El falso documental que se ríe de los documentales

¿Una serie sobre grafitis de penes? ¿Esto realmente está pasando? Esa fue mi primera reacción cuando después de unos cuantos días abrí mi cuenta de Netflix y la plataforma me recomendaba su nueva ficción original. Admito que estar enferma, en cama y con mucho tiempo para perder hicieron la decisión un poco más fácil. Además, el servidor me estaba diciendo que como había visto el caso de O.J. Simpson esto me tenía que agradar y mis 39 grados de fiebre no me permitían discernir que tendría que ver el juicio del siglo y Travolta con un sujeto obsesionado por los penes. O al menos prefería no saberlo…

Sin más, hice clic sobre la opción que decía American Vandal.

Para los que hayan nacido en el tercer milenio, deben saber que los ’90 no solo fue una ensalada rusa de grunge, Britney Spears y Marilyn Manson, sino que, entre otras cosas, también marcó el comienzo de lo que pronto sería el boom de un género denominado falso documental o mockumentary. El filme italiano Holocausto Caníbal (1980) fue el primero en adentrarse en estas tierras, pero quien terminó llevándose todos los créditos no fue otra que La Bruja de Blair en 1996. Digamos que una pequeña cosilla llamada la internet logró que la película se convirtiera en un rotundo éxito. Si, aunque hoy en día les parezca inconcebible, déjenme decirles que en aquel entonces mucha gente creyó que aquellos tres jóvenes estudiantes de cine efectivamente habían desaparecido en el bosque de Blair. Lo cierto es que a partir de esa paranoia colectiva vieron la luz cintas como la desdeñada segunda parte de Blair Witch (2000), REC (2007) con sus correspondientes secuelas, y demás intentos que mejor no recordar.

American Vandal es un falso documental que se burla de miniseries como Amanda Knox o Making a Murderer, ambas de Netflix. En esta parodia, dos chicos de segundo año de la preparatoria deciden filmar un documental sobre un episodio de vandalismo ocurrido en el colegio. Alguien pintó con aerosol dibujos de penes en 27 autos de profesores que se encontraban en el estacionamiento del instituto. La comunidad educativa apunta a Dylan Maxwell, un estudiante de último año conocido por su mala reputación, que pasa sus días realizando videos de bromas junto a sus amigos para luego publicarlos en YouTube. El joven niega haberlo hecho, sin embargo, su coartada no es del todo convincente y las autoridades determinan que sea expulsado. Es entonces cuando los dos aspirantes a cineastas, Peter Maldonado y Sam Ecklund, ponen manos a la obra con su investigación para lograr descifrar el misterio.

En el trascurso de los ocho capítulos que dura la serie, observamos mediante entrevistas a los distintos personajes del colegio. Como sucede en todas las series de adolescentes, aquí también se presentan los clásicos estereotipos: la chica linda y popular, los jugadores, los gamberros, la docente querida y respetada, entre otros. Mientras avanza la investigación, nos damos cuenta de que nadie está exento de resultar sospechoso. Incluso los mismos Peter y Sam parecen guardar razones para haber cometido el delito. El relato se enriquece gracias al aporte de conversaciones de What’s App, videos de Instagram y demás documentos previos al fatídico día de las pintadas.

La autoconciencia del absurdo que caracteriza a la serie le juega varios puntos a favor. El drama, el humor satírico y el misterio se congenian a la perfección para entregarnos una narrativa ligera y entretenida. De hecho, resulta increíblemente mucho más realista que la mayoría de series Coming-of-age que se encuentran dando vueltas.

Sin dudas, la serie sobre crímenes que nadie hubiese osado hacer es la sorpresa del mes. Hay que reconocerlo, Netflix lo ha hecho otra vez. Inclusive mofándose de ella misma, la plataforma logra su cometido. ¿Será esto la antesala de una posible The Office? Por lo pronto, recomiendo dejar a un lado los prejuicios y darle su merecido visionado a esta impensada y descarada producción.