Cuatro series que me llevaron a ser fan de la tv

Cuando tenía entre 5 y 8 años, la televisión era mi ventana al mundo, podía pasar horas frente a ella, creo que aún lo hago. Pero, no sólo pasaba horas frente a la pantalla, sino que ahí descubrí historias, valores y personajes que marcarían mi manera de ver la vida.

Sin saberlo, mi futuro como periodista de espectáculos, fue con cuatro series que sirven como los puntos cardinales de mi brújula: X-Men, Power Rangers, Dragon Ball y Capitán Planeta y los Planetarios.

No eran simples caricaturas o programas infantiles: eran relatos que me enseñaron que el entretenimiento tiene poder, que los héroes también se equivocan, y que un guion, una voz o una canción pueden inspirar a toda una generación.

Leer los cómics ya era una pasión, como niño con dislexia le dijeron a mi mamá que leyera lo que fuera, pero que leyera; pero ver a los X-Men en acción durante los 90 fue un privilegio. Y entre todos, Magneto se convirtió en mi favorito: no un villano plano, sino un incomprendido.

A su manera, peleaba por lo que creía justo. También Gambito me fascinaba, con su estilo irreverente y su carisma.

Los mutantes me enseñaron algo que después reconocí en los espectáculos: que detrás de cada fama, de cada historia, hay complejidad, contradicciones y humanidad. Que incluso los “malos” tienen razones que vale la pena escuchar.

Si cierro los ojos todavía me veo intentando hacer “¡morfosis, amigos!” con mis amigos en la escuela. Tommy, el chico malo que se hizo bueno, fue mi modelo, aunque Jason también tenía lo suyo.

Más allá de los trajes y los Zords, los Power Rangers me enseñaron la importancia de la unión y de tener un equipo. Y lo curioso es que, muchos años después, he entrevistado a cuatro de los seis Power Rangers originales. Ese niño que soñaba con que Zordon lo llamara jamás imaginó que el verdadero llamado sería a contar sus historias.

De todos los héroes, ninguno me inspiró tanto como Gokú. Sí, quería ser más fuerte, sí, entrenaba hasta el límite…pero lo más importante siempre fue la amistad, la lealtad y la capacidad de levantarse una y otra vez.

Las películas VHS de Dragon Ball aún están en mi colección, y conocer en persona a Mario Castañeda y René García, las voces de Gokú y Vegeta, fue uno de esos momentos que de niño habría considerado un sueño imposible. Hoy, cada vez que siento que la presión me rebasa, me digo: “es hora de sacar ese kaio-ken”.

Quizá menos popular que las anteriores, pero igual de importante, Capitán Planeta y los Planetarios me dejó una lección que sigo llevando conmigo: el planeta es uno, y es responsabilidad de todos cuidarlo. Ma-Ti, Gi, Wheeler, Linka y Kwame me hicieron sentir que no importaba el origen, todos éramos parte de un mismo hogar.

Y en tiempos donde el entretenimiento a veces parece sólo ruido, recuerdo que las buenas historias también pueden inspirar empatía, conciencia y compromiso con algo más grande que nosotros. Espero con ansías esta nueva versión para gritar “adelante, Planeta”.

Hoy veo claro que esas series fueron el origen de mi vocación. Aprendí a emocionarme con historias, a valorar el poder de la música, de los diálogos y de los personajes. Entendí que detrás de cada producción hay seres humanos que quieren conectar, emocionar y enseñar algo.

Por eso me dedico a hablar de espectáculos: porque en ellos encuentro la misma chispa que de niño encendieron mis héroes animados.

Quizá nunca tuve un anillo planetario, ni lancé un kamehameha real, ni fui llamado por Zordon. Pero sí recibí un regalo más poderoso: la certeza de que las historias importan. Y fue ahí, frente a la pantalla, donde descubrí que el entretenimiento no sólo se consume: se vive, se comparte y se transforma en vocación.