Corría el 2002 y de pronto la televisión mexicana se detuvo frente a un experimento, Big Brother. Un grupo de desconocidos metidos en una casa llena de cámaras, conviviendo, peleando, llorando y enamorándose… bajo la mirada de todo el país.
El resultado fue exitoso, con ratings históricos, debates familiares y hasta discusiones en el trabajo sobre quién debía salir expulsado. México descubría en ese momento el poder del reality show.
Ese mismo año llegó La Academia, y con ella, la emoción de ver cómo chicos comunes se transformaban en estrellas. La primera generación fue un boom: Myriam, Toñita, Víctor García y, claro, Yahir.
La fórmula funcionó tan bien que La Academia tuvo más de 10 generaciones, cada una con su propio drama, romances y momentos virales, con sus ganadores, campeones sin corona y talentos que brillan a nivel internacional como Carlos Rivera, Melissa Barrera, Yuridia, entre otros.
Mientras TV Azteca apostaba fuerte con La Academia, La Isla, una especie de Survivor a la mexicana, o Estrellas de Novela, para formar actores de telenovela, Televisa contraatacaba con Bailando por un Sueño, Pequeños Gigantes y más tarde con adaptaciones internacionales como La Voz…México.
Y en medio de todo eso, llegó ¿Quién es la Máscara?, un reality que combinó música, misterio y botargas gigantes que parecían sacadas de un carnaval psicodélico. El público lo amó porque era espectáculo puro y familiar, algo diferente a los encierros y pleitos que dominaban el género.
En paralelo, MTV revolucionaba con un estilo mucho más descarado. Acapulco Shore se convirtió en el reality favorito de los jóvenes: fiestas sin control, triángulos amorosos y peleas que se viralizaban incluso antes de que la palabra “viral” fuera moda.
Luego vino La Venganza de los Ex VIP, donde los participantes pensaban que iban a ligar… y terminaban enfrentándose a sus ex parejas en la playa. Drama garantizado. Estos formatos no buscaban ser “aspiracionales”, sino todo lo contrario: mostrar el desmadre tal cual, y eso conectó con una audiencia joven que quería realities sin filtros.
En la última década, la cocina se volvió terreno fértil para realities. MasterChef México se convirtió en clásico instantáneo, con chefs estrictos, platillos fallidos y lágrimas de eliminación que parecían de telenovela. Su versión Celebrity sumó todavía más drama, porque ver a famosos sufrir con un soufflé caído era simplemente irresistible.
Más reciente, Divina Comida en HBO Max trajo un reality más relajado y casero: famosos invitándose a cenar, abriendo sus casas y compitiendo por ver quién era mejor anfitrión. Un formato ligero, íntimo y con mucho humor que probó que el reality show también podía tener un lado gourmet y elegante.
Y cuando parecía que el género ya no podía sorprender, llegó La Casa de los Famosos México en 2023 para arrasar. Con más de 18 millones de espectadores en su final y una presencia brutal en TikTok, X e Instagram, se convirtió en EL tema de conversación nacional. Era imposible no enterarse de los chismes, las alianzas y los memes.
Mientras tanto, TV Azteca mantiene viva la tradición con Exatlón México, un reality deportivo que combina pruebas físicas con drama de convivencia, y que sigue teniendo una base fiel de fans.
De Big Brother a Acapulco Shore, de La Academia a Divina Comida, los reality shows en México han evolucionado con el público. Al principio fueron el morbo y el encierro, luego el talento, después la irreverencia del cable y hoy la viralidad de redes sociales.
Lo que no cambia es la fórmula secreta: mostrar emociones humanas sin guion, al menos en teoría, y darle al público la sensación de estar espiando algo prohibido o emocionante.
Los reality shows en México son como una fiesta interminable: cambian los invitados, cambia la música, pero la gente siempre regresa porque quiere ver qué pasa esta vez. Y es que, en el fondo, todos tenemos un poquito de esa curiosidad por mirar vidas ajenas, reír con ellas y hasta sufrirlas.
La televisión puede mutar, el streaming puede crecer, pero los realities siempre encontrarán la forma de hacernos mirar, comentar… y engancharnos una vez más.