“Pedro Páramo” de Rodrigo Prieto y el purgatorio mexicano

La más reciente adaptación cinematográfica de la novela de Juan Rulfo, “Pedro Páramo”, dirigida por el aclamado director de fotografía Rodrigo Prieto, emerge como un evento cinematográfico de gran envergadura. Este proyecto no solo se enfrenta al reto de llevar a la pantalla una de las obras cumbres de la literatura latinoamericana, sino que también carga con el peso de dos adaptaciones previas, la de John Gavin en 1967 y la de Manuel Ojeda en 1978. La versión de Prieto, su ópera prima como director, se distingue desde el primer momento por una propuesta visual arriesgada y una visión artística que ahonda en la naturaleza mística y espectral de Comala.

2 Diferencias con las versiones de John Gavin y Manuel Ojeda
Las primeras adaptaciones de “Pedro Páramo” se enfrentaron a un desafío casi insuperable: traducir el laberíntico y no lineal relato de Rulfo a una estructura cinematográfica más convencional. La versión de 1967, con el actor estadounidense John Gavin en el papel principal, buscó una narrativa más directa, pero a menudo se quedó corta en capturar la esencia poética y onírica del texto. Por su parte, la cinta de 1978, con Manuel Ojeda, si bien más cercana al contexto mexicano, también tuvo dificultades para sortear el complejo rompecabezas narrativo de la novela.
La propuesta de Rodrigo Prieto se desmarca de estas aproximaciones al abrazar la fragmentación y la naturaleza atemporal de la obra. En lugar de tratar de ordenar cronológicamente los eventos, la película de Prieto utiliza una estructura no lineal que emula la forma en que los recuerdos y las voces de los muertos se entrelazan en la memoria de Juan Preciado. La cinta no solo muestra a los personajes, sino que nos sumerge en su mundo, en un Comala que existe simultáneamente en el pasado y el presente, entre la vida y la muerte. Esta decisión narrativa, más fiel al espíritu de la novela, permite que la historia se construya a través de las atmósferas y las sensaciones, más que por medio de una sucesión de hechos.

3 El genio de Mateo Gil: Un guionista para mundos complejos.
La novela de Rulfo se ha interpretado a menudo como una versión mexicana de la mitología del inframundo. Comala no es solo un pueblo fantasma, sino un purgatorio donde las almas de los muertos vagan, atormentadas por sus pecados y recuerdos. La película de Prieto captura esta mística con una fidelidad asombrosa. A diferencia de las versiones anteriores, que a veces se sentían como dramas históricos ambientados en un pueblo desolado, la de Prieto hace que el lugar sea un personaje más. Las voces susurrantes, los ecos de las conversaciones pasadas y la omnipresencia de los muertos transforman a Comala en un espacio sobrenatural, un purgatorio que tiene su propio pulso y sus propias reglas.
Aquí, la película de Prieto se conecta con las grandes epopeyas de la literatura universal que narran viajes al más allá, como la “Odisea” de Homero o la “Divina Comedia” de Dante. Al igual que Ulises o Dante, Juan Preciado se embarca en un viaje al inframundo, un descenso a los círculos del purgatorio que son las calles de Comala. La película visualiza este descenso con una atmósfera cargada y pesada, donde la luz y la sombra se convierten en las herramientas para diferenciar entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

4 La fotografía como lenguaje: La luz en las manos de Rodrigo Prieto
Si bien “Pedro Páramo” es su ópera prima como director, la experiencia de Rodrigo Prieto como uno de los fotógrafos más importantes de la industria es palpable en cada fotograma. Sus trabajos previos con directores como Alejandro González Iñárritu (“Amores perros”, “21 gramos”), Martin Scorsese (“El lobo de Wall Street”, “El irlandés”, “Los asesinos de la luna”) y Ang Lee (“Secreto en la montaña”) han demostrado su maestría para crear atmósferas y narrar con la luz.
En “Pedro Páramo”, Prieto utiliza su lente para evocar la desolación y el calor sofocante de Comala, así como el frío de la muerte. La paleta de colores es intencionalmente apagada, con tonos sepias y grises que sugieren un mundo desvanecido por el tiempo. Pero es en el manejo de la luz donde la película realmente brilla. La luz natural, cruda y violenta, del sol de la tarde en el desierto se contrasta con las sombras densas y las noches oscuras. En los momentos donde los muertos se manifiestan, Prieto utiliza la luz de una manera casi onírica y etérea, creando siluetas que se disuelven en el aire y destellos que revelan fragmentos de memoria. La iluminación no solo sirve para ambientar, sino que se convierte en un elemento narrativo en sí mismo, guiando al espectador a través de las capas de tiempo y realidad de la historia.
“Pedro Páramo” de Rodrigo Prieto es una audaz y poética inmersión en el universo de Juan Rulfo. A diferencia de sus predecesoras, no se conforma con ser una mera ilustración del libro, sino que se atreve a reinterpretarlo a través de un lenguaje visual y narrativo que solo un director con la sensibilidad de un fotógrafo como Prieto podría lograr. Es una película que no solo se ve, sino que se siente y se habita, invitando al espectador a perderse en el mismo laberinto de fantasmas que habita Juan Preciado.