Ayer hablamos de la increíble incfluencia de James Cameron en el género de ciencia ficción a través de sus películas, más especificamente Alien y Blade Runner, pero hoy nos toca analizar otro clásico de su filmografía: Gladiador, la épica cinta protagonizada por Russell Crowe.
Hace poco tiempo se confirmó que Gladiador tendrá una secuela protagonizada por Paul Mezcal y Pedro Pascal, y será precisamente Ridley Scott quien se hará cargo de la historia que ya se está filmando. Pero teniendo en cuenta lo buena que fue la película original, ¿realmente hacía falta una continuación?
La pintura de gladiadores y espectadores de 1872 del artista francés Jean-Léon Gérôme, “Pollice Verso”, sigue siendo uno de los retratos definitorios de la antigua Roma: Dos luchadores en el Coliseo, uno de pie y el otro vencido, suplicando clemencia. Esa obra fue la que convenció a Ridley Scott para dirigir Gladiator.
La imagen de Pollice Verso funciona como una paradoja: el espectador recibe al mismo tiempo una sensación de superioridad moral sobre el pasado lejano y un discreto deleite cuando la multitud baja sus brazos, pulgares con sed de sangre, exigiendo la muerte. Esto hizo volar la imaginación del director, quien luego transformó sus ideas en una obra maestra del cine.
¿Cada tanto piensan ustedes en el imperio romano? Porque Gladiador definitivamente me hizo pensar en eso durante toda mi vida. Estrenada hace más de 20 años, la cinta sigue siendo uno de los éxitos de taquilla más influyentes y populares de principios del siglo XXI.
A pesar de toda la variedad operística de hombres que viven y mueren en la gran arena, la película se mantuvo concentrada en sólo un puñado de personas: un padre, una hija, el hijo que deseaba tener y el que lamentaba haber dado a luz. Eso le dio a Gladiator su peso emocional.
La epopeya histórica logró estar a la altura de Spartacus de Stanley Kubrick y Ben-Hur de William Wyler. David Franzoni sentó las bases para una historia sobre Maximus tratando de matar a un emperador romano, pero fue la incorporación de Scott, así como reescrituras adicionales de los guionistas John Logan y William Nicholson, las que solidificaron los temas más amplios y las ideas poéticas de la película sobre un hombre de familia que busca para la absolución.
Por otro lado, si bien ya tenía una nominación al Oscar por The Insider cuando las cámaras rodaron, Crowe aún no era una estrella de cine e inicialmente le irritaba este modelo de producción. Incluso se negó rotundamente a pronunciar la ahora famosa amenaza de Maximus a Cómodo: “Padre de un hijo asesinado, marido de una esposa asesinada. Y tendré mi venganza en esta vida o en la próxima”. De hecho, Crowe siguió improvisando nuevas líneas hasta que Scott lo obligó a decir lo que estaba en el guion.
Crowe convirtió a Maximus, en un héroe de acción noble e idealista, pero cansado, que se ve literalmente obligado por la esclavitud a la violencia después del primer acto de la película. Su química con Oliver Reed, el actor de Proximo, fue instantánea y se transformó en uno de los elementos más apreciados de la historia, junto con muchas otras que funcionaron a la perfección.
Además de la brusquedad natural de Crowe, está la actuación ligeramente comprensiva, pero en última instancia escalofriante, de Joaquin Phoenix como un emperador no amado con el incesto en mente; el imponente papel de Connie Nielsen como la fuerte mujer romana que debe usar esa fuerza como máscara para disfrazar el miedo a su hermano; la cinematografía de John Mathieson; y la música maravillosa de Hans Zimmer.
Una de las cosas que aprendimos luego estar varios años mirando películas es que cada 2 o 3 décadas alguien reinventa el concepto de una película icónica o aparece otra del mismo género que la supera, pero con Gladiator ese no es el caso, por eso es muy extraña la decisión de hacer una secuela.
Son muy pocos los casos donde una película icónica decide realizar una secuela o precuela y las cosas salen bien, especialmente cuando ya ha pasado tanto tiempo. No obstante, la presencia de Scott como director y los protagonistas elegidos nos hace confiar un poco más en el proyecto.
El problema aquí es esa obsesión con hacer que todo tenga una continuación, un spin-off, una precuela, un reboot, una remake, una adaptación animada o live-action, que todo se convierta en un universo. A veces es suficiente con dejar las cosas así como son, ¿no?
Gladiador es inolvidable e icónica porque es un film solitario que no necesita de otra producción para destacarse. Agregar una secuela pone en juego el legado de la primera película, más allá de que los protagonistas no sean los mismos. Es una jugada peligrosa, pero los estudios recurren a esto porque saben que la taquilla responderá al nombre de la franquicia.
¿Es posible que la secuela de Gladiador se convierta en una película tan legendaria como la primera? La verdad, no. Y si las hay, son mínimas. Si es probable que sea una historia genial y que incluso le haga honor a la película que se estrenó en el 2000, pero lograr convertirse en una de las mejores cintas del Siglo no es algo fácil.
Para terminar de responder a la pregunta del título: no, la realidad es que no hace falta una secuela de Gladiador, pero estamos seguros que vamos a disfrutar la película y que vamos a estar ahí en el cine para verla. Es como cuando comes el postre sabiendo que ya estás lleno.
