Nostalgia: según la Real Academia Española, se trata de la tristeza melancólica originada por el recuerdo de la dicha perdida. En otras palabras, sentir nostalgia es sentirnos profundamente tristes, pero sosegados, acerca de un tiempo que podemos recordar pero que ya no existe en el que fuimos felices. Ese sentimiento, esa tristeza, esa ansia por recuperar la dicha de los tiempos perdidos, se ha convertido, aparentemente, en el motor de la industria audiovisual, pero… ¿por qué?
La nostalgia, ese sentimiento que tanto vende en cine y televisión
Como habrán notado al mirar los estrenos tanto en cartelera de cine, como en cada una de las plataformas de streaming, muchas veces lo que se cataloga como “estrenos”, no lo son tanto: remakes, reboots, spin offs, precuelas. Muchas veces hemos debatido aquí mismo, en Spoiler Time, en nuestros artículos, acerca de la carencia de ideas originales en los últimos tiempos en la industria audiovisual. Todo parece un refrito, un desempolvar cosas que alguna vez fueron exitosas para tratar de exprimirlas un poco más. ¿Y por qué sucede esto? Por la bendita nostalgia. Ese sentimiento que se mueve en nuestro interior y que nos hace buscar reflejos de aquellos tiempos en los que fuimos felices, ya sea comprando juguetes carísimos que representan a nuestros héroes de la infancia, viendo remakes de películas que disfrutábamos con toda nuestra inocencia o sintiéndonos esperanzados cuando nos dicen que los actores de nuestras series favoritas volverán a juntarse o que la misma tendrá un reboot.
Basta ver el éxito de Stranger Things, uno de los grandes caballitos de batalla de Netflix, para entender de qué hablo: la serie es un collage que apela a la nostalgia millennial, hablándole directamente a sus experiencias de la infancia, mezclando juegos de arcade, estética ochentera, Stephen King y Winona Ryder. Y, ojo, esto no es para despreciar la serie, ¡al contrario! Valoro enormemente la inteligencia de los Hermanos Duffer para ver que ahí, justo en nuestra nostalgia, había un negocio ENORME.
Claro que los Duffer no son los únicos que lo consiguieron (aunque quizás sí los que lograron hacerlo conservando algunas vetas de originalidad en su producto), Disney mismo parece enfocadísimo en jugar con nuestra nostalgia remake tras remake. No con tanto éxito, es cierto, o, al menos, no con tanto éxito donde quizás esperaban tenerlo: para quien ha disfrutado en su infancia de las versiones originales de las películas clásicas de Disney (The Little Mermaid, Dumbo, Mulan, etc.), estas nuevas versiones se sienten como traiciones al preciado recuerdo. Sin embargo, las remakes llegan a nuevos públicos que son conquistados, como nuevos horizontes. ¿O no vimos acaso la cantidad de vídeos en Tik Tok, Instagram y demás redes sociales de niñas pequeñas maravilladas porque de repente, Ariel, la princesa sirena de Disney, tenía su color de piel? ¿Alguien puede dudar que esas niñas no amarán a Ariel como supimos amarla los que crecimos en los 80?
Entonces, es cierto que rehacer una película (y sobre todo aquellas que encarnan un recuerdo tan preciado para una generación) representa exponerse a las críticas de los fanáticos, pero también significa renovar una historia ya pasada para que nuevas generaciones se enamoren de ella. Es decir, si ya con la nostalgia sola una remake genera ingresos, a eso, sobre todo en el caso de Disney, hay que sumarle las ganancias de todas las nuevas infancias que disfrutarán de algo que no es precisamente nuevo.
La televisión no es ajena, por supuesto, a toda esta ola de remakes y comebacks. Tomemos el ejemplo de Doctor Who, una serie que literalmente basa su historia en un personaje que, cada X cantidad de tiempo, se reinventa. El show, que existe desde los años 60 y es un símbolo para los geeks del mundo, con uno de los fandoms más leales que existen, también es víctima de esta tendencia a ceder a la nostalgia: luego de intentar adaptarse a los tiempos mostrando por primera vez a un Doctor mujer, interpretado por la siempre maravillosa Jodie Whittaker, ha retornado a uno de sus rostros más exitosos, el de David Tennant.
Es cierto, es cierto, es solo por los especiales de fin de año, pero es la primera vez que se repite el rostro del Doctor. Tampoco es una queja (¿quién podría quejarse de David Tennant volviendo a la televisión?), pero resulta una estrategia obvia que juega con la nostalgia de los fanáticos, ya que Tennant es uno de los más queridos dentro del fandom.
¿Está mal, entonces, que tanto en cine como en televisión se utilice este sentimiento de nostalgia, aprovechándose de los millennials y su melancolía para venderles cosas? No, claro que no. Quizás lo que está mal (y así y todo me parece un poco fuerte decir que “está mal”) es la ausencia de historias originales. Esa sensación que tenemos todos de que no hay historias nuevas es bastante cierta, porque ejemplos como los que he dado en este artículo hay muchos, demasiados, tantos que el espectador promedio, ese que disfruta de enfrentarse a los estrenos tanto de la pantalla grande como de la chica, se siente agobiado por ellas.
En mi opinión, nos encontramos en un momento bisagra. No hay que perder de vista que el cine y la televisión son industrias y, como tales, deben tener ganancias, por lo que mientras las remakes, los reboots, las secuelas, precuelas y gran etcétera sigan dándolas, van a seguir existiendo. Sin embargo, el hastío ante esta repetición también comienza a sentirse con fuerza: basta ver la falta de grandes éxitos en Disney o en el mundo de los superhéroes para darse cuenta de que los espectadores están pidiendo historias nuevas.
La industria audiovisual tendrá que terminar de exprimir lo que quede de la nostalgia de una generación para empezar a construir los nuevos clásicos (que seguramente exprimirán en un par de décadas para apelar a la nostalgia de la generación que se crie con ellos).