El cine de terror ha tenido una reformación interesante en los últimos años. Actualmente el género continúa con su función de espantar, sí, pero también se explaya al explorar situaciones humanas que lo convierten en algo con lo que el espectador se puede relacionar de manera más directa, haciéndolo mucho más efectivo. Brujería de Christopher Murray navega estas aguas entre el relato fantástico y el de horror y la crítica sociopolítica.
Terror sociopolítico: Brujería critica de lleno a nuestra sociedad actual
Esta es la historia de Rosa, una adolescente que trabaja en una casa de una familia alemana en una remota isla chilena a finales del Siglo XIX. Un día, su padre es asesinado por la jauría de perros de la familia al culparlos de brujería. La joven buscará venganza por medio de las artes ocultas de los nativos de la isla y tendrá repercusiones catastróficas para todos los involucrados.
En entrevista con su director, al preguntarle cómo un relato del pasado nos podía ayudar a entender nuestro presente, me respondió que la condición humana siempre es la misma: ambición de poder, prejuicios sociales y abusos. De esta forma, cuando el relato abarca un tema constante, Brujería se convierte en un espejo atemporal de los demonios y claroscuros tan milenarios como la humanidad misma.
Christopher Murray entreteje un relato sólido que se cuece de forma lenta y muy concisa. Sabe perfectamente lo que quiere causar en el espectador con las herramientas que tiene disponibles, como la creación de atmósferas efectivas por medio de los planos secuencia que aumentan la tensión acompañados por la composición musical a cargo de Leonardo Heiblum, mismo compositor de scores como Frida (2004), La jaula de Oro (2013) y Pájaros de verano (2018). Estos dos elementos bien ejecutados generan ambientes enrarecidos en pantalla que causan una tensión constante en el espectador.
El director viste de una tristeza y misticismo a esta isla por medio de colores fríos que apuntan también a un suspenso incesante que cala muy dentro. La lluvia constante es un elemento semiótico de la tristeza en combinación del luto que carga Rosa y también de la gente que la rodea. Esto hace contraste con la vida que los lugareños emanan con su folclore, también de creencias que llenan de balbuceos y entonaciones guturales que aportan una carga espiritual muy peculiar, añadiendo más elementos a la imaginería que el director ya ha entablado con el público para contar su historia.
Brujería se pude leer de dos formas: como un relato sobrenatural y fantástico que envuelven un coming of age atípico estilo The Witch de Robert Eggers, tanto en intención y época; como una crítica sociopolítica a nuestra actualidad a temas como la cultura de la cancelación y las acusaciones infundadas que actúan por medio de prejuicios sociales e ideológicos absurdos que polarizan a una comunidad. Aunque ambos discursos son notables y atractivos, al mismo tiempo que bien ejecutados por el director, la película puede llegar a sentirse lenta en ritmo, cuando en realidad lo que está haciendo es desarrollar una venganza que al final se consumará de forma fría y contundente.
La tesis de Brujería es interesante y efectiva por todos los elementos que la envuelven y no resulta tampoco desconocida para quien la ve por el auge del ya conocido “terror elevado”, subgénero que ahonda mucho más en temas y complicaciones humanas que en un simple susto que te haga saltar. Brujería no se ubica dentro de una típica película del subgénero: desarrolla una personalidad y peso propios que la colocan como una rareza dentro de su propio estilo. Esto para nada es malo, al contrario, mantiene expectante ante las situaciones de cada uno de los personajes con giros interesantes cargados de intensiones que dialogan más con el thriller que con el terror, sin dejar de lado ninguno de los dos.
Brujería es una película discretamente intensa en intención y relato pero que sabe llevar al espectador de forma suave, y al mismo tiempo contundente, por una historia de venganza y descubrimiento personal.
Véanla.
