El cine de Luca Guadagnino no se conforma con contar historias; las seduce, las transgrede y, a menudo, las desgarra. Nacido un 10 de agosto de 1971 en Palermo, Italia, Guadagnino se ha convertido en uno de los autores más provocadores y sensuales del cine contemporáneo. Su obra se mueve con libertad entre el erotismo juvenil, el horror elegante y la belleza plástica, pero siempre con una obsesión clara: explorar el deseo como motor de lo humano.
El deseo como lenguaje: cine según Guadagnino

Desde Llámame por tu nombre (2017), Guadagnino dejó en claro su fascinación por el deseo juvenil, no como algo superficial, sino como una fuerza transformadora, a veces destructiva. La película, que retrata el romance veraniego entre Elio y Oliver en la campiña italiana, fue celebrada por su sensibilidad, pero también por su intensidad emocional.
El deseo en Guadagnino no se limita a lo sexual: es una forma de estar en el mundo. Sus personajes —jóvenes o adultos— se enfrentan a sentimientos que los abruman, que los arrastran hacia el otro con una mezcla de fascinación y miedo. Esta idea reaparece con una crudeza sorprendente en Hasta los huesos (2022), donde la atracción amorosa y el canibalismo coexisten en una metáfora explícita del amor que devora.
En Desafiantes (2024), su mirada se enfoca en un triángulo amoroso ambientado en el mundo del tenis profesional. Pero Guadagnino no dirige un drama deportivo: dirige un thriller erótico disfrazado de competencia atlética. La cancha es solo el escenario donde se juega otra cosa: el deseo, el poder, la seducción. El sudor y los cuerpos tensos se convierten en un nuevo lenguaje de lo erótico.
Guadagnino no teme abrazar el género. En Suspiria (2018), su reinterpretación libre del clásico de Dario Argento, fusionó el ballet, la brujería y la violencia para crear un espectáculo inquietante y sensorial. Aquí, el horror no solo asusta: fascina. Es una forma de liberar lo reprimido, de explorar el poder oculto de las mujeres, el cuerpo y la transformación.
En Hasta los huesos, el canibalismo no es solo horror físico, sino una metáfora potente sobre los impulsos humanos incontrolables. Amar y devorar se convierten en actos hermanos. El horror, para Guadagnino, no es un género cerrado, sino una vía para indagar en lo más íntimo y oscuro de la existencia.
Visualmente, Guadagnino es un esteta. Cada plano suyo parece pensado como una pintura o una fotografía editorial. Su cine está lleno de texturas, luces naturales, arquitectura moderna, moda de alta costura y composiciones simétricas. Pero esta belleza no es vacía: es parte de la narrativa emocional.
La cámara observa a los personajes con deseo, como si el propio cine se sintiera atraído por ellos. En A Bigger Splash (2015), los cuerpos mojados bajo el sol siciliano no son solo parte del paisaje, sino elementos de tensión sexual. La belleza, en Guadagnino, no es gratuita: es un síntoma del deseo, una manera de mostrar el conflicto interno.
A esto se suma el uso de la música. Ya sea con la banda sonora original de Thom Yorke (Suspiria) o la música clásica de Llámame por tu nombre, Guadagnino construye atmósferas que envuelven, que hipnotizan. Su cine se experimenta, más que se mira.
Muchos críticos han señalado a Guadagnino como un heredero del gran cine italiano del siglo XX, particularmente de Luchino Visconti y Bernardo Bertolucci. Como ellos, se interesa por los cuerpos, los sentimientos desbordados, la sensualidad, las casas burguesas como escenarios de colapso emocional.
En I Am Love (2009), su homenaje a Visconti es evidente: una familia aristocrática, secretos, pasiones reprimidas y una protagonista —Tilda Swinton— que se emancipa a través del deseo. Pero Guadagnino no se limita a replicar: transforma esos códigos en algo contemporáneo, queer, a veces perturbador.
Mientras que Visconti retrataba el ocaso de la nobleza italiana, Guadagnino retrata el deseo como clase social, como impulso que trasciende géneros, edades o normas. Sus personajes se aman, se devoran o se destruyen, pero nunca se contienen.
Quizás lo que distingue a Guadagnino de otros cineastas de su generación es su capacidad de combinar lo emocional con lo estético, lo poético con lo carnal. Su cine está lleno de escenas que parecen suspendidas en el tiempo: una mano rozando otra, un susurro, una mirada prolongada, un grito reprimido. Son momentos donde la belleza y el abismo se encuentran.
Además, su cine abraza la ambigüedad. No teme mostrar lo incómodo, lo queer, lo monstruoso. Sus historias no siempre tienen cierres convencionales, pero sí dejan marcas emocionales. Guadagnino filma con deseo, y hace que el espectador también desee.
A sus más de 50 años, Guadagnino sigue reinventándose. Su filmografía abarca el romance, el horror, el drama, el thriller erótico y el coming-of-age, pero siempre desde una mirada autoral clara.
Ya sea filmando un primer amor entre adolescentes, una bruja danzando en Berlín o un partido de tenis cargado de tensión sexual, Guadagnino convierte cada proyecto en una exploración del deseo, del poder de los cuerpos y de la belleza que esconde una sombra. Su cine, como sus personajes, nunca se detiene. Siempre está buscando, sintiendo, deseando.