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La historia de éxito de las telenovelas

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Con más de medio siglo de historia, las telenovelas han sido el fiel reflejo de un público ansioso de un final feliz.

La historia de las telenovelas es tan enrevesada como sus propias tramas. Un origen incierto, protagonistas que han ido de lo socialmente relegado al clamor popular y un futuro dudoso que no deja de soñar con el final feliz.

Hay quienes dicen que las bases de las telenovelas nacen en la Cuba prerrevolucionaria, no con el formato televisivo que todos conocemos y que les da nombre, sino con las llamadas lectoras. Mujeres especializadas en la narración de historias y noticias que relataban tramas seriadas a las trabajadoras en las fábricas de tabaco de la isla. Otros las atribuyen al cine mexicano de los 30 y 40, cuyo crecimiento industrial aunado a sus tintes melodramáticos –la exploración de la tragedia y la sobreactuación– sentaron las bases de un nuevo y muy popular audiovisual. También están los que hablan de Brasil, cuya Sua vida me pertenece (Tu vida me pertenece) estrenada en 1951 pasó a la historia como la primera telenovela de todos los tiempos, seguida de la cubana Senderos de amor y la mexicana Ángeles de la calle que llegaron ese mismo año pero unos meses después. Incluso hay quienes dicen que merecen ser consideradas un logro iberoamericano conjunto ante la popularización generalizada de la radionovela en todo el territorio.

Más impactante es el hecho que, si bien han sido etiquetadas como un fenómeno regional muy concreto, algunos estudiosos consideran que sus inicios se remontan a Estados Unidos e incluso Europa. Los norteamericanos por su desarrollo de la radionovela en los 30, cuyas tramas saltaron a una joven televisión en los 40, en ambos casos con el respaldo económico de compañías de jabón que les valió el nombre en inglés que todos conocemos hasta ahora: soap opera. Del viejo continente por el modernismo literario comenzado por Madame Bovary y que marcó el rompimiento de las viejas estructuras narrativas con historias provocadoras que pretendían llegar a un mayor número de personas.

Estos debates para nada resultan intrascendentes, sino que son fundamentales para entender el éxito de las telenovelas: historias aparentemente primarias, pero dotadas de una universalidad que les ha permitido trascender en el mundo entero por más de medio siglo.

El poder del melodrama

Las telenovelas han sido descritas hasta el cansancio como auténticos cuentos de hadas. Un personaje central de orígenes humildes y casi siempre de género femenino que lucha contra todo tipo de adversidades, entre los que sobresalen los prejuicios sociales, con el fin de mejorar su condición económica, lo que a su vez le permitirá estar con el amor de su vida que suele pertenecer a una clase elevada. Aunque es fácil entender que los análisis más superficiales remitan a la fórmula básica de Cenicienta, estas narrativas son más complejas de lo que parecen al englobar los distintos problemas que aquejan a las sociedades para las que fueron creadas.

Así lo manifestó en reiteradas ocasiones Carlos Monsiváis, cuyas distintas deconstrucciones de la telenovela apuntan a las diversas crisis que han aquejado a Iberoamérica a lo largo de toda su historia. Éstas incluyen pobreza extrema, violencia doméstica y social, pensamiento predominantemente religioso por encima de la lógica científica, así como el desencanto hacia las élites y muy especialmente hacia la esfera política. Esto último resulta especialmente curioso, pues siempre hay una esperanza de que una persona de jerarquía pueda diferenciarse del resto. Más sorprendente es el hecho de que muchos de estos factores se remontan hasta los tiempos de la colonia, lo que permiten entender la extrema integración de la telenovela en nuestro imaginario colectivo.

A esto se suma una construcción netamente popular que facilita su aceptación entre el público masivo, desechando de lleno la reflexión para centrarse netamente en la identificación. O como diría el escritor y periodista mexicano [vía], “asociar con la telenovela a sucesos que concentran la atención de un país es señalar cómo, el morbo que hace las veces de la catarsis, el chisme irresistible es lo más cercano a la explicación colectiva”.

Es por esto que, así como el cine y las series han dejado grandísimos personajes que han conquistado al público por generaciones, las telenovelas han construido su propio legado en paralelo. Hay de todo tipo, desde modestas damiselas ansiosas por progresar en la vida como María la del Barrio a las auténticas femme fatale como Rubí. También de todas las edades como las pequeñas gemelas Mariana Cantú y Silvana Del Valle encarnadas por Belinda o los juveniles protagonistas de Rebelde que detonaron todo un fenómeno. Ni qué decir de los héroes como el inolvidable Juan del Diablo o las exploraciones históricas empapadas en melodrama como El carruaje, La antorcha encendida o Gritos de muerte y libertad.

Mención especial para los villanos, siendo Catalina Creel de Cuna de lobos la más importante de todos. Inspirada en Bette Davis e interpretada brillantemente por María Rubio, marcó un antes y un después en la historia de las telenovelas por la distorsionada relación con sus hijos, así como por su mítico parche. Por increíble que parezca, hay quienes la han comparado con el mismísimo Darth Vader, mientas que otros aseguran que tendría el potencial para ser un villano Bond. Aunque si de villanas míticas se trata, quizá las nuevas generaciones estén más familiarizadas con Soraya Montenegro, que interpretada por Itatí Cantoral, ha protagonizado incontables memes en los últimos años.

Estas bases han sido determinantes para que el fenómeno de la telenovela sea exportado a todo el mundo con enorme éxito, pero sobre todo para que estos proyectos sobrevivan a un periodo de alta competitividad que incluye una nueva era dorada de las series y las Streaming Wars.

El futuro de la telenovela

No es casualidad que las telenovelas hayan sido rebautizadas con el nombre de culebrón en algunos países. Después de todo, son historias que propician toda clase de giros que van de lo retorcido a lo absurdo con el único objetivo de extender sus tramas hasta donde sea posible. No hay mejor prueba de ello que la británica Coronation Street, que con 60 años de transmisiones –estrenó en 1960 y se mantiene hasta nuestros días- posee el récord de ser la más longeva de todos los tiempos.

Aunque la fórmula ha funcionado por generaciones, hay quienes piensan que ésta no tiene nada que hacer en una industria contemporánea regida por series de altísima calidad y la gran variedad de plataformas. A esto se suma la presunta falta de originalidad que ha sacudido a las telenovelas en los últimos años y que se ha manifestado en toda clase de remakes. Aseveraciones engañosas, pues si hay algo que ha caracterizado a estos contenidos es su gran capacidad de adaptación para seguir conquistando a las audiencias.

Las tan señaladas reinvenciones son más comunes de lo que muchos podrían pensar. Y es que aunque La fea más bella sea una calca descarada de Betty la fea, pocos saben que Mirada de mujer se inspiró en la colombiana Señora Isabel o que la popular Atrévete a soñar que dio a conocer a Danna Paola viene de la argentina Patito feo. Mención especial para Corazón salvaje, nacida como una película en 1956 y que motivó siete telenovelas homónimas. La más popular de todas, protagonizada por Eduardo Palomo, fue la séptima.

No conforme con ello, la franca popularidad de estos proyectos ha resultado en cada vez más espacios dentro de las plataformas. Ahí está Luis Miguel, que con una construcción netamente melodramática bien puede ser descrita como una telenovela etiquetada de serie. Menos velado es el caso de la nueva versión de Rebelde que respaldada por un titán como Netflix intentara replicar el fenómeno protagonizado por Anahí y compañía.

Crédito: Netflix

En una pantalla chica altamente competitiva, las telenovelas han garantizado su derecho a la continuidad con una base narrativa bien establecida que propicia la eterna comunión con las audiencias. Un fenómeno similar al viaje del héroe que ha sido replicado hasta el cansancio y que nadie se atrevería a poner en duda. Y es que en un mundo cada vez más complicado, es comprensible que el grueso del público se aferre a la búsqueda primaria del final feliz.

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