Piper ha sido siempre el personaje menos interesante en OITNB. En ciertos momentos es molesto su privilegio en la serie: muchos personajes parecen que se comen la trama, le ponen picante digamos… pero su personalidad ha cambiado fundamentalmente en el tercera temporada para mejor. Sí: pareciera que Piper deja de ser la rubia virginal para convertirse rápidamente en Walter White de Breaking Bad.
Piper Chapman es Walter White
Jenji Kohan y los escritores de la serie reconocen claramente esto. Le han propuesto un camino al personaje hacia el estatus de pivote central, donde sus inseguridades y la mirada fría, como la de una piedra, batalla por estar presente en cada episodio. Mientras Walter White fue un oprimido social, Piper es una suerte de mujer estadounidense del montón acomodado despojada de su estatus. Mientras Walter White tenía un talento superlativo para la química (del bien y el mal, vale destacar… o sea, el todo, una suerte de Dios), Piper tiene un talento emergente para manejar a las otras reclusas en el funcionamiento de un tipo de cartel de la venta de bragas robadas. Mientras Walter White luchó contra los mafiosos más importantes por su dinero, Piper lucha contra las y los jugadoras/es ya establecidos dentro de la prisión.
Son almas que emergen de la desidia y el aislamiento social.
OITNB demostró en la tercera temporada que está más interesado en los pequeños detalles que demuestren ser de vital importancia para el rompecabezas de la trama sucedida en Litchfield. El montaje juega con un ambiente de comedia y se olvida fácilmente, pero entra en juego profundo cuando Piper tiene que derribar a alguien para demostrar su poder. Una actitud muy a lo Walter White: de lo pequeño a lo magnánimo.
A su vez, Piper no es la única que demuestra necesidad de dominio, necesidad de poder. Todo el mundo de Litchfield lo busca. Así como en Breaking Bad se dibuja un espiral infinito mostrándonos las maquinaciones egoístas de toda clase de personajes secundarios, OITNB demuestra a cada episodio que Piper es una gota en el océano de la fiereza. Nadie está contento con su posición en la vida y casi todos o todas tienen planes contorneados para mejorar su posición, ayudado constantemente por casualidad o un encuentro casual con la búsqueda de otra persona para una mayor efectividad de choque. Las oportunidades pequeñas (pensemos en todo, desde un postre horneado para hacer las paces hasta un libro leído) tienen el potencial para un mayor golpe dramático: desde destruir la vida de alguien hasta entregar dominio general como un águila en el aire, que ve todo.
Hay también una mezcla tragicómica en ambas series que oscila entre la ira y la risa, la alegría y el llanto, la frustración y el supuesto éxito que se maneja sin cesar: un Bryan Cranston en su punto cúlmine emparejado a una Taylor Schilling que no para de crecer en el drama. El humor va volviéndose agridulce.
El aislamiento que supone el mundo de las drogas (el caso de Jesse Pinkman es el más correcto) es el mismo que se intenta demostrar en OITNB: ambas series son profundamente humanas y se extralimitan para destapar a una sociedad enferma de ostracismo y actos criminales. Ambas series, por lo tanto, nos tocan el corazón, la moralidad, la culpa.
Tampoco hay que confundirse: la producción, el guión y la filmación de OITNB no le llega ni a los talones a lo realizado por Vince Gilligan, pero hay que aceptar que desde el costado de las relaciones humanas todo va sugiriendo un laberinto del ser. Los matices son más grandes ahora y las posibilidades se ampliaron.
Ambas series tejen hilos juntos para hacer algo especial, algo en lo que los fans no se obsesionan por fanatismos hacia un personaje (pensemos la poco lógica locura que creó la muerte de Hodor en GOT), algo que demuestra que el todo del guión es lo importante: por eso podemos sugerir que OITNB es lo más parecido a Breaking Bad en este momento.
