Tenía apenas tres o cuatro años cuando vi It por primera vez, no fue en cine, ni en VHS, sino en televisión abierta, una tarde cualquiera, con mi hermano como cómplice. No entendía del todo lo que pasaba, pero sí recuerdo la sensación de que algo estaba mal: ese payaso de sonrisa amplia escondía algo que mis ojos de niño no podían procesar.
Desde ese día, los payasos dejaron de ser graciosos. Se convirtieron en una pesadilla recurrente de mi infancia.
Nada me impactó tanto como ese instante en que Georgie se asoma a la alcantarilla y Pennywise, con voz dulce, le ofrece el globo. El giro brutal viene cuando asoma los colmillos y se lanza sobre él.
Esa imagen quedó tatuada en mi memoria: el contraste entre la inocencia infantil y la monstruosidad escondida detrás de un disfraz de colores.
Lo más aterrador no era el maquillaje o los colmillos, sino que los adultos parecían ajenos a todo. La idea de un monstruo capaz de transformarse en los miedos más íntimos y de actuar sin que los mayores lo notaran, generaba en mí un desasosiego difícil de explicar.
No era sólo un payaso asesino: era la encarnación de sentirse desprotegido en un mundo que debería cuidarte.
Con los años entendí que no estaba solo: casi toda una generación se traumó con la misma miniserie. Si hoy alguien menciona miedo a los payasos, de inmediato pensamos en It.
El terror de Stephen King logró trascender pantallas y convertirse en un símbolo cultural de los 90, un miedo compartido en patios escolares y conversaciones familiares.
El giro inesperado llegó años después: lejos de huir, me acerqué más a la obra de Stephen King. Descubrí al autor detrás del monstruo y me encontré con una historia aún más rica en las páginas del libro.
El Club de los Perdedores dejó de ser un grupo ficticio y se volvió un reflejo de quienes crecimos con miedos que parecían invencibles. Hoy puedo decir que It no sólo me aterrorizó, también me abrió la puerta a un universo literario que sigo explorando con fascinación.
Porque a veces los miedos de la infancia no desaparecen: mutan en recuerdos que nos definen. It me enseñó que los monstruos existen, pero también que juntos podemos enfrentarlos. Y que, en el fondo, todos somos un poco parte del Club de los Perdedores.
