Esperanzas enmascaradas: la historia del cine de superhéroes
Es común escuchar que las películas de superhéroes no son más que una moda actual y por ende, pasajera. Esto es sólo parcialmente cierto, pues aunque el subgénero vive un auge sin precedentes que eventualmente disminuirá en beneficio de otra tendencia –no lo decimos nosotros, sino la propia historia del cine–, sus protagonistas llevan más de un siglo librando toda clase de aventuras en pantalla.
No menos sorprendente es el hecho de que la historia audiovisual de estos héroes no empieza en los Estados Unidos, sino en Francia con un serial silente en doce entregas titulado Judex (1916). No esperen grandes poderes de su personaje titular, un simple hombre enmascarado que busca vengar a su familia, arruinada para siempre por culpa de un banquero corrupto.
Pasarían más de 20 años para que el salto a las pantallas estadounidenses se concretara con Mandrake (1939), con el bien conocido mago enfrentándose a un malvado científico identificado bajo el nombre de Wasp. La tendencia continuó con The Shadow (1940) sobre un veterano aviador de la Gran Guerra que se ocultaba detrás de una máscara para enfrentar al crimen organizado.
La enorme popularidad de ambos seriales resultó en el primer boom del subgénero con proyectos encabezados por personajes más apegados a la concepción actual del superhéroe. El primero de todos fue Adventures of Captain Marvel (1941) que por ese entonces pertenecía a la extinta Fawcett Comics. Le siguieron Batman (1943), The Phanton (1943), Captain America (1944) y Superman (1948). Algunos de estos títulos se sustentaron en amenazas netamente fantásticas en pos del escapismo de las audiencias, mientras que otros aprovecharon las propiedades de una época especialmente compleja para incorporar a sus protagonistas a misiones de espionaje en plena II Guerra Mundial. Tal fue el caso del hombre murciélago, cuya misión implicaba la búsqueda de agentes secretos relacionados con los bombardeos de Pearl Harbor y que ahora estaban ocultos en algún lugar de Gotham.
No pasó mucho tiempo para que el formato perdiera potencia ante el ascenso de la televisión en plena posguerra, pero sus fórmulas resultaron más que efectivas al convertir al superhéroe cinematográfico en un símbolo de resiliencia y esperanza en tiempos difíciles. ¿Les suena conocido? Sí, algunas cosas nunca cambian…
Guerreros de dos mundos
La era del serial cinematográfico terminó en 1950 con el estreno de Superman and the Mole-Man. Pasó a la historia como el punto final del formato, pero más importante aún por marcar la transición del superhéroe hacia nuevos espacios, en este caso la serie de televisión. Un paso decisivo que no habría sido posible sin el buen trabajo de George Reeves que por muchos años figuró como el kryptoniano definitivo. Esto por su estupenda interpretación, pero también por sus continuos acercamientos al público en toda clase de eventos a los que asistía caracterizado como el personaje. Un legado que creció de manera exponencial con la serie The Adventures of Superman que fue transmitida de 1952 a 1958, pero que se vio entorpecido por toda clase de disputas contractuales y finalmente por su misteriosa muerte que sigue suscitando rumores hasta nuestros días.
Esta trágica culminación propició que el retorno de los superhéroes a la pantalla tomara casi una década, pero la espera valió la pena. Después de todo hablamos del Batman de Adam West, quien debutó con la película Batman (1966) que posteriormente desembocaba en la popular serie homónima. Hoy día es común escuchar que se trataba de una serie infantil, cómica e incluso groovy, pero lo cierto es que resultó trascendental para las adaptaciones de comics: selló el acercamiento definitivo del público general con el mundo de los superhéroes, enfrentó al murciélago con la parte más importante de su galería de villanos e incluso lo puso en situaciones de peligro extremo y dilemas de tipo sexual que contribuyeron al interés del público adulto. Sus aportaciones fueron tantas que es imposible entender el subgénero sin él.
Podría pensarse que el mundo estaba listo para una era dorada del superhéroe cinematográfico, pero la promesa no se concretó. Al menos no desde Hollywood, pues el vacío de adaptaciones norteamericanas fue llenado por guerreros de otras latitudes como el francés Mr. Freedom (1969), el polaco Hydrozagadka (1970) o el mexicano El Chapulín Colorado (1973). Incluso Godzilla, que en 1977 fue reconocido como un auténtico superhéroe.
Parecía que los grandes héroes y villanos del cómic no tenían cabida en la industria cinematográfica. Pero todo cambió en 1977 cuando el mundo entero quedó fascinado por un hombre que podía volar.
El primer gran héroe
Si los superhéroes batallaron tanto en dar el salto definitivo al cine no fue por falta de interés de los estudios ni del público, sino porque los efectos visuales no eran lo suficientemente avanzados para replicar los increíbles poderes mostrados en los impresos. Tal fue el caso de Spider-Man (1977) que apela más a la serie B que al auténtico blockbuster.
En el caso de Superman (1978), la producción encabezada por RichardDonner batalló considerablemente en la creación de un vuelo realista en dos dimensiones. ¿Qué significa esto? El kryptoniano de los seriales sólo volaba en línea recta, ya fuera hacia cuando se elevaba por los aires o en horizontal cuando surcaba por los cielos. Este no, pues la producción descifró el modo de hacerlo volar en diagonal para aumentar el realismo. Una proeza que hoy puede parecer insignificante, pero de tal complejidad que no pudo ser superada sino hasta el 2006 con Superman regresa que añadió un tercer eje que permitió al héroe volar en profundidad. El toque final vino con una pantalla azul para reemplazar el fondo en posproducción y que obligó a un ligerísimo cambio en la tonalidad del vestuario del héroe.
Pero lo cierto es que, por más fascinantes que estos fueron, el público no se enamoró de esta película por los efectos visuales, sino por Christopher Reeve. Algo irónico si consideramos que la campaña promocional priorizó la presencia de MarlonBrando y GeneHackman, y apenas le dio importancia al actor que daría vida al personaje titular. La razón: el presunto desencanto del estudio ante la falta de un gran nombre para encarnar al héroe americano por excelencia, acentuado por los rechazos de grandísimos histriones como RobertRedford, PaulNewman y JamesCaan. El tiempo daría la razón a Donner y al director de casting Lynn Stalmaster quien desde muy temprano en la preproducción insistió en Reeve. Hoy día sigue siendo imposible separar al actor del superhéroe, y cada nuevo intérprete debe enfrentarse con la enorme sombra del que hoy día aún es considerado el Superman absoluto.
A pesar de su trascendencia para la que sigue siendo una de las franquicias más memorables de la historia, el tiempo fue injusto con el histrión: por el encasillamiento y porque el proyecto cayó en picada en un punto intermedio entre la partida de Donner de Superman II (1980) y Superman III (1983), para tocar fondo con Superman IV (1987) que figura entre las películas peor evaluadas del subgénero. Sucesos que mermaron su carrera y que añaden un aire nostálgico a sus últimos años de vida, condenado a una silla y asistencia médica por un accidente. Pero más allá de los altibajos narrativos de la saga kryptoniana, el Superman de Reeve debe ser visto como el gran parteaguas del cine de superhéroes que finalmente parecía listo para el salto decisivo a la grandeza.
Aunque de nueva cuenta, fue necesario esperar más tiempo del pensado inicialmente para que el paso se concretara…
Auge y debacle gótica
Los pronósticos iniciales auguraban que Superman detonaría una ola de superheroicas adaptaciones. En su lugar, las audiencias tuvieron que conformarse con las ya mencionadas secuelas de un nivel cada vez menor que continuaron llegando hasta 1987.
A esto sumemos el spinoff Supergirl (1984) en el que Reeve se negó a participar, las secuelas de la infame cinta arácnida tituladas Spider-Man Strikes Back (1978) y Spider-Man: The Dragon’s Challenge (1981) que apuntaban más bien a la televisión o la japonesa Supaidâman (1978) que mostraba a la araña en una aventura nipona. Todo esto sin olvidarnos de títulos como Flash Gordon (1980), Swamp Thing (1982), The Toxic Avenger (1985) o The Punisher (1989). Unas alcanzaron el culto y otras se perdieron en el tiempo. Si el joven subgénero no alcanzó el brillo esperado fue de nueva cuenta por las limitantes en los efectos visuales, pero también por la falta de confianza desde la industria ante la idea de que estos personajes apuntaban sólo al aficionado del cómic y que nunca triunfarían entre las audiencias masivas.
Sus fórmulas resultaron más que efectivas al convertir al superhéroe cinematográfico en un símbolo de resiliencia y esperanza en tiempos difíciles. ¿Les suena conocido? Sí, algunas cosas nunca cambian…
A no ser que fuera uno con un exitoso historial audiovisual que le respaldara, claro está, como fue el caso del hombre murciélago. Pero no se confundan que esto para nada significa que el regreso del encapotado estuviera sustentado en la seguridad. Todo lo contrario, pues si hubo algo que caracterizó a Batman (1989) fue si altísimo riesgo que corrió en todos los sentidos, siendo su director el primero de todos. En aquel entonces Tim Burton era más una promesa que una realidad, con una carrera creativa sustentada en la animación, el cortometraje –algunos de ellos verdaderamente brillantes– y dos comedias cargadas de excentricidad como La gran aventura de Pee-Wee (1985) y Beetlejuice (1988). Si Warner le concedió el mando fue por los estupendos resultados de este último título y porque consideró que su aura oscura resultaría idónea para el héroe.
La decisión desembocó en otra controversia: el casting. El estudio quería a un héroe de acción, pero Burton quería evitar los estereotipos e insistía en un actor que reflejara la dualidad del personaje. La elección de MichaelKeaton generó incertidumbre e incluso malestar entre los aficionados que no confiaban en un actor al que etiquetaban de cómico. El tiempo daría la razón al realizador, al grado que hoy día son muchos los que creen que su Batman sigue siendo el mejor de todos.
Y para terminar un presupuesto titánico de casi $50 MDD que en buena parte fue aprovechado para la construcción del que actualmente sigue figurando entre los sets más grandes de todos los tiempos. Una Gótica impresionante e inmersiva que resultó crucial para capturar la visión de Burton así como la esencial del caballero nocturno.
Una cinta tan oscura como madura con la que se demostró de una vez por todas que el cine de superhéroes no tenía por qué ser infantil, y lo suficientemente exitosa como para dejar en claro que el buen tratamiento de estos guerreros podía cautivar al público general. Marcó un boom que incluyó títulos tan variados como Las Tortugas Ninja (1990), Rocketeer (1991), La sombra (1994) e incluso El fantasma (1996), además de la controvertidísima secuela Batman regresa (1992). Una película que para muchos superó lo hecho por la original, en historia y villanos, pero también en oscuridad. Una característica que terminó por condenar el proyecto. Y es que Warner quería complementar el éxito en taquilla con la venta de licencias y productos infantiles, lo que se complicó de sobremanera con elementos tan lúgubres como el circo gótico, la atormentada Catwoman y el perturbador Pingüino. Burton fue relegado del mando que pasó a manos de JoelSchumacher, quien concibió un héroe más amable y colorido, incluso sonriente cuando encarnado por George Clooney. Una decisión que facilitó el marketing familiar, pero que condujo al murciélago a un bache del que tardaría casi diez años en salir.
Pero el paso decisivo estaba dado. Su influencia se hizo aún más palpable en años venideros con títulos como El cuervo (1994), Spawn (1997) y Mystery Men (1999). Pero sobre todo en Blade (1998), el oscuro filme vampírico que detonó la era moderna del superhéroe.
Una nueva era
Por irónico que parezca, la gran era dorada de las adaptaciones de comics no llegó de la mano de un superhéroe, sino de un vampiro. O algo así, recordando que Blade es una mezcla de dos mundos que lucha contra la tiranía del chupasangre. Su cinta resultó en una alternativa distinta y como tal fue crucial para seguir cautivando la atención de un público cada vez más interesado en estos personajes extraídos del impreso.
Aunque fue la primera adaptación de la era moderna, la peculiaridad de la historia y del personaje titular propició que el auge del superhéroe cinematográfico contemporáneo fuera atribuido a X-Men (2000). Un proyecto mucho más convencional centrado en el popular equipo mutante y muy especialmente en Wolverine. El casting, como ya empezaba a hacerse costumbre, estuvo en la mira de los fervientes aficionados: el de PatrickStewart como Charles Xavier fue aplaudido, el Ian McKellen provocó dudas por el temor a que su Magneto luciera demasiado frágil, mientras que el de Wolvie generó pavor. Un desconocido, extremadamente alto y delgado para un personaje impreso pequeño y fornido, y los únicos consuelos parecían ser la fidelidad al peinado del cómic y el atinado sonido de sus garras retráctiles. Quizá por ello la sorpresa fue mayor cuando el australiano conquistó al público con un trabajo excepcional que eventualmente le convertiría en una auténtica leyenda. El mayor dilema vino del vestuario, tan ovacionado en su momento por sus tintes realistas que fue trasladado al cómic, hasta que el tiempo le tornó insípido por su nulo colorido. Sí, nos quedamos con el spandex amarillo…
Este debate fue fundamental para Spider-Man (2002), que se olvidó del cuero negro para decantarse por una licra a la vieja usanza. Bueno, no tanto, pues sus incontables vivos no tenían nada que ver con las mallas utilizadas por Christopher Reeve. Fue una de las muchas piezas que se tornarían claves para el éxito de la cinta dirigida por SamRaimi y estelarizada por un improbable TobeyMaguire, quienes marcarían un nuevo parteaguas para estos proyectos. No sólo concretó el sueño de una película que hiciera justicia al popular héroe arácnido –una proeza tan grande que ni James Cameron pudo concretar–, sino que añadió ligereza al subgénero. Con tintes de humor, pero también con una franca inmersión al fantástico. Porque como bien dijimos anteriormente, el cine de superhéroes buscó por años en el realismo, temeroso de que cualquier otra ruta resultara incomprensible para el público general. Spidey terminó para siempre con estos estigmas, dejando además muy en claro que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
El paso, sin embargo, se vio obstaculizado por una brillantísima Batman inicia (2005) que dirigida por Christopher Nolan apeló por el realismo. No tan extremo como unos dicen, pues como bien decía Gordon, se trata un hombre saltando por los tejados disfrazado de murciélago. Aunque siempre palpable en una narrativa que desechó a los villanos de bases fantásticas y que priorizó a todos aquellos que pudieran enfatizar las distintas preocupaciones sociales de la época, como la amenaza terrorista tras el 9/11 o el impacto de la Crisis Financiera Global de 2008. Y evidentemente en Gótica. Atrás quedó la magnífica urbe art decó y languiana de Tim Burton, reemplazada simplemente por… Chicago.
Es considerada por muchos como la obra cumbre del cine de superhéroes, una aseveración que suele ser respaldada con el Oscar a HeathLedger –fue la primera vez que el subgénero se hizo con una estatuilla de peso– y las presiones del público y la crítica que exigían nominaciones a Mejor director e incluso Mejor película. Aunque el sueño no se concretó, la trilogía gótica dejó claro que estos proyectos habían dejado de ser entretenimiento banal y se habían convertido en un reflejo sociopolítico y en un canal de resiliencia para sus cada vez mayores audiencias.
El nacimiento de las grandes franquicias
Pocos saben que el Woverine de HughJackman estuvo cerca de tener un cameo en la Spider-Man de Raimi, pero el encuentro no pudo concretarse porque, según el propio actor, “el traje estaba perdido en algún lugar”. Fue lo mejor que les pudo pasar a ambas partes, pues la aparición no contaba con una autorización oficial y muy probablemente habría desembocado en un conflicto legal por los derechos cinematográficos de los personajes. Los de X-Men, FantasticFour y Daredevil pertenecían a Fox, los de Spidey a Columbia y los de Hulk a Universal. ¿Y el resto de la galería marvelita?
Luego de deambular por diversos estudios con adaptaciones fallidas o inconclusas, los derechos cinematográficos de CapitánAmérica, IronMan, Thor y otros fueron revertidos a MarvelStudios. Personajes clásicos aunque de popularidad media, lo que no evitó que un visionario KevinFeige vislumbrara una oportunidad en ello. Después de todo, ¡hablamos del núcleo de los Vengadores!
El recorrido comenzó con Iron Man (2008), una apuesta de altísimo riesgo por la dirección de JonFavreau y sobre todo por la presencia estelar de un RobertDowneyJr. cuya prometedora carrera parecía perdida para siempre a causa de sus adicciones. No sólo funcionó, sino que fue un éxito rotundo. Más fascinante es la historia tras su inolvidable escena poscréditos, que nació más como un juego que como un plan a futuro, pero que generó tan altas expectativas que fue creciendo con cada proyecto hasta dar el MarvelCinematicUniverse que conocemos hoy el día. El éxito de la fórmula se debió a la replicación directa a la usada en los comics, que por años han contado con títulos individuales complementados por todo tipo de encuentros y sobre todo crossovers. Esto último lucía como la gran frontera por cruzar, pues parecía imposible pensar que una película pudiera hacer justicia a todos los miembros de cualquier alianza o que siquiera saliera adelante ante los egos conjuntos de tantos actores protagónicos. El proyecto imposible se concretó con The Avengers: Los Vengadores (2012), cuyo estreno abrió las puertas a cada vez más desafíos que antes eran simplemente impensables.
A pesar de la efectividad comprobada de esta ruta, DC Comics se decantó por una distinta al decantarse por sus eternos pilares Superman y Batman, para luego marchar directamente al magno encuentro. Sería absurdo decir que Liga de la Justicia (2016) fracasó por esto, pues fueron muchos los factores que contribuyeron a su tibia aceptación: fue tardío si lo comparamos con el de la competencia, padeció un cambio abrupto de director quien además atentó directamente con la esencia de la franquicia construida hasta entonces, no hubo oportunidad de profundizar en personajes desconocidos como Cyborg o estigmatizados como Aquaman.
La batalla del DC Extended Universe –o Worlds of DC, como es su nombre oficial– parecía perdida. Al menos hasta que la franquicia cambió el rumbo, relegando al kryptoniano y al murciélago a un rol secundario y decantándose por otros personajes, tal vez secundarios para todos aquellos que no estén familiarizados con estos impresos, pero que han dado un margen de maniobra impresionante. MujerMaravilla (2017) que exaltó la fuerza femenina, Aquaman (2018) que apeló al viejo cine de aventuras o Shazam! (2019) que se decantó por el terror infantil ochentero son buenas pruebas de ello.
¿La inminente implosión del subgénero?
El vuelo del superhéroe contemporáneo acumula más de 20 años. Algo sorprendente si consideramos lo mucho que estos proyectos batallaron por llegar a la pantalla, la poca confianza inicial de la industria e incluso los estigmas del público general. Pero en el cine como en la vida nada es eterno y es evidente que esto incluye al popular subgénero. La gran pregunta es, ¿cuándo comenzará la debacle?
StevenSpielberg, quien no es el mayor aficionado de estas películas, equiparó a las adaptaciones de comics con el western al decir que eventualmente llegará un punto de implosión. Para entender la comparación, vale la pena recordar que el oeste gozó de una enorme popularidad por varios años, hasta que ésta se desvaneció porque sus ideales dejaron de coincidir con las visiones del mundo. Por su parte, el éxito fílmico de los superhéroes suele atribuirse a que su naturaleza les permite enfrentar las adversidades de un mundo cada vez más complejo, lo que invariablemente ayuda al público a sobrellevar una existencia llene de miedos y preocupaciones. Hablamos de un Siglo XXI marcado por el 9/11, la Guerra contra el terror, la Crisis Financiera Global, DonaldTrump, el Brexit, la COVID-19 y una larguísima lista de crisis sociopolíticas. No hay poder humano que pueda soportar esto, ¿pero qué tal uno sobrehumano?
Bajo esta premisa, podemos asegurar que las películas de superhéroes perderán popularidad cuando el mundo retome al menos ligeramente el rumbo. O claro, cuando surja una línea narrativa que permita soportar mejor las preocupaciones de la realidad.
Mientras tanto sólo nos queda rendirnos ante la potencia narrativa y simbólica de estos guerreros, que con casi un siglo de existencia, no sólo impresa sino cinematográfica, pueden presumir una capacidad de adaptación envidiable para cualquier ficción y de una cantidad virtualmente infinita de historias. Llegará el día en que estos héroes y villanos se resguarden en sus guaridas, pero los que amamos a estos personajes sabemos que siempre estarán ahí, esperando pacientemente un nuevo llamado para cuando la ocasión así lo amerite. Los eternos superhéroes que merecemos y sobre todo que necesitamos.