Dos viejos judíos entran a un bar… ¡Otra vez! ¡Y ahora son tres!
La serie de Chuck Lorre vuelve con su segunda temporada y mete la cola.
En esta nueva entrega de episodios (ocho, en total), se tocan variados temas que no figuran a priori en el listado de los “cómicos”, pero que son muy bien llevados con ironía simple o acidez recalcitrante.
Te contamos qué nos pareció la nueva temporada de esta serie sobre la vejez y la familia
La aparición de Paul Reiser, como el veteranísimo novio de Mindy Kominsky (la hija del protagonista), es un activo invalorable. La dinámica de estos dos seres es muy buena y es gracioso el ver cómo Mindy se queda afuera de todas las conversaciones por no compartir los conocimientos de varias generaciones atrás y -más que nada- los problemas de salud de gente ya… grande.
Por otra parte, Lisa Edelstein (Phoebe) vuelve de rehabilitación, pero su actuación vira desde lo físico y vehemente (como siempre) a lo más dramático, tocando hondo a su padre Norman Newlander. La familia vuelve a ganar en lo ridículo cuando el nieto que interpreta Haley Joel Osment vuelve de los antros cientológicos.
Todos tienen problemas de gente mayor, importante, pero son combatidos desde lo cómico-reflexivo.
Ya no hay tantas apariciones de la fallecida Eileen, pero Norman también se corre de ese duelo para estar en el día a día y la comprensión de Phoebe y su posible cambio de comportamiento. De hecho, Newlander en un velorio reconecta con Madelyn (Jane Seymour), de quien se enamora, y con quien comparte el recuerdo de haber sido fogosos amantes en los 60/70’s.
Sandy, además de lidiar -y para bien- con el enamorado de su hija, debe luchar contra un cáncer de pulmón (recordemos que Michael Douglas padeció la enfermedad). Gran momento cuando llama a su odiada ex-esposa (mamá de Mindy) y no es otra que Kathleen Turner, reviviendo a ese dúo de los 80’s/90’s que en tantas películas nos deleitó con relaciones intensas. Esperamos más de ellos para la tercera.
En esta segunda entrega la serie se expandió, con nuevos amantes y nietos, pero no dejó de lado a nadie; todo lo que deseamos ver de alguien está o puede verse representado en la esperanza de la próxima temporada.
Como corolario, algo que nunca está mal decir de las series creadas por Chuck Lorre: La gente COME. No es común ver a los protagonistas sentados a una mesa y llenándose las bocas, pero tanto en esta, como en las anteriores vuelve a ocurrir y eso nos invita a ser parte de esas ceremonias.
