El sistema de clasificación de películas previene la inmoralidad desde un costado ilegal y mercantilista

Hablar de sexo en la pantalla grande remite automáticamente, por lo menos en Hollywood, a hablar del sistema de clasificación de películas de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (Motion Picture Association of America en inglés, a partir de ahora la nombraré como MPAA). Este es un sistema que clasifica las películas según el contenido y la idoneidad con respecto al público objetivo. Esta guía ha desarrollado un símbolo que clasifica las películas según su idoneidad para el público. Algunas películas están clasificadas para que las vean todos, mientras que otras están restringidas a un grupo específico. Veamos:

• El símbolo G indica “apto para todas las edades”.
• PG 13 marca que parte del contenido puede no ser apropiado para niños menores de 13 años.
• La R, restricción a menores de 17 años a menos que estén acompañados por un padre o tutor.
• El último símbolo es NC -17, siendo designado para aquellas películas solo es apta para adultos.

Esta clasificación está diseñada para restringir la visión de la película sobre temas relacionados con el sexo, la violencia, el abuso humano y el tráfico ilegal. La pretensión de este orden era frenar la exposición, especialmente por parte de los jóvenes, a contenidos inmorales. Hollywood es así, ¿pero el resto del mundo? Los valores culturales marcan el camino. Por ejemplo, en los países musulmanes está prohibido ver material pornográfico. En la otra vereda, o sea, en Estados Unidos, las películas sobre terrorismo son más “dañinas” que las películas sexuales.

¿Pero quién legitima a la MPAA? Los padres son usuarios directos de estas normativas ya que consideran que ciertos materiales son obscenos para los menores. Acá no hay leyes, no hay jurisdicción. Por lo anterior, la clasificación MPAA ha sido adoptada por la mayoría de las salas de cine, o sea, es una suerte de negocio generado por el consumidor. El descontento se ve desde el lado de los desarrolladores de contenido, ya que la calificación de la MPAA es aceptada por casi todos los productores exitosos, quienes están afiliados a la organización. Así, la credibilidad de este ente es cuestionable.

Las películas se clasifican según la magnitud del contenido que se percibe como controvertido. No existen directrices establecidas sobre los estándares de clasificación de películas. Ese costado cuasi ilegal del sistema ha llevado a pensar que más que orden , lo que realiza la MPAA es censura de algunas películas. Y eso es lo que suele pensarse en relación a cintas con contenido sexual. La mayoría de las películas clasificadas NC 17 nunca llegan a los cines, privando al propietario de la película de una buena rentabilidad de la inversión.

Dicho lo anterior, los datos son preocupantes. La MPAA subestima deliberadamente las películas restringiéndolas para su visualización. Alrededor de dos tercios de todas las películas están en la categoría R. Pero, ¿qué es lo interesante? Que la clasificación misma no indica el alcance de la inmoralidad en cuanto a lo sexual o a lo violento involucrada. Finalmente, ante la cartelera, no se ofrece suficiente información sobre el contenido.

Resumiendo, las calificaciones de la MPAA son válidas, pero no son legales y son puramente voluntarias. La mayoría de los firmantes de la MPAA han aceptado presentar sus películas para su clasificación, y todo es negocio por los “miedos” parentales: temen al fracaso en la rentabilidad del capital debido al lanzamiento de sus películas sin calificación. La forma en que la película será percibida en el mercado es directamente proporcional a su calificación.

Este tipo de monopolio por parte de la MPAA y sus afiliados es devastador ya que oculta el crecimiento de otros productores de películas independientes y, en relación a nuestro tema de la semana, sobre los contenidos que se podrían mostrar en la pantalla, sin tener temor al qué dirán.