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Por fin se estrena The Fabelmans (Los Fabelman), la película autobiográfica de Steven Spielberg. El film se estrenó en diciembre en los Estados Unidos. y maravilló. Tanto fue así que está nominada a 7 premios de la academia, incluyendo Mejor director, Actriz y Película.
Steven Spielberg es sin duda uno de los directores más conocidos y queridos por las audiencias gracias a esa capacidad que tiene para contar historias entretenidas, familiares y complacientes. Gracias a eso nos ha dado grandes clásicos del cine de todos los géneros: desde infantiles con E.T. El Extraterrestre, de aventuras con Indiana Jones, de terror con Tiburón, de la ciencia ficción con Encuentros cercanos del tercer tipo, Jurassic Park, Ready Player One, etc. e históricos con La Lista de Schindler, Lincoln y otro largo etcétera.
En su larga y prolífica carrera el director nunca había contado su propia historia. Ahora, a sus 76 años, él y su escritor de cabecera, Tony Kushner, ficcionan su niñez convirtiéndola en un relato que en otras manos se sentiría totalmente falso ya que está lleno de personajes, situaciones, conflictos y diálogos que en momentos parecen salidos de alguna novela coming of age, pero en las manos del cineasta se siente auténtico con el cual empatizamos desde la primera secuencia.
Los Fabelman son una familia de clase media judía que vive en varios suburbios de la Unión Americana a mediados de los años 50 y que por diversas circunstancias tienen que mudarse varias veces. La matriarca, Mitzi (Michelle Williams), es una pianista convertida en madre de familia que junto con su amable esposo Burt (Paul Dano), un científico que trabaja en una fábrica de computadoras, forman una familia con dos hijas y un pequeño, Sammy (Mateo Zoryon Francis-DeFord). Una noche acuden como familia a ver El espectáculo más grande del mundo de Cecil B. DeMille, la primera experiencia cinematográfica de Sammy. En el climax se muestra el choque de un tren que se descarrila y que deja profundamente impactado al pequeño.
La escena en cuestión queda tan profundamente grabada en la mente del niño que la única forma que encuentra de superarla es chocando sus propios trenes, lo que le ocasiona un regaño de sus padres, ya que no son nada baratos. Mitzi le sugiere que tome la cámara de su papá y que filme el choque él mismo, así cada vez que quisiera verlo solo tendría que proyectar la cinta. A partir de ese momento Sammy muestra aires de ser un prodigio, porque no solo filmaa el choque, sino que lo hace desde varios ángulos, y lo edita de tal forma que se vuelve una pequeña obra maestra. La cámara se vuelve su herramienta para tratar la ansiedad, detrás de ella, Sammy puede controlar su mundo y además puede ver lo que otros no.
Su padre, un científico, y su madre, una idealista, se convertirán en los dos mundos que Sammy tratará de conquistar, sin saber que esta lucha lo partirá en dos, como le había advertido su tío abuelo (interpretado por el genial Judd Hirsh) al joven Sammy (ahora interpretado por Gabriel Labelle).
A pesar de esta premisa, la historia no es la de un niño prodigio que se sobrepone a las circunstancias. Gracias a la perfecta pluma de Kushner, estamos ante una trama acerca de los problemas del matrimonio, la paternidad, las relaciones y como afectan a un niño/joven con ansiedad que se las tiene que arreglar para sobrevivir.
Spielberg no solo conmueve con las desventuras del crecimiento, sino que agrega a un elemento más que se vuelve importantísimo en la historia: su cámara de cine. A través de ella es como resuelve y genera todos sus problemas, pero también es ella la que le da una particular capacidad de ver más allá de lo evidente.
El gran conjunto actoral que se reúne dota a la familia Fabelman de química que se demuestra no solo en los momentos alegres sino también en los tristes, esto último gracias a la excelente actuación de Michele Williams, quien derrocha una melancolía que permea toda la película, la que se esconde detrás de su sonrisa y peinado de época, una que solo la cámara puede ver. La melancolía no solo está en Mitzi: se nota en la infelicidad de todos los personajes, cada uno de ellos muestra de una forma u otra su incapacidad de ser feliz. Solo cuando alguno de ellos desea cambiar es cuando el ideal mundo suburbano de los Fabelman se viene abajo.
Alejado de las visuales de ensueño de sus últimas películas como West Side Story o Ready Player One, The Fabelmans (Los Fabelman) ofrece unas más naturales. Con movimientos de cámara lentos y tomas largas que agregan sentimiento al montaje, y el infaltable score de John Williams, todo se conjunta para ofrecer la obra más sensible del director, que desborda sentimientos en cada uno de los fotogramas.
The Fabelmans (Los Fabelman), más que ser una carta de amor al cine, es una oda al oficio de hacer cine. La cámara tranquiliza, provoca, desenmascara, y saca los sentimientos más profundamente enraizados para el que está detrás de ella, para el que está al frente y para el que contempla el trabajo terminado.
Steven Spielberg, a sus casi 80 años, entrega una de sus mejores películas, un tributo a sus padres, a los directores de antaño y a las películas que vio de niño.
The Fabelmans (Los Fabelman)es una emotiva historia que nos recuerda que, aunque haya problemas, siempre estará ahí el cine para mostrarnos que al final todo es cuestión de perspectiva y que las cosas cambiarán para bien dependiendo de donde pongamos el horizonte.