Todos recordamos aquel memorable episodio de la cuarta temporada de Black Mirror donde dos jóvenes solteros intentan encontrar a su otro compatible en un universo virtual, rebelándose contra los rigurosos dictámenes del sistema por amor. Hang The DJ no solo es una de las pocas historias con final luminoso dentro de la serie de Charlie Brooker, sino que también revela el lado más descarnado de las búsquedas románticas atravesadas por la tecnología. En un mundo hiperdigitalizado como el nuestro, donde millones de usuarios utilizan los beneficios de las aplicaciones para entablar relaciones en base a sus preferencias y compatibilidad, no debería extrañarnos que el día de mañana la ciencia pueda garantizarnos con exactitud quién es la persona indicada. Pues bien, para Netflix el futuro llegó hace rato y es por ello que hoy es el turno de hablar de Osmosis, su nueva serie francesa de ciencia ficción sobre amor a base de algoritmos.
La historia transcurre en un futuro cercano en París y se centra en dos hermanos, Esther y Paul Vanhove (Agathe Bonitzer y Hugo Becker), los desarrolladores de una revolucionara tecnología que promete encontrar el alma gemela de todo aquel dispuesto a someterse a ella. El sistema, conocido como Osmosis, consiste en un implante con forma de píldora que extrae los datos cerebrales del usuario con el fin de identificar el amor definitivo, es decir, la persona cuya compatibilidad es de un 100% . A pocas semanas de lanzar el producto al mercado y con una serie de complicaciones económicas que ponen en riesgo el futuro de la empresa, los hermanos y su equipo han reunido en sus laboratorios a 12 voluntarios como sujetos de prueba. Aunque al principio todo parece marchar en óptimas condiciones, las desesperadas resoluciones de Esther comienzan a afectar gravemente la vida de tres de aquellos sujetos y el proyecto Osmosis revela que puede ser tan imperfecto como el amor mismo.
Al igual que Black Mirror, la serie francesa no muestra a la tecnología como el villano que puede destruir para siempre nuestra idea del amor romántico, sino que, más bien, se centra en las diversas experiencias de los usuarios, sus decisiones y consecuencias, y el dilema moral detrás de cada una de ellas.
Para los personajes principales, Osmosis representa mucho más que la posibilidad de conocer a su alma gemela. En el caso de la neurocientífica Esther, ella necesita del programa para poder recuperar a su madre de un estado vegetativo, de la misma forma que logró hacerlo con su hermano tres años atrás. Para ello debe violar los protocolos de su empresa, implantando recuerdos propios a los sujetos de prueba y poniendo en peligro la integridad física y mental de estos.
Los tres voluntarios seleccionados por la computadora de Esther para llevar a cabo su plan secreto tampoco parecen haber acudido a Osmosis en busca de un otro yo. Tanto Ana (Luna Silva) como Lucas (Stephane Pitti) y Niels (Manoel Dupont) se han sometido a los implantes en un intento desesperado por hallar respuestas sobre sí mismos. La primera representa un claro estereotipo de chica gorda y culta que nunca se ha sentido segura de su cuerpo y espera descubrir afuera la valoración que ella misma no se puede dar. En el caso de Lucas, éste se encuentra en pareja pero todavía sigue navegando por los restos de una relación tóxica que lo llenan de incertidumbre. Por último, tenemos a Niels, un joven de 17 años que ha sido diagnosticado como adicto al sexo (más bien a la pornografía y la masturbación), y que espera que esta nueva herramienta tecnológica le permita encontrar un amor sano que lo aleje de sus conductas autodestructivas. No hace falta aclarar que estos personajes resultan no solo bastante clichés sino que su construcción arrastra desafortunados mensajes que hace rato la ficción televisiva debería haber suprimido: sí, otra vez estamos ante un personaje definido solo por su peso que vive encerrada comiendo y cuya única esperanza de revivir sus días grises se centra en la mirada de un hombre que, para colmo, es instructor de gimnasia.
Desde un primer momento, la trama de Osmosis se aleja de las implicancias de la tecnología en la vida sentimental de los protagonistas y comienza a sumar demasiada información repartida en varias vertientes, haciendo que se pierda el eje central de la historia. En menos de tres horas, la serie aborda temas como la corrupción empresarial, la competencia pisándole los talones a Paul y al equipo, las traiciones dentro de la misma compañía, los movimientos sociales disidentes que denuncian que el programa terminará manipulando a toda la población como conejillo de Indias, y hasta un supuesto secuestro que podría poner en jaque toda aquella filosofía de la felicidad detrás de Osmosis. Es evidente que la serie francesa hace un esfuerzo por desvincularse de otras ficciones del género, como la anteriormente nombrada Black Mirror, entregando al espectador un relato sumamente complejo que abarca todos los ángulos posibles. Sin embargo, aquella decisión no hace más que restarle profundidad a lo verdaderamente interesante de la historia: la conexión humana.
Y si de conexiones hablamos, no podemos evitar destacar su parecido con otra serie de Netflix que en su momento también fue tildada de confusa y abarcativa. Hablamos de la recordada Sense8, la superproducción de las hermanas Wachowsky cancelada en 2017. El vínculo que guardan aquellas “almas gemelas” generadas por el programa Osmosis se parece bastante a la relación de los sensates, sobre todo por el hecho de poder percibir la presencia del otro más allá del tiempo y el espacio. Aquí tampoco faltan escenas de sexo donde los personajes logran casi fusionarse como si fueran uno solo. Basta con ver la imagen inicial de los créditos, con los cuerpos desnudos y entrelazados de Paul y su novia Joséphine (Philypa Phoenix) flotando bellamente en un fondo negro, para comprender que se trata de un amor de otra dimensión.
Más allá de su entramada narrativa, Osmosis es una serie ambiciosa, seductora e intrigante, que sin lugar a duda no pasará desapercibida para los fanáticos del género de la ciencia ficción. Su estética futurista, y su visión de las relaciones humanas bajo el prisma de la tecnología resulta más que interesante para continuar debatiendo acerca del amor en tiempos de Tinder. Habrá que esperar para ver si los espectadores deciden darle match o, por el contrario, continuarán revolviendo el insaciable catálogo.