Jordan Peele y otro fallido intento por revivir el clásico de culto
“Existe una quinta dimensión más allá de las conocidas por el hombre. Una dimensión tan vasta como el espacio y tan eterna como el infinito. Es la zona intermedia entre la luz y la penumbra. Se encuentra entre el abismo de los temores del hombre y la cima de su conocimiento. Se trata de la dimensión de la imaginación. Un espacio que llamamos La Dimensión Desconocida”.
Con aquellas sugerentes palabras daba inicio el primer episodio de lo que más tarde sería conocido como todo un clásico de la pequeña pantalla. Una antología repleta de misterio, ciencia ficción, terror y fantasía que invitaba al público a reflexionar tanto sobre la condición humana desde un punto de vista existencialista, como acerca del impacto de una sociedad norteamericana atravesada por un capitalismo que por ese entonces vivía su edad dorada. Hablamos del año 1959, época de consumismo acelerado, rock&roll, baby boomers y una clase media aferrada a las promesas del American Dream. ¿Quién iría a pensar que una serie que mostrara el lado oscuro de todo ese castillo de cristal se volvería tan exitosa? Pues bien, alguien ya lo había imaginado. Rod Serling, el hombre cuyos guiones críticos sobre la sociedad hacían temblar a las cadenas de televisión debido a la presión de los publicistas, se embarcaba ahora en una nueva ficción creada, escrita, presentada y narrada por él mismo a través de una voz literaria única e irreemplazable. La visión crítica de Serling ahora podía burlar la censura a través de analogías fantásticas con giros inesperados que dejaban crudas moralejas rondando en la cabeza del espectador antes de cruzar el umbral de los sueños. Nacía la magia y el amor por el género. La televisión daba a luz a la mítica The Twilight Zone.
Tras varias décadas desde el final de la serie en 1964, los amantes transgeneracionales del legado de Serling fueron testigos de algunos intentos por traer de regreso aquel hechizo perdido. Para ello se desarrolló un primer reboot en 1985 con la participación de escritores de la talla de George R.R Martin y prometedores cineastas como Wes Craven que no dudaron en formar parte de esta gema de culto. El segundo reboot apareció en 2002 con Forest Whitaker como presentador y apenas duró una temporada al aire. A estas versiones actualizadas se sumaron también dos películas, una para TV que recopilaba algunas historias inéditas de Serling, y otra destinada al cine y dirigida por John Landis. Cabe destacar que a pesar de las buenas intenciones ninguno de estos intentos logró superar a la versión original y tanto la crítica como el público no dudaron en bajarles el pulgar.
Con estos antecedentes, y teniendo en cuenta la fascinación de los espectadores por las nuevas antologías de ciencia ficción, parecía poco probable que alguien se animara a poner manos a la obra en un reboot de tamaña magnitud. Y en todo caso, ¿por qué la necesidad de calcar aquel formato que funcionó en una época muy especial del mundo y de la televisión cuando su sola influencia ha abierto las puertas a nuevas series de calidad narrativa y visual como la reconocida Black Mirror? Con la idea de posicionar su plataforma, que hasta el momento solo cuenta con Star Trek: Discovery como su única apuesta fuerte dentro del palo de la ciencia ficción, la CBS decidió que la mejor manera de atraer más suscriptores era “homenajear” a su antigua gema televisiva de la mano del flamante nuevo exponente del terror y niño mimado de la industria: Jordan Peele. Una decisión aparentemente acertada, hasta que recordamos que este reconocido cineasta y comediante neoyorkino no dirige ni escribe ninguna de las historias de la primera temporada.
La voz monótona e inexpresiva de Peele se limita a la presentación y las palabras finales a modo de reflexión de estos relatos que poseen una duración máxima de una hora, el doble de tiempo que los capítulos de la original. Su presencia en la pantalla se siente forzada en el vago intento por llenar los zapatos de Serling y la realidad es que sus guiones no aportan demasiado ni logran llamar la atención del público.
El primero de los episodios, titulado The Comedian, le hace honor a los orígenes del host en el mundo del entretenimiento y nos presenta al excelente Kumail Nanjiani (Silicon Valley) en la piel de Samir, un humorista de stand up cuya rutina sobre temas políticos ni siquiera logra esbozar una leve sonrisa en los espectadores. Tras escuchar los consejos de un célebre comediante afroamericano (interpretado por Tracy Morgan), el protagonista cambia totalmente su monólogo y comienza a reírse de su propia vida y de quienes forman parte de ella. Pero el camino del éxito posee un lado oscuro: pronto, las personas que Samir utiliza como material de trabajo desaparecen misteriosamente, provocando desastrosos eventos.
Es evidente que Nanjiani, con toda su gracia para la comedia, podría haber sido mejor explotado. Pero el relato resulta tan plano y predecible y los momentos del protagonistas arriba del escenario son tan tediosos que poco puede hacer el actor por elevar la calidad del producto que nos ofrecen. El tema del precio de la fama tiene mucho por abordar y aquí claramente se ha optado por un guion sencillo e irrelevante, donde quedan expuestos todos sus hilos. Ni siquiera la pérdida de los personajes logra generar algún sentimiento en el espectador, dado que no hay un digno desarrollo de ellos teniendo en cuenta la injustificada extensión del episodio.
El segundo capítulo está basado en una de las historias más famosas de la clásica The Twilight Zone. Hablamos de Nightmare at 20,000 Feet, el episodio de 1963 donde un treintañero William Shatner es atemorizado por la presencia de una criatura sobrenatural que amenaza con destruir el avión en el que se encuentra abordo. En la nueva versión no hay gremlins ni ningún otro ser diabólico deambulando por el ala del avión, sino que el terror proviene de uno de los formatos más utilizados en los últimos años en el campo del entretenimiento y la comunicación: los podcast. En Nightmare at 30,000 Feet, el viaje de un periodista de investigación (Adam Scott de Parks and Recreation) se convierte en una real pesadilla cuando descubre un misterioso podcast bautizado Enigmatique, que relata cómo fueron las últimas horas de los pasajeros del vuelo 1015, su vuelo, que según el audio se perdió en medio del océano sin dejar rastro. Con la intención de evitar la profética desaparición del avión, el protagonista sigue las pistas del podcast, alterando la tranquilidad de los pasajeros y sacando de quicio a las azafatas y comandantes que ven en este sujeto a un hombre desequilibrado y peligroso.
A pesar de la genial actuación de Scott, el episodio desperdicia lo que podría haber sido un gran análisis sobre el fenómeno de los podcast de misterio y crímenes, las nuevas tecnologías y sus efectos en la audiencia. La narrativa hace agua también cuando nos preguntamos por qué el periodista no intenta más de una vez hacer escuchar a alguno de los tripulantes este programa que habla sobre ellos mismos y su trágico vuelo, puesto que sería lo más sensato en vez de colgarse la capa de héroe. El giro final, sí ese que tanto ha hecho célebre a la antología de Serling, deja bastante que desear dado su falta de imaginación e impacto.
Queda claro que una antología con historias demenciales sobre personas comunes y corrientes que viven eventos de otra dimensión hubiera sido mucho más efectiva con un nombre distinto y sin el peso de estar a altura de la serie de culto. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Peele es un director con ideas más que interesantes, que dentro del mundo del terror apuesta por la alegoría y las metáforas para tratar temas actuales que impactan en el público al punto de dejarlos analizando la obra mucho tiempo después de su visionado en el cine. Algo que hoy en día no sucede con frecuencia en la gran pantalla y que en la nueva The Twilight Zonelamentablemente tampoco, ya que tanto sus infinitos detalles como sus mejorables plot twist se evaporan tan rápido como terminan.
Aún quedan varios episodios por explorar y tal vez, quién dice, la magia vuelva a aparecer y entremos finalmente en la quinta dimensión de la imaginación. Aunque por el momento, las expectativas no son las ideales.