La película mexicana Un Actor Malo cuestiona los límites del sexo y la actuación de manera magistral y escalofriante

Existe una anécdota acerca de la película El último Tango en París (1972) de Bernardo Bertolucci. Marlon Brando y Maria Schneider tienen una escena de sexo casi explícito en la que Brando toca a su coprotagonista de forma que no venía especificada en el guion, esto con la aprobación previa del director para ocasionar la actuación de Schneider que vemos en esa mítica escena. Durante años El último Tango en París y su verdad, a forma de quimeras, resultaban confusas y alarmantes, más aún cuando Schneider años después comentó que se había sentido violada.

En 2013, Bernardo Bertolucci se pronunció acerca del comentario de la actriz: la idea se le había ocurrido la misma mañana mientras Brando desayunaba pan con mantequilla y ambos se lanzaron al desvarío sin contar con la aprobación de Maria. “No quería que fingiese la humillación, quería que la sintiese. Me siento muy culpable pero no me arrepiento, a veces en el cine tenemos que ser muy fríos”, contó el italiano.

¿Hasta dónde y cómo se llega a la humillación y al abuso emocional, sexual y psicológico? ¿Se puede consensuar un daño como este sin salir lastimado? Por eso, Un Actor Malo.

Jorge Cuchí, director y escritor de Un Actor Malo, ha expresado en diversas entrevistas que a la luz de estos años muchas prácticas artísticas, ahora consideradas machistas y abusivas, serían censuradas y sus perpetradores exiliados de la industria sin poder regresar jamás. Cuchí se plantea este tema en una meta historia con dos actores: Alfonso Dosal como el actor y Fiona Palomo como la actriz dentro de una película en la que, al igual que El último Tango en París, hay una escena de cama y, que visto desde diversas aristas, puede ser una violación… legítima o no.

¿Por qué no gritaste? le preguntan sus compañeras de set a la actriz en cuanto ella les dice que el actor y su amigo de set la violó. Acto seguido, el director es avisado de la situación y dice que no es posible, que él estaba supervisando el plano de la escena realizando la misma pregunta: ¿Por qué no gritaste? Así, Un Actor Malo discursa desde el argumento y el contra argumento de que el acto, aún siendo consensuado, es abuso, porque no es quien lo permite, sino quien lo perpetra.

A partir de este punto, que ocupa solamente los primeros 20 minutos de la cinta, la historia contrapuntea las opiniones, concepciones ideológicas y argumentos del espectador para que al final funja como juez de ambos puntos de vista. Cuchí lleva, con un magnífico guion, al cuestionamiento sobre qué es el abuso, la violación, sus inicios y límites, pero también el alcance de sus consecuencias personales, profesionales, familiares y ahora sociales.

Todo lo anterior no sería posible sin la magnífica actuación de Dosal y Palomo, quienes mantienen la tensión todo el tiempo cuando están juntos pero también de forma individual. Se nota el trabajo de mesa en esas escenas largas donde los diálogos y monólogos de los personajes llevan al espectador a preguntarse lo que quiere que se pregunte y si también es válido el linchamiento social y la justicia por mano propia para que esto deje de ocurrir de forma sistemática.

Un Actor Malo es una bomba nuclear en lo social que colocará a quien la ve en una constante pregunta acerca de lo que es el abuso, sus alcances y si el perpetrador es eximido de su culpa incluso con el consentimiento de la víctima. Poco cine mexicano me deja con esta sensación de vacío en el estómago por su forma de expresarse y por la fuerza del poder, pero también por el derecho de gritar no, en su momento o años después.

Un Actor Malo va dividir opiniones pero, sobre todo, va sorprender al espectador.

¡Ya en cines!