El ojo que todo lo ve: la historia de los reality shows
Sueños, bromas, risas, lágrimas: todo esto y más bajo la mirada de un ojo que todo lo ve. La historia de los reality shows de la mano de Luis Miguel Cruz.
El ser humano es una especie extraña a la que le gusta exhibirse y mirar, algo que viene mucho antes de los medios masivos, cuando las élites se vanagloriaban de sus riquezas con vestuarios estrafalarios y fiestas monumentales ante las miradas atónitas de los menos afortunados. Ni qué decir de las distintas muestras de violencia a través del tiempo convertidas en una auténtica fiesta como las arenas de gladiadores o las ejecuciones. No, la televisión no es culpable de nuestra obsesión por disfrutar con la alegría y desgracia ajena del prójimo, solo se aprovechó de nuestra propia naturaleza con los realityshows.
Su popularización global en los últimos años del Siglo XX hace pensar que son algo moderno, pero los primeros surgieron inmediatamente después de la II Guerra Mundial, es decir, prácticamente con la masificación mediática, primero de la radio y después de la pantalla chica. Eran más sencillos, eso sí, pues se limitaban a los concursos más simples o las bromas a los más incautos, formatos que se mantienen hasta nuestros días. También estaban los que buscaban la conexión mediante la exploración –¿o explotación? – de emociones de los participantes.
Tal fue el caso de Queen for a Day, programa radiofónico de 1945 que en 1951 saltó al cada vez más popular televisor y que basaba su formato en las entrevistas de los concursos de belleza. Participaban mujeres que debían relatar abiertamente las adversidades enfrentadas en su vida diaria y las razones por las que querían ser reinas por un día. La ganadora era elegida por aplausos, por lo que más allá de los argumentos, tanto el carisma como las lágrimas resultaban especialmente útiles.
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Han sido tantísimos a través del tiempo que enlistarlos a todos sería una labor imposible. También una inútil, pues como bien dijimos al inicio, todos ellos se asientan sobre la misma base: las ansias por observar. Por esto mismo, a nadie sorprende que los reality shows tuvieran que tornarse cada vez más extremos por mantenerse frescos.
Muchos clásicos se mantuvieron en el panorama de los concursos, pero también surgieron muchas otras propuestas que deambulaban entre la adrenalina, la humillación e incluso el peligro. Ahí está AmericanGladiators cuyos participantes debían alcanzar la gloria con pruebas de fuerza y resistencia que en muchas ocasiones implicaban combates cuerpo a cuerpo con fornidos individuos; o El gran juego de la oca que engalanaba el juego de mesa con pruebas divertidas, pero también absurdas y en algunos casos insuperables. Las leyendas dicen que fue cancelado por el alto número de accidentes que incluyeron algunos decesos, pero lo cierto es que todo se debió a sus bajos números de audiencia en España.
Crédito: Antena 3
Si de bromas se trata, hemos visto muchísimas a personas comunes y corrientes. Quizá por eso muchos recuerdan a Punk’d como el gran exponente contemporáneo, que conducido por AshtonKutcher ponía a las celebridades en apuros, y así las humanizaba, en este caso, mediante la vulnerabilidad… Un esfuerzo realizado por muchos otros shows como The Osbournes o Keeping Up with the Kardashians que adentraron al público a los hogares de los famosos para verlos en su vida diaria, o algo así, ya que estos y otros títulos similares fueron señalados por falta de credibilidad. De nueva cuenta, hizo falta tomar medidas drásticas para revertir esta situación. Tal sería el caso de The Simple Life en el que las socialités ParisHilton y NicoleRichie debían olvidarse de sus extravagantes estilos de vida para vivir en una granja. O BigBrotherVIP que encerraba a un grupo de famosos y les privaba de cualquier contacto exterior en una auténtica prueba de resistencia que, aunada a una transmisión de 24 horas, permitía ver su lado más humano: comiendo, durmiendo, sufriendo o incluso en la intimidad del sexo o del baño. Llamaban la atención por morbo, pero chocaban con las nociones psicológicas de idolatría y perfección de los famosos, lo que eventualmente hizo que los reality shows se concentraran en la gente de calle.
Ahí está la versión original de Big Brother que, por sorpresivo que parezca, continúa hasta nuestros días para acumular más de 20 años de existencia. El voyeurismo llegó al límite apenas en 2020 cuando los concursantes de la edición brasileña no fueron informados de la pandemia con el único fin de plasmar sus sensaciones en pantalla al salir del inmueble, un hecho que provocó toda clase de reacciones en el público, pero que ha sido visto hasta el cansancio por el mismo. O los cada vez más populares musicales como AmericanIdol o Lavoz, en los que los participantes compiten por alcanzar el sueño de fama y fortuna con apoyo de personalidades consolidadas en el medio. Ni qué decir de los románticos como First Dates en los que parejas de desconocidos se encuentran para encontrar la química y con un poco de suerte el amor, o aquellos en que la fidelidad de las parejas es puesta a prueba como La isla de las tentaciones. Ni qué decir de la cocina con MasterChef, el modismo con Maestros de la costura o el emprendimiento con SharkTank.
En otras palabras, hay de todo para todos.
Crédito: ABC
Pese a quien le pese, los reality shows no son una moda pasajera, sino uno de los formatos que mejor provecho han sacado a la naturaleza humana. Tal y como dijimos al inicio, a nuestros deseos de exhibirnos a nosotros mismos y de contemplar al prójimo, pero también a nuestras ansias de soñar. Porque al final su auge se debe a eso: la posibilidad de alcanzar lo que a veces parece imposible, aunque eso sí, con una pantalla para que todos sean capaces de visualizarlo.