En los albores del año 1900 se conocían como Senga Eiga (“película con líneas dibujadas”). Tiempo después las llamaron Doga (“imágenes con movimiento”) y desde los años 60 se le conoció como アニメーション (Animeeshon) para luego acortarse a アニメ (“anime, ánime o animé). Pero es lo mismo: el alfa y la omega de la pasión de millones alrededor del mundo, la animación japonesa.
Pero para llegar al tremendo boom internacional que es hoy por hoy el anime ocurrieron muchas cosas. Aunque los albores coinciden incluso con el inicio de la animación en occidente, la forma de plasmar historias e ideas a través de dibujos en movimiento ha tenido una identidad propia en Japón desde su comienzo.
¿Cuál es la historia del anime, su reto por evolucionar y trascender? ¿Cómo es que la constante vanguardia tecnológica que caracteriza a Japón se plasma en la forma en la que el anime nos sorprende año con año con nuevos estilos y formas de contar historias de tantos géneros diferentes? ¿Cuál fue el secreto para que, tras una muy corta curva de aprendizaje, los grandes estudios aprovecharan no sólo para sobrevivir laboralmente a la pandemia, sino incluso aprovechar las circunstancias?
Queridos amigos, los invito a leer mi investigación sobre la apasionante historia del anime, una forma de hacer películas y series que cautiva cada vez a más adeptos alrededor del mundo.
Los inicios y por qué es diferente
Hay algo muy peculiar con el inicio del anime. Y es que pasó casi un siglo para que se lograra definir el comienzo de la animación japonesa, cuando el investigador y experto en iconografía Natsuki Matsumoto consigue a finales de 2004 algunas películas y proyectores antiguos de manos de un comerciante de Kioto.
Entre los hallazgos se encontraba una tira llamada Katsudō Shashin (conocida también como Fragmento de Matsumoto), la cual duraba únicamente 3 segundos y mostraba un jovencito escribiendo en kanji antiguo las palabras “imágenes en movimiento”, para luego quitarse el sombrero y saludar.
Tanto Matsumoto como el historiador Nobuyuki Tsugata concordaron tras intensas investigaciones que el filme se ubicaba entre 1907 y 1911, aunque se trataba de una cara curiosidad enfocada solamente a japoneses (por la presencia de los complicados kanji “locales”) y para un público de altos recursos, por el precio elevado que tendría tanto la tecnología como el proyector adecuado para ver ese loop infinito de 3 segundos.
Pero en sí, la proyección de una película animada como tal llegaría una década después, luego de que Japón quedara fascinado en 1912 con Les Exploits de Feu Follet de Émile Cohl. Oten Shimokawa estrenaría el hoy extraviado cortometraje de 5 minutos titulado Imokawa Mukuzō Genkanban no Maki en el Teatro Asakusa Kinema Kurabu de Tokio para abril de 1917, Saru Kani Gassen del pintor Saitaro Kitayama en mayo, mientras que la amarillenta Hanawa Hekonai, Meitō no maki (Hekonai Hanawa y su nueva espada) de Kōuchi Jun’ichi llegaría en junio del mismo año.
De allí se irían sumando más artistas expertos en otros ramos, quienes implementarían diferentes técnicas en ausencia del caro y poco conseguible celuloide. Temáticas como respeto a los ancianos, cuentos infantiles clásicos y leyendas del Japón antiguo eran los preferidos por el público y realizadores, con animaciones que poco a poco tendrían mayor duración, mejor técnica y narrativa.
Dos elementos cruciales que ayudaron a que los japoneses avanzaran rápidamente pero con su propio estilo fueron: 1) la atenta observación y admiración por las obras occidentales; 2) el impecable trabajo en equipo y sin competencia maliciosa: los grandes maestros como Shiobara Tasuke, Yasuji Murata y el mismísimo Kenzo Masaoka iniciarían como pintores, dibujantes, estudiantes y hasta actores, pero con gusto transmitirían sus aprendizajes (basados muchas veces en el famoso “prueba y error” a sus discípulos, sin empacho alguno y en pro de ascender a una distante era dorada del anime japonés (aunque no se llamara así sino hasta décadas más adelante).
El ascenso y su... ¿época dorada?
Cosa curiosa: a diferencia de occidente, la época dorada del anime en Japón no serían los años 50 o 60 del siglo pasado… ¡sino los inigualables años ochenta! Y es que, aunque las implementaciones tecnológicas comenzaron en 1929 con Una rana es una rana (Kaeru wa kaeru) empleando la primera cámara de motor automático para optimizar la velocidad de producción, la ausencia del celuloide en Japón por tantos años obligó a los artistas a emplear técnicas tan peculiares como la animación con recortes e incluso tardíamente (años 50) el uso de muñecos bunraku.
Fue en 1930 cuando Kenzo Masaoka no sólo aprovechó su posición acomodada para realizar películas con el carísimo celuloide, sino que en su segunda obra (Chikara to onna no yo no naka o Las mujeres son la fuerza mueven el mundo) implementa el sonido con voces en off.
El éxito e impulso de tal logro desencadenaría que en 1935 realizara El hada del bosque (Mori no yosei), comparada por especialistas y críticos con las mismísimas Silly Symphones de Walt Disney (1929-1939). Tales logros –junto con ser uno de los poquísimos realizadores en negarse a hacer propaganda para el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, optando por producciones pacifistas y con mensaje– lo han catalogado irrefutablemente y por décadas como “el padre del anime”.
Y es justo fue ese enorme “bache moral” de la Segunda Guerra Mundial el que privó al anime de haber vivido su era dorada entre los años 30, 40 y 50 tanto durante como poco después de la guerra, y aunque hubo avances en cintas propagandistas como Momotaro, dios de las olas (1943) o Las águilas marinas de Momotaro (1942), el obvio bloqueo de occidente ocasionó que Japón viera Blancanieves y los siete enanitos hasta 1950, en lugar de su año de estreno, en 1937.
Por supuesto, hubo maravillas como Sakura (1948) o la animación con siluetas Fantasía de la Dama Mariposa de Kazugoro Arai y Tobiishi Nakaya (1940) con música de Puccini. Pero el que el mundo no “perdonara” a Japón hasta entrados los años 50 afectó de algún modo el boom del anime en el resto del mundo.
Sería entonces a partir de 1958, cuando Toei Company evoluciona la división Toei Doga (1948) a Toei Animation, el año en que la producción de anime comenzaría a realizarse de forma ordenada y, más importante aún, con miras de exportación. Personajes hoy icónicos como Isao Takahata y Hayao Miyazaki (futuros fundadores de Studio Ghibli) se gestaron allí (¿sabían que Miyazaki hacía los escenarios de la exitosa adaptación anime Heidi?) y dieron inicio a una enorme escuela de animadores, dibujantes, guionistas y por supuesto actores y actrices de voz (identificados actualmente como seiyuu), elementos que imprimirían características únicas a cada uno de los más de 400 estudios de animación que existen actualmente en Japón.
Pero fue entre finales de los 70 e inicios de los 80 cuando la aparición de subgéneros como el mecha (robots gigantes), la producción masiva de series para TV (Astroboy inició con tumbos en 1953 pero pasarían años para que creciera a un nivel remotamente cercano al que conocemos hoy) y hasta la invención del formato OVA los detonantes que comenzarían la verdadera Era Dorada del anime.
Dicha situación, pese a un ligero letargo a mediados/finales de los noventa, se prolonga aún hasta nuestros días, con más y mejores estilos de animación, distribución más inmediata (Toei fue responsable de poner un turbo a esto en 1993 con la digitalización del proceso de animación) y el actual coloso de las plataformas streaming, sumado a una mejor distribución internacional en salas de cine.
Que el mundo no "perdonara" a Japón hasta entrados los años 50 afectó de algún modo el boom del anime en el resto del mundo.
Vanguardia constante (y a prueba de pandemias)
Podría decirse que, empeñarse para proseguir con sus producciones pese a guerras, terremotos, ataques terroristas y otros desastres preparó a la industria del anime para entender, estudiar y hasta cierto punto superar a la pandemia.
Mientras que muchos estudios occidentales atrasaron proyectos o incluso cerraron definitivamente, Japón tuvo una moderada curva de aprendizaje durante 2020, repuntando en todavía más producciones como series y películas por temporada (unas 4 al año) e incluso llevando estrenos a nuevos países y regiones.
¿Cómo olvidar, por ejemplo, la increíble y admirable hazaña de los estudios Kyoto Animation (KyoAni), quienes no sólo superaron los problemas de la pandemia, sino un horrendo ataque incendiario que segó la vida de muchos artistas? Y sin embargo, tras meses de arduo esfuerzo y cariño por los ausentes, lograron terminar el final de Violet Evergarden.
Parte del fenómeno es la afortunada adquisición de Crunchyroll por parte de Sony, lo que hoy en día está dando como resultado la fusión gradual de Funimation con la plataforma de anime color naranja, ¡convirtiéndose en la plataforma de streaming anime más grande y extensa en el planeta!
El futuro, ¡más brillante que nunca!
¿Y qué pinta el mañana para la industria del anime? No importa que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas ignore a este dragón de muchas cabezas, pues tanto la crítica mundial como la creciente cantidad de entusiastas y fans absolutos demuestran su predilección no sólo con palabras, sino con millones de yenes en ganancias y consumo, llegando al punto de que los mejores dividendos se obtienen del extranjero y no de Japón.
“Es difícil operar un negocio únicamente en Japón“, comentó el VP George Wada de Production I.G a Financial Times. “Por ejemplo, en lugar de un proceso de dos etapas en el que lanzamos éxitos de Japón al resto del mundo, ahora debemos concentrarnos en que nuestros contenidos no sólo resuenen primero en Japón, sino a nivel internacional en un breve intervalo“.
Y el boom de plataformas streaming lo sustentan, pues aunque Netflix, Prime Video, HBO Max y Disney+ no sean prioritariamente de contenidos anime, el éxito comprobado ha empujado a todas a realizar alianzas para producciones originales (siendo Netflix la vanguardia hasta ahora) o adquirir licencias de fama y costo elevado, como la vaca sagrada de Hideaki Anno, Evangelion 3.0+1.1 Thrice Upon a Time (Amazon).
La historia del anime es emocionante y con sus bemoles, pero el saber que el presente es en realidad la cúspide de su era dorada y que LO ESTEMOS VIVIENDO, es estupendo no solo por hacernos parte de la historia, sino por la increíble oportunidad de ser testigos, temporada tras temporada, de su evolución y crecimiento a nivel mundial.