como theatre kid para muchos, no era de extrañar que sintiera una conexión, pero la verdad es que cuando apareció en mi vida Darren Criss como Blaine Anderson sería esa ayuda que no sabía que necesitaba.

Tenía 16 años cuando empecé a cuestionar mi sexualidad, pero fue hasta los 20 que tuve mi primera relación formal. Era un proceso silencioso, lleno de dudas, con ese miedo aprendido de que “ser gay no estaba bien”.

Blaine no era sólo otro personaje en una serie adolescente: en él encontré un espejo. Yo llevaba un par de años con mi novio y, al ver su relación con Kurt, no pude evitar decirme: “quiero eso, quiero algo así en mi vida”.

Su versión de Teenage Dream me atrapó de inmediato, pero más allá de la música hubo un momento que me marcó: cuando Blaine le manda a Kurt un simple mensaje con la palabra “courage”.

Ese gesto televisivo me dio fuerza en el mundo real, años después, cuando lo conocí en persona, le pedí que me escribiera esa palabra en el brazo y terminé tatuándola.

Era más que un fanatismo: era apropiarme de un símbolo que me empujaba a dejar de esconderme.

Ya tenía referentes LGBTQ+ en otras series, pero nunca uno tan claro, tan emocional y tan cercano como Kurt y Blaine. Ver cómo Kurt hablaba con su papá sobre aceptación me hizo pensar: “si él pudo, yo también”.

En ese entonces, mi relación con mis papás era buena, aunque no exenta de distancias. Mi mamá siempre fue cercana; mi papá, más reservado. Tenía miedo de que me rechazaran, de que aquella “conversación pendiente” rompiera algo.

Así que ideé un plan: volver a ver Glee desde el principio, esta vez con ellos. Quería que entendieran, a través de la ficción, lo que yo no me atrevía a decir en palabras.

Fue después de un episodio de San Valentín que sentí el impulso: “quiero eso, poder hablar con mis papás”. Poco a poco, al ver la serie juntos, empecé a entablar un puente de comunicación. Y cuando terminé mi primera relación, después de cuatro años, les hablé con honestidad.

Su reacción fue mucho más comprensiva de lo que mis miedos anticipaban. No hubo rechazo. No hubo drama. Sólo la confirmación de que podía ser yo mismo en mi propia casa.

Ese día sentí alivio. Por fin podía respirar. Por fin era libre.

Desde entonces, Darren Criss no ha dejado de ser un referente en mi vida. He estado en sus conciertos en México, en sus shows virtuales, incluso fui a su bar en Los Ángeles. Tengo tatuadas dos de las firmas que me hizo cuando lo conocí, una de ellas con el logo de Superman, otro de mis héroes favoritos y que él le da voz.

Cuando tuve la oportunidad de decirle algo en persona, sólo salió un “gracias”. Gracias por hacerme ser sincero conmigo y con los demás. Gracias por darme valor para aspirar a lo mejor de una relación. Hoy, más que un ídolo, me gustaría considerarlo un amigo.

A veces un personaje de ficción puede abrir más puertas que la vida real. Blaine me dio courage, Darren me dio perspectiva y mis papás me dieron aceptación. Esa suma cambió mi vida.

Si algo aprendí de esa experiencia es que todo mejora después de hablar con la verdad. Tal vez no todos tengan un Kurt o un Blaine en su camino, pero todos merecen tener el coraje de vivir sin máscaras.

Porque a veces la ficción no solo entretiene: rescata. Nos toma de la mano en silencio y nos enseña a nombrar lo que tememos.

Darren Criss me regaló una palabra —courage— y con ella descubrí que la valentía no siempre es vencer a los demás, sino atreverse a ser uno mismo frente a quienes más ama.

Y entendí que la verdad, cuando se comparte, florece en libertad.