Muy pocas veces las segundas partes son mejores, y este es un excelente ejemplo

Hace mucho pero mucho tiempo escribí la reseña a la primera temporada de El Marginal y no dejé espacio a la duda que era una muy mala adquisición por parte de Netflix de una producción latinoamericana, en este caso, Argentina.

En este artículo, y con la segunda temporada presente en el servicio de streaming más grande a nivel global, vengo a defender el trabajo de Sebastián Ortega.

Ya de entrada debo decir que la idea de hacer una precuela con la historia de los Borges, o sea, cómo llegan a ser los capos absolutos del Penal de San Onofre, fue un acierto: en vez de inventar historias alocadas del post lío ocurrido al final de la primera temporada, la producción se toma un buen tiempo y deja que las ideas se materialicen aún mejor para una tercera temporada.

A su vez, la decisión de precuela le da verosimilitud a la historia, algo que en la primera temporada estuvo totalmente violado una y otra vez al contagiarse con escenas delirantes (como el momento de enfrentamiento boxístico entre el protagonista y uno de los celadores), escenas de alto contenido histórico en lo político nacional argentino (la referencia no muy fina de a la última dictadura acaecida) y una muy poca lógica entre los tiempos pasados y presentes, todo para acomodar lo que fue el planteo de una historia que no tenía ni pies ni cabeza.

Lo que sí llama la atención, y hace un poco bastante de ruido, es la carga humorística que hay en esta temporada, cosa rara para una ficción que se construyó desde el primer momento como una dura. Ok, la primera temporada también construyó cierto poder en el humor, pero no a estos niveles. En vez de verlo como algo negativo, lo festejo: ¿o acaso grandes thrillers modernos, sobre todo Breaking Bad, no es mega humorístico? Sí, claro que sí, y eso refresca, baja tensiones, sobre todo en una producción como El Marginal que en esta segunda temporada es híper violenta.  

Pero este humor, a veces exacerbado, es un arma de doble filo: es muy local, muy argentina la comedia planteada, y eso no deja mucho margen para que otro usuario de  Netflix que no sea del país del sur pueda comprender mucho. Un ejemplo de esta postura cómida es este cruce entre Diosito y el pequeño Pedro:

Y ahora que mencionamos a dos personajes, hablemos del cast. Sin dudas, Diosito (Nicolás Furtado) se lleva todos los premios en un elenco de personajes que podemos catalogar como mediocre, de 5 a 6 puntos en una escala de 10. ¿Por qué? Porque el villano de esta temporada (si se le puede decir así… en el fondo son todos villanos menos el personaje del Doc Salgado interpretado por Esteban Lamothe), el Sapo Quiroga (Roly Serrano) es un personaje que justamente devuelve a la serie a su peor versión: lo estrafalario de las actitudes, decisiones y hasta acciones de este personajes nos recuerdan a la nefasta primera temporada. ¿Culpa del actor? No, claro, de la producción, que aún sigue con esas vetustas ideas de “la imaginación al poder”. Gente, a veces ser realista no daña a nadie, eh…

Otros personajes que están mal interpretados o mal planteados y que no entendemos, en muchos casos, el porqué de su nueva inclusión: Gerardo Antín (Gerardo Romano), Emma Molinari (Martina Gusmán), Barny (Marcelo Peralta), Oaky (Rodrigo Noya), Rita (Verónica Llinás).

Más allá de esto y otros datos que son realmente menores (como el tema del copyright de la música utilizada; la próxima vez paguen los derechos de Clair de lune de Claude Debussy y no utilicen un símil desastroso como en el tercer episodio; muchachos de la producción, invertir es ganar…) la historia es sólida y nos deja con un muy buen cliffhanger para una tercera temporada que suceda alejada de las paredes de la prisión. Ojo, tampoco voy a decir que es una producción excelente, pero levantó mucho su nivel. Esperemos que esto siga así y dignifique a lo filmado en Argentina y que Netflix compra.