Space Jam: Una Nueva Era trae un nuevo juego del siglo a los cines, pero…
Aunque contiene algunos momentos hilarantes, Space Jam: A New Legacy pierde el partido en la cancha del entretenimiento.
Antes de comenzar este texto tenemos que ubicarnos el 15 de Noviembre de 1996, la dorada época de los 90. Un invierno gélido en Estados Unidos, pero no por eso menos animoso. A las salas de cine de todo el mundo llegaba Space Jam, una película con poca luminaria y pocas expectativas, pero que afirmaba tener dos enormes atracciones que la volverían un must para chicos y grandes: por un lado las locuras y carisma de Bugs Bunny y todo el escuadrón de los Looney Tunes, cuyo imaginario ha enamorado a diversas generaciones desde su creación en 1930; por el otro, la figura del que tal vez es el más grande basquetbolista en la historia de la NBA, el nacido en Carolina del Norte, Michael Jordan. Una mezcla extraña de principio, pero que prometía convertirse en una película digna de inscribirse en los anales de la historia del cine… Y así lo sería, pues su éxito fue inmenso pese a las críticas mixtas de la prensa especializada. Los verdaderos encantados serían cada uno de los miembros de la audiencia, que disfrutaron en aquel lejano año no solamente de una historia encantadora, fluida y llena de diversión, sino que también contemplaría la consagración final de que Michael Jordan era el hombre entretenimiento, el personaje más icónico del deporte incursionando en la ficción. De ahí que lo entrañable de Space Jam perdure hasta nuestros tiempos y que hoy, en pleno 2021, podamos ser partícipes de una nueva incursión al mundo de los Looney Tunes y el deporte.
Space Jam: A New Legacy (Space Jam: Una nueva era) comenzaría a confeccionarse desde el lanzamiento de la primera entrega, pero no fue sino hasta 2016 que prosperó la idea de una nueva comedia deportiva. Luego de varios altibajos, el mando de la dirección sería tomado por Malcolm D. Lee, y aunque se manejaron diversos atletas de época para protagonizar y darle un giro distinto como Tiger Woods (golf) o Tony Hawk (skate), se decantó por elegir al basquetbolista más dominante en la actual NBA, LeBron James (El Rey). A su lado se confirmaron histriones como Don Cheadle, Sonequa Martin-Green y, como se esperaría, la locura del querido Tune Squad liderado por Bugs y Lola Bunny.
La historia, que es independiente a la presentada con Michael Jordan, nos muestra una versión más actualizada y digital sobre el mundo de Warner Bros.. LeBron James y su hijo Dom quedan atrapados en un espacio digital creado por un algoritmo un tanto frustrado. Es así que la superestrella del baloncesto tendrá que unir fuerzas con la banda de los Looney Tunes para derrotar al algoritmo conocido como Al-G Rhythm y al Goon Squad en un juego callejero de baloncesto que pone en riesgo su vida tal y como la conoce.
Escrita por Juel Taylor, Keenan Coogler y 4 guionistas más, la cinta pintaba para enamorar a las nuevas generaciones, aquellas que están ávidas por conocer a los personajes que enamoraron a la vieja guardia y que es exactamente en donde encontramos uno de los grandes aciertos de la cinta: el atractivo de la nostalgia. Esa fórmula que funciona efectivamente y que permite conectar a la audiencia con el pasado; una apuesta que hereda sin dudar de su predecesora y que se vuelve magnética. Además, el gran apoyo de parte de Warner Bros. para mostrar una infinidad de cameos de todos sus universos, creando así una ilusión atractiva sobre los personajes que están presenciando el nuevo partido del siglo, aunque al final del día terminan por ser apariciones desangeladas y robóticas que pasan desapercibidas.
La apuesta de valores que muestra Malcolm D. Lee también mantiene un peso significativo, pues LeBron y Dom muestran a su público lo que significa para Warner una relación padre e hijo, una en la que a través de errores y aciertos debe prevalecer el entendimiento, comunicación, respeto y apoyo hacía los sueños e ideales de cada individuo; una en la que James, para salvar a su retoño, primero deberá entender lo que él anhela en la vida, empatizar como padre y unir fuerzas para derrotar al villano en turno. Y es que al final del día, la audiencia que en su mayoría será infantil, encontrará una guía básica sobre cómo construir una relación sólida con sus progenitores.
Pero...
La película contiene muchos errores que la vuelven una significativa decepción, empezando por su sobresaturada apuesta digital, que inclusive vuelve arrogante y transgresora la apariencia digital de los Looney Tunes, quienes pasan de un clásico 2D a una desalmada versión en 3D que poco o nada aporta al desarrollo de la historia. Es ahí también, en el excesivo manejo de digitalización, que la cinta pierde todo interés, ya que se muestra egocéntrica con respecto a su origen y termina por dejar de lado la esencia por la que fue creada: entretenimiento a través del básquetbol y dibujos animados.
Otra de las cosas que la hacen caer en un abismo de insatisfacción es el precario ritmo de su construcción, ya que por diversos pasajes de su metraje se torna en un capítulo de relleno de la nueva versión de los Looney Tunes… básicamente aburrido y poco atractivo. Aunque es de mencionar que no todo es negatividad, ya que justamente en ese interín se muestran algunas situaciones clásicas y disparatadas de Bugs Bunny y compañía, que lucen sus mejores chistes para divertir a la audiencia, aunque se complique el proceso debido a su pobre guion, logran encontrar puntos idóneos para re enamorar al espectador.
El clímax termina por ser más de lo mismo, pues el esperadísimo encuentro para definir el destino de los personajes carece de todo lo que su versión noventera sí tenía: adrenalina, diversión y momentos plagados de epicidad. Aquí se vuelve todo en su contra, y en lugar de convertirlo en el mayor dulzor a ver, deriva en un intento fallido y tibio para entretenernos a todos. Cero emotividad para con sus personajes y sobre todo su villano, interpretado por Don Cheadle, que nunca termina por convencer e interesar por sus motivaciones y se vuelve un mero capricho de los escritores para mostrar un forzado encuentro de baloncesto que no se vería ni en las canchas de las deportivas más remotas de nuestro país. LeBron James no logra sostener la película en su espalda; su nula capacidad expresiva termina por sepultarlo y de paso lo transforma de Rey a bufón. ¿Algo más por agregar? El triste soundtrack que acompaña a la película pasa totalmente de calle y no logra crear un ensamble con las secuencias mostradas.
En resumen
Space Jam: A New Legacy (Space Jam: una nueva era) sale a flote por la participación de los Looney Tunes, quienes demuestran que no importa el año en el que se encuentren, siguen siendo un referente cómico y familiar para entretener a todos por igual. Los amantes del deporte tienen ante sí una cinta poco atractiva y los que esperan presenciar algo digno de su majestad Michael Jordan, encontrarán uno de los mejores chistes de los últimos años. Querían tener el nuevo juego del siglo, pero pecaron de avaricia.