Valores y ambición: las dos caras del contenido infantil en TV y cine. El análisis de Luis Miguel Cruz.
La historia de la televisión infantil es casi tan añeja como la del entretenimiento mismo. Y es que mientras los primeros contenidos adultos fueron pensados de manera generalista y sin tomar en cuenta los segmentos demográficos de la audiencia, los niños podían presumir shows ideados sólo para ellos. Prueba de ello es que primer programa destinado a este sector del público, Children’s Hour de la BBC, data de 1946, siendo concebido en pleno auge televisivo de la posguerra. Solo un año después, la tendencia fue adoptada por los Estados Unidos con Kukla, Fran and Ollie. Resultó además un target tan complejo que no tardó en ser subdividido en dos categorías, preescolar y preadolescente.
Y todavía hay quienes se atreven a decir que esto solo va de caricaturas…
Crédito: United Artists
Las principales razones de este temprano interés pueden dividirse en dos: la primera y más noble de ellas radica en los esfuerzos por brindar un refuerzo educativo a los más pequeños. No solo en temas académicos, sino también de valores. Una ambición primordialmente europea tras una primera mitad de siglo XX excesivamente turbulenta para el continente, pero que también fue abrazada desde la unión americana con shows sustentados en la identidad de su tradicional western. ¿Recuerdan los seriales de Woody en Toy Story 2? La idea viene de aquí.
Muchos títulos han sobresalido en este ramo a través del tiempo, siendo PlazaSésamo el ejemplo por excelencia. Hablamos de una serie concebida en 1969 y que se mantiene hasta nuestros días, y que se ha valido de todo tipo de simpáticas marionetas para transmitir incontables lecciones que van de arte y matemáticas a conservación, respeto y tolerancia. Esto último mediante la normalización de situaciones que tienden a ser ocultadas por otros contenidos destinados al público infantil como son el SIDA, las capacidadesdiferentes o la homosexualidad.
Crédito: Sesame Workshop
La segunda suele ser vista como la otra cara de la moneda y se centra netamente en los beneficios económicos que este sector del público puede representar. Todo esto a través de una amplia gama de merchandising que incluye ropa, juguetes y todo tipo de accesorios. Una tendencia dominante en la unión americana y que si bien se remonta a la ya mencionada popularización de la pantalla chica, se dispara de lleno en la década de 1980.
Hemos visto muchas formas de hacerlo posible a través del tiempo. La más básica son las historias y personajes cuya popularidad termina convirtiendo su mercancía en objeto del deseo para los más pequeños. Han sido tantos los exponentes que quizá lo mejor sea ponernos metanarrativos con TurboMan de El regalo prometido para ilustrarlo. También están los programas/anuncios sustentados netamente sobre la comercialización de productos. En México han sido dos por excelencia: Los juguelotes de Gamboín y En familia con Chabelo, para entender su funcionamiento basta con recordar cómo se dedicaban a promocionar golosinas y juguetes a lo largo de todo el año. ¡Su éxito era tal que Chabelo puso a la venta su propia figura!
No más sutiles son los segmentos infantiles, concebidos en los 60, caracterizados por la transmisión de contenidos infantiles durante toda la mañana, primordialmente durante el fin de semana y con bloques comerciales sumamente largos dominados por anuncios de juguetes. No está de más recordar que estos mismos segmentos fueron determinantes para popularizar la idea de que los dibujos animados son sólo para niños. Si se acuerdan de Caritele, protagonizado por Adriana de Castro y Carisaurio, entonces saben de qué les hablamos…
Y finalmente los canales pensados casi exclusivamente para niños que fusionan casi todo lo anterior. El ejemplo global por excelencia es CartoonNetwork, aunque lo cierto es que muchos países han tenido los suyos a través del tiempo: Canal5 en México, Cablín y Pakapaka en Argentina, Clan, Boing y Neox en España.
Esta práctica, como no podía ser de otro modo, fueron llevadas al internet y posteriormente al streaming. No es sorpresa que cada vez haya más espacios de este tipo, pues como bien dice Inés Ramos, directora de programación de Disney en España y Portugal [vía], “los niños prescriben muchas de las decisiones de las familias. Sabemos que influyen en la compra de un coche, en qué desayuno quieren tomar, en cómo y dónde se van a disfrutar las vacaciones familiares y, por supuesto, en los juguetes que quieren para su cumpleaños o Navidad”.
Y todavía hay quienes se atreven a decir que esto solo va de caricaturas.
Pero no todo es sencillo, que además de conquistar a los pequeños, estos contenidos tienen que convencer a los padres. Ya lo dijo WaltDisney en su momento “debes apelar a los adultos. Los adultos tienen el dinero, los niños no”. Es precisamente por esto que el grueso de estos proyectos se decanta cada vez más por la simpleza y los convencionalismos, dejando de lado cualquier controversia que pudiera señalarles en una era regida por las discrepancias.
Son muchos los adultos que han simplificado los contenidos infantiles a través del tiempo con mofas y encasillamientos. Grave error, pues de ellos depende buena parte de nuestro futuro, como audiencia y como sociedad. Por esto y más vale la pena pensárnoslo dos veces antes de decidir qué queremos que vean nuestros pequeños.
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