La cocina es de una complejidad cultural y emocional abrumadora
He de reconocer que los últimos dos años he reseñado más cine mexicano que en toda mi carrera como divulgador de cine. El cine nacional me ha dado joyas impresionantes y debo reconocer que me ha callado la boca muchas veces porque cuando no es divertido, es reflexivo y cuando eso no sucede es crítico e incisivo pero también muchas veces es muy profundo y visualmente catártico.
Yo admiro vehementemente a Alonso Ruizpalacios porque con Güeros en el 2014 nos regaló un poema para la Ciudad de México y aunque yo siempre me he sentido orgulloso del caos y contrariedad que es esta ciudad, ver sus claroscuros de forma tan poética como lo plasmó Alonso, pero que también lo haya mostrado al mundo, me llena de un orgullo por vivir en una ciudad con matices tan fuertes como sus manisfestaciones sociales, al mismo tiempo hermosa por la amabilidad de la gente en sus calles y también tan interesante como sus contrastes sociales.
En La Cocina Alonso Ruizpalacios demuestra la madurez que ya tiene como director y autor cinematográfico. Con una historia sencilla en apariencia pero tan compleja como la diferencia de sus personajes y las razas que nos presenta. Podría decir que esta película es Daniel Briones o Rooney Mara, pero sería mentirles en la cara. Estos dos grandes actores solamente son el rostro de la multiculturalidad del mosaico de estas historia que bien podrían haber sido un libro lleno de viñetas de experiencias de vida, de sabiduría humana y complejidad cultural.
Sería reduccionista de mi parte decir que La Cocina solamente es eso cuando funciona como algo más grande. La Cocina de Alonso Ruizpalacios es un decreto humanista sobre la experiencia, el dolor, las ausencias, las faltas, los errores, las culpas que aceptan y las que no también. Es un discurso en la cara a la política que desdeña la necesidad humana con sus restricciones y sus muros que separa vidas y divide opiniones en dos extremos. La Cocina es una plática más emocional que filosófica sobre lo que significa ser humano en todo su esplendor con interacciones, insultos, racismos y empatías, pero que al final se siente empático y sanador.
Alonso Ruizpalacios logra un ejercicio cinematográfico grandilocuente y contundente que combina, gracias a un guion atrevido, un lío emocional de pareja con las complicaciones culturales de un lugar que alberga una gran diversidad de personas de distinto bagaje emocional, político, personal y social. Cada uno de estos participantes a modo de apariciones incidentales tiene una intervención que va alimentando el conflicto entre ambos protagonistas.
Ahora bien, Ruizpalacios ha demostrado en diversas ocasiones que es un buen director de actores. Conoce su propia complejidad moral, emocional de cada escena y transmitirla a su intérprete. Daniel Briones como este trabajador indocumentado en un restaurante neoyorquino es un juego de emociones. En momentos sientes empatía por su carisma y situación, pero también tiene un momento muy oscuro donde el actor demuestra en verdad de lo que está hecho.
Rooney Mara, está bien. Funciona en el personaje que interpreta porque es de una contención emocional compleja y sensible. Logra comunicar mucho con la mirada para funcionar como un perfecto contrapeso a la elocuencia de Briones. Una ecuación actoral perfecta que funciona excelente pero que también luce mucho en la pantalla grande.
La magia de La Cocina es el caos personal e in situ de cada uno de sus personajes. Una película culturalmente coral que lleva al espectador poco a poco por un desorden perfectamente coreografiado y todo en suma, sí es una obra maestra.
Coraje es en apariencia una película sencilla pero conforme avanza la historia y sus personajes se desenvuelven, la forma de narrar dialoga por momentos con el documental y la ficción aumentada al romper la realidad de su personaje principal, Alma,...