Es importante entender Las hijas del fuego (2018) como una celebración del sexo femenino. En este largometraje, Albertina Carri (La rabia) cuenta la historia de un grupo de mujeres en una relación poliamorosa que se aventura a un viaje en carretera durante el cual ellas sanarán heridas, denunciarán la opresión de los hombres y también protagonizarán una película porno. Por lo anterior, es importante recalcar que la cinta invita al espectador a sentir y por consecuencia, a pensar y reflexionar, lo que significan las imágenes que aparecen en pantalla. Las hijas del fuego es un proyecto atmosférico, despojado de conflicto, que invita a su audiencia a formar parte del mundo de estas mujeres, las cuales simbolizan la plenitud que el sexo femenino busca en la realidad.
Al inicio de la cinta, dos mujeres se reencuentran después de vivir en lugares apartados durante cierto tiempo. Eventualmente, ellas deciden manejar a Puerto Madryn, en Argentina, con la intención de visitar a la madre de una ellas y recuperar el auto de su padre que su progenitora quiere poner a la venta. A partir de este momento, o mejor dicho, durante esta escena, la película se convierte en una apología de la figura de la mujer a través de una mirada pornográfica y radicalmente feminista que denuncia el poder patriarcal que ha mantenido oprimido al sexo femenino durante siglos. Esta es una manifestación audiovisual sumamente explícita y política que entiende y ve al cuerpo femenino en todo su esplendor y que rechaza cualquier intervención patriarcal tan pronto aparece en pantalla.
Este es el tipo de filme que sin duda incomodará a más de uno, pero esta es justo la intención que la directora Albertina Carri tiene con el proyecto: el de enfrentar al espectador con sus prejuicios y expectativas de la representación femenina y el sexo entre mujeres en la pantalla grande. Como lo dice (más o menos) una de las protagonistas: “Al hacer porno, yo me convierto en el porno”, una declaración que sugiere una apropiación de la pornografía, género de cine que hasta la fecha le había pertenecido a la mirada masculina y que además de ser despreciado por muchos, convierte regularmente a las mujeres en objeto.
Es bastante sorprendente la facilidad con la que el filme convierte la pornografía en un discurso político sumamente poderoso a favor de la mujer y que en absoluto dejará indiferente a su público. Y justo esta característica lo que hace de la cinta de Carri algo fascinante: la reinterpretación de lo pornográfico como un género que también podría tener algo que decir sobre la experiencia humana más allá del placer. Asimismo, la representación tan diversa que hace Las hijas del fuego del cuerpo femenino es digna de aplaudirse y reitera su meta de construir una pornografía desde la mirada femenina, donde la mujer es vista como sujeto y el goce, placer o diversión que puede encontrar en el sexo es el objeto.
La cámara de Inés Duacastella ayuda a Carri en sus intenciones al aproximarse al sexo a través de las expresiones y las interacciones que los cuerpos tienen entre ellos. Aunque la cinta no tiene reparo alguno en mostrar todo lo que conlleva una relación sexual, Duacastella prefiere poner énfasis en el placer a través de sonrisas, miradas y gestos, así como de los movimientos y los vínculos físicos que las protagonistas generan entre ellas. Lo anterior contrasta totalmente con la visión heteronormada que tenemos del género y del sexo, donde la penetración es el momento más importante de esta actividad.
Las hijas del fuego es el tipo de proyecto que no tendría razón de existir si no fuese dirigido por una mujer, lo cual demuestra la imperiosa necesidad que tiene el cine –y todos sus géneros– de darle una oportunidad a las mujeres de controlar la narrativa. Es evidente que el filme es para un público con una mentalidad muy abierta –y una capacidad crítica importante–, pero aquellos que se atrevan a darle una oportunidad, definitivamente no saldrán de la sala de cine sin una reflexión importante sobre lo mucho que, como sociedad, hemos lastimado al cuerpo femenino.
