La serie de HBO demuestra que se merece una segunda temporada ¡y mucho más!

Recientemente, la nueva versión de Perry Mason estrenada por HBO llegó al final de su primera temporada de ocho episodios. Con una segunda ya bajo el brazo, la serie demostró con pasos seguros porqué se merece continuar.

Ubicada en Los Ángeles, en la década del 30, nos muestra los orígenes del personaje, que empieza como investigador y termina la temporada como abogado al frente del caso por el asesinato del pequeño Charlie Dodson.

Lo primero que hay que decir de Perry Mason es que descansa sobre los hombros de un actor que, una vez más, demuestra que tiene todo lo que se necesita para ganarse muchos premios. Matthew Rhys logra hacer crecer a Perry desde ese investigador desprolijo del primer episodio hacia el conmovido y concienzudo abogado del último con una precisión y una cantidad de matices que no dejan de generar admiración. Desde el tono de voz para el alegato final, hasta el intercambio con Sister Alice bajo la luz del sol, todo en Perry Mason ha cambiado desde que lo vimos por primera vez. El nuevo abogado descubrió, en el transcurso de los ocho episodios y la intrincada investigación acerca de quién asesinó a Charlie Dodson que, a veces, hay que hacer conciliaciones para lograr alguna suerte de triunfo.

La serie, además, ha sabido representar muy bien una época desoladora de Estados Unidos. La década de los 30, después de la caída de la Bolsa, con la Ley Seca, nos presenta un Los Ángeles sórdido, donde todos luchan por sobrevivir con las tretas más perversas que puedan ocurrírseles. Nadie dice la verdad en Perry Mason y nadie es lo que parece: ni los policías están al servicio de la justicia, ni la Iglesia al servicio de la fe, ni la devota Emily Dodson está al servicio de su matrimonio. Episodio tras episodio, la serie devela los rincones oscuros de cada uno de estos ámbitos: una policía corrupta, una Iglesia adoradora del dinero sobre todas las cosas y una madre que perdió a su hijo mientras conversaba con su amante por teléfono.

Incluso la muerte de Charlie Dodson no es lo que parece. No se trata de un crimen horripilante, sino de un burdo accidente (en medio de un crimen motivado por la avaricia). El bebé ha muerto tras asfixiarse con la leche envenenada por la heroína de una “madre sustituta” que los secuestradores le proveyeron para calmar su hambre.

Como decía anteriormente, la serie crece de la mano de un enorme Matthew Rhys, pero también cuando logra concentrarse, no solo en él, sino también en Della Street, la mujer que lo guía y lo pule para que sea el gran abogado que intuye puede ser. Los grandes aliados de Mason serán personajes que se encuentran en los márgenes de la sociedad: Della Street, a quien le fue negada la educación y que es una mujer homosexual que no se esconde demasiado, y Paul Drake, un policía negro que terminará renunciando a la fuerza espantado por el racismo y la corrupción para intentar ayudar investigando para Perry Mason.

Además, otro punto a favor de la nueva serie de HBO, es que no cayó en la tentación de un juicio perfecto. Mason renuncia a la verdad, a la venganza, a su “sed de sangre” como la llama él mismo, para conseguir un juicio nulo que le dé la libertad a Emily, esa mujer que, básicamente, se encuentra en el ojo de la tormenta por haberse atrevido a tener un amante. No hace falta que el desenlace del juicio sea perfecto, alcanza con que no se juzgue a la persona equivocada.

Ya con el equipo armado y con un Perry Mason mejor plantado en esa sociedad oscura de la década de los 30 en Los Ángeles, la segunda temporada de la serie probablemente la consagre como un éxito rotundo. Y se lo merece.