La concepción filosófica del eterno retorno reza un postulado onírico y hasta mágico: la repetición del mundo en donde éste se extinguía para volver a crearse. En geometría, un fractal es un objeto cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas, llegando a una construcción infinita dentro de lo imposible y lo supuestamente caótico. La conjunción de ambas figuras, tanto la mental como la presente, representan a la perfección esta segunda y excelente temporada de Ozark.
Con un andar cansino en sus primeros tres episodios, la serie emblema hoy día de Netflix, la segunda temporada de Ozark se va erigiendo como un monumento a la repetición de velocidad narrativa: quien ha visto la primera temporada no podrá sacarnos de esta postura, ya que, mal que pese, el comienzo de la trama general también fue pesado, duro… puro sedimento.
Los Byrde construyen el imperio de la droga de su zona de influencia en esta segunda temporada como se pone en pie una casa que se incendió y a la que, para sus dueños, no le sobra ni le falta nada: con las fotos que ya se tenían, con las estructuras idénticas, con los mismos muebles y adornos. Por eso vemos la misma cantidad de violencia, los mismos diálogos naturales, las misma carga dramática que resuena a una realidad muy palpable, el mismo
Pero ese recontar con la misma velocidad, con el mismo tino, tambalea ante la materialidad de los hechos: como en House of Cards, los actores del juego cambian de bando, y de ser una serie en la que las mujeres acompañan pasa a ser un show en el que el hombre se desmorona. Y allí lo fractal dentro del retorno: la figura se repite, pero con esa alteración que parece llevar a un mal puerto y que se define en la perfección absoluta. Las mujeres son amas y dueñas del contenido mismo de la temporada, y más si nos referimos al final, a ese fatídico golpe del último episodio.
Desde una Charlotte Byrde que pide libertad, llegando hasta Darlene Snell matriarca como pocas, sin olvidar el paso obligado por las mediaciones de Wendy Byrde y Helen Pierce (no metemos en esta charla a las obvias y efectivas participaciones de Ruth Langmore y Rachel Garrison), las mujeres son las que marcan el camino o devenir del narcotráfico, de la política, del casino y hasta del micromundo entero que es Ozark.
Matan, negocian, traicionan, defienden: las chicas (y no tan chicas) de la serie son las que le ponen picante a la cuestión, y el final, lleno de dudas para Martin Byrde y TODOS los fanáticos, es la prueba total de lo afirmado: ¿suponían el destino de Jacob? ¿Consideraban aunque sea un poco la decisión por parte de Wendy de quedarse en el pueblo hasta las últimas consecuencias? Cuando Martin es trasladado en la camioneta de Helen: ¿no esperaban que en vez de un cigarrillo saque un arma de su bolso?
Repetimos: el renacer de Ozark en esta segunda temporada es efectivo, genial, para nada efectista. Y remarcamos “renacer”: la cuestión del crecimiento de los pequeños Byrde, la muerte de Buddy y la importancia para Darlene por tener un heredero significan el todo, son marcas de lo que fue, es y será para la tercera temporada, que esperamos que llegue MUY pronto.
La esperanza está en el futuro, y que los que obstaculicen, que se den de baja, de una manera u otra.