Películas animadas: una historia a puro movimiento
Hablar de animación también es hablar de la propia historia de la humanidad. Este es el interesante análisis de Luis Miguel Cruz sobre las películas animadas.
La de la animación es una historia larga y compleja. Tanto, que para hablar de ella no basta con hacer un repaso de los estudios y las producciones, sino que hay que referirse a los orígenes del propio cine para luego deambular por una serie de dilemas que le han aquejado por años. Pero no nos adelantemos tanto y empecemos por lo más básico: el cinematógrafo y la animación se sustentan sobre el mismo principio básico de la persistencia retiniana que genera la sensación de movimiento desde imágenes estáticas, entonces ¿cuál fue primero?
Casi todos los autores coinciden en que la animación nace del cine, cuando hay buenas razones para pensar que todo fue a la inversa. Esto porque mientras “el cine de toma directa [procede] de una fuente mecánica generada por medios fotográficos […] los hechos que aparecen en el cine de animación tienen lugar por primera vez cuando son proyectados en la pantalla” (ASIFA). Ilustraciones que cobran vida ante nuestros ojos, una ilusión que va más allá de la industria cinematográfica.
Esto porque hablar de animación también es hablar de la propia historia de la humanidad y su obsesión con el movimiento. Para demostrarlo están las pinturas rupestres de hace 35,000 años que muestra animales en cuatro patas para simular su andar. O el templo que Ramsés II ordenó construir en 1,600 aC y cuyas 110 columnas tenían imágenes progresivas de Isis para que todos aquellos que ingresaban a caballo o en carroza vieran moverse a la diosa. Caso similar al de los griegos cuyas vasijas con acciones sucesivas simulan movimiento cuando son giradas.
Con el tiempo, estas mismas bases fueron trasladas a inventos que hoy son considerados pioneras de la animación: la linternamágica, el taumatropo, el fenaquistoscopio, el zoótropo o el praxinoscopio. Todos sustentados en ilusiones ópticas que eventualmente desembocaron en el filoscopio o flipbook, cuya misma premisa eventualmente fue adoptada por los primeros estudios animados.
Cine y animación, ¿quién creo a quién? No es la única polémica que ha marcado a industria animada y definitivamente tampoco es la más importante.
Una historia de retos y adversidades
Hablar de animación también implica adentrarse en una serie de controversias que parecen destinadas a no tener fin, empezando por el estigma de que es exclusiva para los más pequeños. Un error que puede atribuirse a que los pioneros recurrieron a personajes netamente caricaturizados, primero para facilitar su exploración de la técnica como fue el caso de EmileCohl que animaba personajes de lo que hoy llamaríamos bolitas y palitos que parecían haber sido hechos por niños; y segundo para diferenciarse del realismo ante el desarrollo paralelo de la fotografía, como sucedió con Gertie the Dinosaur de WilliamMcCay, BettyBoop de MaxFleischer o MickeyMouse de WaltDisney.
El caso de este último es especialmente interesante. La historia de la animación no habría sido la misma sin él al ser responsable de llevarla a lo más alto. Aun así, son muchos los que le señalan como el gran responsable de que la técnica fuera encasillada de infantil, cuando lo cierto es que sus largometrajes siempre fueron pensados para el público general. Ahí está Blanca Nieves y los siete enanos (1937) cuya combinación de personajes realistas y caricaturizados son puestos en secuencias espeluznantes; o Pinocho (1940) y Bambi (1942) que exploran temas como la explotación, la crueldad y la muerte; y finalmente Fantasía (1940), la animación experimental más importante de todos los tiempos y el eterno sueño de un creativo por sacar el máximo provecho de una técnica con la que todo es posible.
Crédito: Disney
Pero pasa el tiempo y el encasillamiento continúa. El más reciente y lamentable ejemplo se dio durante la 94ª edición de los Premios de la Academia en los que tanto la anfitriona Amy Schumer como las presentadoras de Mejor película animada, o sea, HalleBailey, LilyJames y NaomiScott, bromearon sobre un cine enfocado en los más pequeños y que condena a los padres al eterno revisionado. Una mofa que fue recibida con molestia por la comunidad animadora en todo el mundo, pues como ironizara el director y productor PhilLord, “súper cool posicionar la animación como algo que los niños ven y los adultos tienen que soportar”.
La historia está llena de ejemplos que demuestran lo contrario. Desde clásicos como YellowSubmarine (1968), FritztheCat (1972), La planète sauvage (1973), HeavyMetal (1981), Akira (1988) o Who Framed Roger Rabbit (1988) a los exponentes más recientes como Persépolis (2007), Waltz With Washir (2008), Anomalisa (2015), La fiesta de las salchichas (2016) o Flee (2021). Todas ellas brillantes exponentes de la técnica.
Crédito: Argos Films
Sí: técnica. Otro eterno debate puesto que el encasillamiento infantil ha desembocado en otro: la idea de que la animación es un género más. ¿Familiar, quizá? Difícil decirlo ante lo absduro de la premisa si consideramos la amplísima oferta concebida a través del tiempo y que abarca géneros, ahora sí, tan variados como el drama (La tumba de las luciérnagas), el terror (Coraline), la ciencia ficción (The Mitchells vs the Machines) y el western (Rango). Incluso subgéneros como la sátira (South Park: Más grande, más larga y sin censura) o los superhéroes (Los Increíbles).
Esto mismo puede apreciarse en los gigantes estadounidenses, tan señalados por sus producciones presuntamente genéricas, cuando lo cierto es que la ya mencionada experimental Fantasía nada tiene que ver con la –ésta sí– netamente infantil Las aventuras de Winnie Pooh (1977), ni la histórica El príncipe de Egipto (1998) con la fantástica Trolls (2016).
Crédito: Netflix
Y finalmente las técnicas de producción. Un punto que se ha tornado especialmente incómodo para muchos por el elitismo que llegó a representar al acentuar las diferencias entre las industrias de todo el mundo. Hubo un tiempo en que la animación era dos dimensiones y poco más, lo qe se conoce como tradicional, pues el stop-motion era poco recurrente y otras como el cutout eran más bien experimentales e independientes. Todo cambió cuando Pixar entró en escena con su ToyStory (1996) para generar la sensación de que todo lo que no fuera CGI demás era obsoleto.
Los titanes norteamericanos poco han hecho por cambiar estas nociones y la responsabilidad ha quedado en estudios de otras latitudes que han respondido con entereza al llamado. La japonesa Ghibli y la irlandesa CartoonSaloon son buenos ejemplos de ello, mientras que la defensa del stop-motion es encabezada por la británica Aardman y la estadounidense Laika. Los avances continúan con hibridaciones tan complejas como las de Spider-Man: Un nuevo universo (2018), fascinantes en toda la extensión de la palabra, aunque para algunos dejan una sensación de rezago en la competencia global.
Ya lo decíamos al inicio. La historia de la animación es compleja y no hay motivos para creer que esto cambiará dentro de poco. Es precisamente por esto que, justo ahora que está en boga, pero sigue siendo incapaz de superar viejos debates, parece buen momento para ahondar en ella con el fin de comprenderla más a fondo. Porque más que historias para niños, la animación es cine en estado puro.
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