La filosofía moderna le debe mucho (o todo) a Los Simpson
El amarillo es el color de la verdad.
Pasan los años y, en retrospectiva, hay que tomarse más en serio los comienzos de Los Simpson, y no solo por ser una de las mayores producciones audiovisuales de nuestra época por la cantidad de gente que lo visualizó, visualiza o visualizará: también porque se mete en el fondo de la raza humana, reflejando y jugando con ideas filosóficas y, más arduo aún, con la filosofía real.
Todo se debe a su naturaleza. Los Simpson marcó la tendencia de un mundo nuevo, luego de la caída del Muro de Berlín: el sentido de lo absurdo de la vida y el esfuerzo humano tomaron el poder los intentos del pasado de construir serias, grandes y nobles teorías sobre la historia y el destino humanos se derrumbaron. Ahora los referentes o padres de la patria dejaron de nacer; somos solamente seres desnudos de todo tipo de vestimentas e ideologías que vamos boyando por el mundo para recorrer este camino que se llama vida de la manera menos dañina posible, tanto para nosotros como para el resto. La comedia al poder.
El mundo de las caricaturas satíricas es filosófico al 100% porque baja al llano la realidad al abstraerla, iluminándola, y Los Simpson hace esto genialmente.
Las verdades de Los Simpson son simples y compiten con las complejas maquinaciones mentales de los filósofos académicos. Frente a supuestas hazañas virtuosas de razonamiento, el supuesto delirio de la familia amarilla triunfa. Y es que la filosofía necesita ser real, necesita dar sentido al mundo tal como es, no como imaginamos o queremos que sea. Verdad, el bien, justicia, mente, identidad, conciencia, significado, etc. son solo algunos de los temas y ejes que se deben manejar con seriedad… aunque sea entre carcajadas. Porque ser simple no es lo mismo que ser simplista.
Un gran ejemplo se ve en el episodio 3 de la temporada 4 titulado Homer the Heretic (Homero, el hereje). Homero abandona la iglesia y decide seguir a Dios a su manera: viendo la televisión, babeando y bailando en calzoncillos. Luego, el padre de la familia incendia la casa. Y esto no significa una traspolación de la ira de Dios hacia lo terrenal: es mera y pura arrogancia del mismo Homero. Sentado en su sofá diciendo de manera suficiente “vaya, todos son estúpidos menos yo”, se queda dormido, deja caer su cigarro e incendia la casa. Y allí de lo simple a lo simplista, como mencioné antes: Homero no es castigado por Dios, es castigado por sus actos, los que suceden en la realidad; en ningún momento la intervención de Dios lo perjudicó, es todo obra del homo sapiens.
El mundo de las caricaturas satíricas es filosófico al 100% porque baja al llano la realidad al abstraerla, iluminándola, y Los Simpson hace esto genialmente.
Una cosmovisión filosófica completa (y por qué no, compleja) es como una imagen puntillista, un cuadro lleno de miles de pequeños puntos que terminan creando una estructura mayor. Pero los puntos son puntos, más allá de los resultados; el error está en ver el punto como un todo y no como parte de. Y ese es el acierto de Los Simpson: la serie ataca punto por punto; contrae a la sociedad, la limita pero la expande; deja en ridículo a cualquier individuo o grupo que toma como un todo a una parcial visión del mundo; a aquellos que se obsesionan con la genialidad o los descaros de uno o dos puntos y que no logran ver cómo encajan en el panorama general; nadie escapa a la sátira en el programa; Los Simpson parece decirnos que somos una especie absurda pero juntos hacemos un mundo maravilloso.
Los dibujos animados se abstraen de la vida real, como los filósofos. Homero no es realista para nada, por más que más de un espectador se sienta identificado: es reconocible aunque no edificador. Su realidad es una abstracción de la vida real, captura la esencia como un ser humano real en particular en el que nos vemos reflejados.
Los Simpson es más que un dibujo animado divertido: acierta al dirigirse sobre verdades de la naturaleza humana que rivalizan con las observaciones de los grandes filósofos, desde Platón hasta Kant… mientras Homero prende fuego su casa.
Matt Groening, gracias por tanto, perdón por tan poco.
“Yo vi tres luces negras” es una oscura y reflexiva historia sobre la muerte, el duelo con guion inteligente que mezcla realismo mágico con un contexto político social violento y agreste. ¡Un logro latinoamericano!