Rojo amanecer, una perspectiva íntima

Rojo amanecer (1989), dirigida por Jorge Fons, es un testimonio cinematográfico crudo y poderoso de la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968. Lo que la distingue de otras representaciones históricas es su enfoque claustrofóbico e íntimo, que nos sumerge en la tragedia a través de la experiencia de una sola familia atrapada en un apartamento. La cinta no necesita mostrar la violencia explícita en la Plaza de las Tres Culturas para generar un profundo impacto; al contrario, su poder reside precisamente en la omisión.
Fons nos encierra en el microcosmos de un departamento de clase media, un espacio aparentemente seguro que se convierte en una jaula a medida que la tensión crece. El director utiliza la casa como un personaje más, un escenario donde la normalidad de una mañana familiar se desgarra con los sonidos y ecos de la violencia exterior. A través de la ventana, el único contacto visual con el exterior, solo vemos fragmentos de lo que sucede: las luces intermitentes, las sombras de los helicópteros y, sobre todo, escuchamos los gritos, los disparos y las sirenas.
Este manejo de la tensión es magistral. La película se construye como un thriller psicológico, donde la incertidumbre y el miedo se transmiten a través de las reacciones de los personajes. El público, al igual que la familia, se ve obligado a imaginar el horror, y esa imaginación se vuelve más aterradora que cualquier imagen explícita. El director nos niega la visión para obligarnos a escuchar y sentir, haciendo que la experiencia sea más personal y perturbadora. Los diálogos, llenos de discusiones ideológicas y miedos personales, reflejan las posturas divididas de la sociedad mexicana de la época, mientras que los ruidos del exterior sirven como una banda sonora ominosa que presagia la inminente catástrofe.

2 Un contexto de censura y olvido
El estreno de Rojo amanecer se dio en un contexto político muy particular en México. La matanza de Tlatelolco había sido un tema tabú durante décadas, un evento silenciado por el gobierno y deliberadamente borrado de la memoria oficial. Cuando Fons intentó lanzar la película, se enfrentó a una fuerte censura por parte del gobierno. La narrativa de la película, que confrontaba directamente la versión oficial de los hechos, fue considerada una amenaza.
El “enlatamiento” de la película, es decir, el bloqueo de su distribución y exhibición, es un testimonio de la dificultad de hablar sobre el 68. La cinta tuvo que pasar por un arduo proceso de revisión y se dice que se salvó gracias a la intervención de figuras como Gabriel García Márquez y el entonces recién electo presidente Carlos Salinas de Gortari, quien en un intento de dar una imagen de apertura, permitió su lanzamiento. A pesar de su posterior distribución, la película ya había sufrido recortes y la polémica marcó su historia.
El contraste entre la brutalidad de la matanza y la celebración de los Juegos Olímpicos de México 68, que se llevaron a cabo solo 10 días después de los hechos, es otro punto crucial que la película y su contexto ponen de manifiesto. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz buscó proyectar una imagen de modernidad y paz al mundo, mientras la sangre de estudiantes, profesores y civiles aún estaba fresca. La película, aunque no muestra directamente los juegos, sirve como un recordatorio sombrío de esta doble cara del poder.
“Rojo amanecer” es mucho más que una película sobre un evento histórico. Es un estudio sobre el miedo, la opresión y la resistencia. Su valentía radica no solo en haber abordado un tema censurado, sino en su brillantez cinematográfica para construir un relato impactante sin recurrir a la espectacularización de la violencia, demostrando que a veces, lo que no se ve es lo que más nos aterra.
