La eterna adolescente, las pequeñas cosas de la vida… - Spoiler Time

La eterna adolescente, las pequeñas cosas de la vida…

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Una de las películas mexicanas más hermosas y dolorosas que he visto en mi vida, pero también de las más sanadoras. ¡Qué fuerte es “La eterna adolescente”!

Recuerdo perfectamente y no hay tonos sepias en estas memorias cuando en la parte de atrás de una camioneta blanca íbamos para Acapulco mi abuelo manejando, mi tíos, mis primos y yo. Mi madre iba al lado mío. El aire de la ventana me daba en la cara y yo llevaba una playera blanca con flamencos rosas estampados, los lentes oscuros evitaban que el sol me lastimara los ojos. 

Mi experiencia familiar en este aspecto ha encontrado lugares seguros y hermosos en el cine. Mi memoria se ha visto rescatada, restaurada y avivada por escenas cinematográficas muy intensas como en “Tótem” de Lila Avilés, “Aftersun” de Charlotte Wells y “All of Us strangers” de Mark High. 

Ahora, “La eterna adolescente” de Eduardo Esquivel.

Es hermoso cuando el cine, ya olvidándonos de los aspectos técnicos y esos menesteres, llega a tocar tantas fibras emocionales, pero no solo toca sino también repara esas sensaciones que se tuvieron en el pasado poniendo en su lugar y en perspectiva cada memoria que se tuvo con padres, abuelos, familia y con uno mismo también. La magia del cine no solo se limita a una junta de aspectos técnicos sino también una catarsis emocional que logra llegar a profundidades almaticas muy sensibles y dependerá de nosotros como espectadores estar dispuestos a reparar o dejar nuevamente la herida abierta. 

Eduardo Esquivel escribe y dirige una ópera prima fuerte sobre una familia que se deconstruye a partir de una tragedia familiar. La muerte inesperada de algunos de los integrantes de este clan puede no solo resultar doloroso, también destructivo y divisivo. Aunque el cine mexicano ya nos ha contado historias parecidas, recordemos que no es lo que cuentas, sino como lo cuentas y la forma de Eduardo de plasmar una catártica historia familiar sobre la alarmante melancolía de una madre que reúne a sus hijos en una Navidad fría en Guadalajara para que buscando entre archivos polvorientos, la familia enfrente su recuerdo más doloroso y logre sanar los lazos perdidos. 

La creatividad narrativa de Eduardo Esquivel para mantener al espectador no solo conmovido sino también interesado a lo que le pasa a esta familia es narrar en dos líneas de tiempo que se fracturan continuamente justo como los recuerdos habitan la memoria. Por un lado tenemos algo que parece el presente en donde Gema, la matriarca de esta familia está envuelta en una depresión de muchos ayeres e inundada de un recuerdo que no logra soltar. 

Después Eduardo rompe con este presente para llevarnos a la década de los noventa, al interior de un auto con cuatro integrantes jóvenes, 3 mujeres y un niño pequeño. A través de una cámara en mano, Mónica va filmando la memoria que después sutilmente nos saca de la televisión para llevarnos nuevamente a lo más cercano que tenemos de un presente en esta historia. 

La habilidad narrativa del director hace que “La eterna adolescente” sea casi mágica con la memoria, los recuerdos y dolorosa con las emociones y las heridas, al mismo tiempo sanadora con el alma. Eduardo sumerge al espectador en la historia de una familia como cualquier otra en una ciudad como en la que vivo, tú vives y cualquiera pueda estar. Logra hacer algo íntimo y particular para llevarlo a la universalidad de la memoria colectiva, como si tuviéramos memorias implantadas parecidas, pero con distintos personajes. 

Una de las películas mexicanas más hermosas y dolorosas que he visto en mi vida, pero también de las más sanadoras.

¡Qué fuerte es “La eterna adolescente”!

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