La industria cinematográfica actual es un muy interesante juego de poder y de dinero. A diario, somos testigos como se rompen acuerdos, se lanzan convenios e importantes y millonarias compras que los estudios realizan para obtener los derechos de diversas propiedades para poder adaptarles a la pantalla grande. Sí, hay que reconocerlo de una vez por todas: la oferta que encuentras en la cartelera de tu cine multiplex más cercano está construida y cuidadosamente planeada en pos del dinero, ya no pensando demasiado en el arte que el cine, por sí mismo, debería representar.
¿Por qué los libros deben ser adaptados a series y no a películas?


Es por lo anterior que aplaudimos a directores como Nolan, Villaneuve, Scott, Spielberg o Abrams: son capaces de satisfacer las expectativas financieras y comerciales de los estudios sin perder la oportunidad de impregnar con su estilo narrativo y visual una cinta que bien podría pasar como mero blockbuster.
Tal vez fue Peter Jackson el último director que supo llevar correctamente un libro -la saga de El Señor de los Anillos– a la pantalla grande. No estuvo exento de personajes inventados, ciertos pasajes de Tolkien eliminados o subtramas un tanto innecesarias, pero lo más importante que el neozelandés realizó fue llevar una trama literaria a una dimensión que las páginas simplemente no alcanzaban. He ahí el secreto de adaptar funcionalmente un libro a un medio audiovisual.

¿Pero por qué chingaos estamos hablando de cine aquí? Bueno, simplemente porque Hollywood parece ya no saber adaptar libros. No porque no pueda o sus adaptaciones no funcionen en taquilla (Emilia Clarke tuvo un gran salto al cine con la exitosa Me Before You, basada en una obra de Jojo Moyes), sino porque los lectores, esas personitas que tuvieron el primer contacto con la historia, que se imaginaron los personajes y los escenarios como ellos quisieron y no con los actores que un estudio asignó, se han vuelto mucho más exigentes.
Atrás quedaron los tiempos en los que resignado veías una película y perdonabas que el guionista -o el editor- haya recortado capítulos enteros del libro para no hacer una cinta tan larga. Atrás quedó el momento en que salías de la sala de cine y te ibas pensando cómo, de alguna manera, quitar personajes era un sacrificio aceptable para tu mente lectora. Tristemente, nosotros los lectores siempre hallábamos las excusas más tontas para aceptar que un final había sido modificado en la versión fílmica.
¿Y qué vino a cambiar todo lo anterior? Sí, acertaste: ¡Las benditas series de TV!

Es decir, ¿se imaginan una complejísima obra literaria como Game Of Thrones hecha trilogía de cine? No estamos diciendo que hubiese sido imposible, pero muy probablemente muchos arcos dramáticos y una infinidad de personajes y mitología hubieran quedado en el olvido. Tal vez hoy no, pero dentro de 10 o 20 años miraremos atrás y veremos cómo el trabajo de David Benioff y D.B Weiss vino a cambiar no solamente la manera de adaptar un libro, sino toda la industria de la TV.
Uno podría pensar que cantidad es mejor que calidad, y es precisamente una de las ventajas que tiene una serie de TV sobre el cine para realizar material basado en obras literarias. En lugar de contar una historia en 2 horas, puedes extender una trama para contarla en 8 o 10 horas. Pero no reside ahí el secreto, no señor. No se trata de estirar una historia: se trata de comprenderla bien y realizarla como si fuera una sola cinta de 8 horas, con un intermedio cada 60 minutos.
Un gran ejemplo reciente es Big Little Lies, basada en la obra de Liane Moriartry. Si bien la historia (vista como un todo) tiene un planteamiento, nudo y desenlace como cualquier otra película, cada capítulo está tan bien escrito y editado que funciona como una entidad independiente. Sabemos que una serie de TV va por buen camino cuando puedes escoger un capítulo al azar y disfrutarlo de igual manera como si no fueras a continuar viendo el show entero.

¿Te ha sucedido que navegando en Netflix evitas películas de más de hora y media y terminas viendo un maratón de 15 capítulos de una serie? Si la respuesta es sí, créenos que no estás solo. Para la gran parte de la audiencia es mucho más accesible ver series enteras en una sola noche a una película de dos horas promedio. Por extraño que el fenómeno parezca, es muy similar a la sensación que tiene un ávido lector al tener un libro en sus manos, la satisfacción de pasar de un capítulo a otro es algo que el cine no puede brindar de la misma manera.
Y es que los libros son material infinito: hay miles de maneras de adaptarlos y un millón de formas de imaginarlos… he ahí la magia de las páginas impresas. Un gran ejemplo es la serie Lie To Me, que si bien tuvo un éxito moderado, consiguió la proeza de adaptar un libro enteramente científico –Cómo Detectar Mentiras, del afamado psicólogo Paul Ekman– en una emocionante serie policial detectivesca.

El choro anterior para nada predice que dejaremos de ver libros trasladados a la gran pantalla, para nada. Recordemos que este año vimos desde muchos ángulos de nuestros gustos a It y a The Dark Tower. Pero lo que sí es seguro, es que poco a poco los estudios serán mucho más críticos a la hora de adquirir derechos, evaluarán qué libros realmente tienen las características necesarias para condensarse en entregas de 2 horas.

Con el tiempo, más canales y plataformas de streaming serán más valientes para adaptar obras que muchos al día de hoy consideran inadaptables. Y como ya habíamos pensado mucho en este tema, te sugerimos que cheques las listas (aquí y aquí) que hicimos con varios libros que serían fantásticos para generar una serie de TV.