El Teléfono Negro es un gran homenaje a la vieja escuela del cine de terror

Muchas veces los hechos o eventos de la vida diaria también se convierten en densos actos de terror como la guerra entre Ucrania y Rusia con la matanza de civiles ucranianos a manos de soldados rusos y la catástrofe humana que algunas imágenes nos transmitieron. El terror y la vida en el día a día pueden fusionarse para ser un relato realmente escalofriante que, llevado a cualquier expresión artística, puede resultar en algo dramático, entretenido y al mismo tiempo reflexivo.

Scott Derrickson ya nos había puesto la piel chinita con Siniestro (2012), que a mi parecer podría funcionar como precuela paralelamente anacrónica de The Black Phone (El Teléfono Negro) por el parecido del sádico personaje que interpreta magistralmente Ethan Hawke.

En The Black Phone, Finney Shaw es un chico introvertido que comienza a vivir un circulo de violencia cuando muchos compañeros de su escuela comienzan a desaparecer ya no de forma esporádica sino sistemáticamente. A su vez, su entorno familiar tampoco ayuda a sentir menos miedo o aprensión: Finney y su hermana deben sortear los fuertes abusos físicos de su padre alcohólico. Finney, siendo un chico de por sí temeroso, cree que nombrando el apodo del secuestrador de sus amigos lo hace más propenso a sufrir el mismo destino… pero, está equivocado.

Basado en un cuento corto del hijo de Stephen King, bajo el pseudónimo de Joe Hill, Scott Derrickson escribe un guion que, dicho en sus propias palabras, es la forma en la que él mismo recuerda su infancia cuando tenía 13 años a finales de la década de los setenta, rodeado de una familia llena de violencia y un vecindario inseguro para chicos de su edad. El director y guionista ha dicho que The Black Phone (El Teléfono Negro) es tres cosas al mismo tiempo: una película de terror, un drama familiar y una historia de fantasmas.

La cinta si bien es un relato de terror bien contado, también funciona como un drama sobre lo doloroso que es crecer y darse cuenta que para muchos el madurar es un proceso bastante doloroso, traumático, pero también inherente en la vida humana. Los sentimientos que traen los traumas en la niñez logran poner en alerta nuestros sentidos para el resto de la vida… muchas veces estos nos salvan de situaciones peligrosas activando el sentido de supervivencia, característica que Derrickson resalta mucho en esta historia.

The Black Phone (El Teléfono Negro) tiene un elemento importante que hace de su historia algo tan real como escalofriante: Ethan Hawke y las actuaciones infantiles de Mason Thames (Finney) y Madeleine McGraw (Gwen). El trío de actores hacen que el espectador se interese por sus personajes al grado de odiar al secuestrador y asesino en serie que interpreta Hawke y sentir angustia por los dos adolescentes que en realidad son dos niños que sufren el terror del abandono parental emocional y el círculo de violencia que deben sobrevivir cada día, cosas que los ha convertido en una versión mucho más fuerte de ellos mismos.

No solo las actuaciones hacen de esta película algo inolvidable como traumático; su narrativa y montaje, al mismo tiempo que su textura vintage, crean una atmósfera que resulta siempre primordial en una historia de terror. Desde el inicio se siente una opresión constante, como una predisposición a la tragedia, un mal augurio. Estas sensaciones, resultado del excelente guion de Derrickson junto con elementos visuales y musicales, hacen que el espectador no se sienta a salvo tampoco del pesar, de la violencia y de la inseguridad que se ve en pantalla, lo pone totalmente vulnerable. Eso es bastante bueno al querer contar una historia de horror al atacar y rebasar la propia seguridad de los espectadores. Y es que el pensar que lo que pasa en pantalla te puede pasar a ti al salir a medianoche del cine después de ver una película de terror, eso da miedo.

The Black Phone (El Teléfono Negro) es una de esa películas que trascienden un género cinematográfico gracias a una estructura que basa su ambiente en lo real y humano, no en situaciones ficticias y tampoco en sustos mal intencionados que solo buscan hacerte saltar del asiento: causa angustia por una realidad papable y constante.

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